El 16 de febrero pasado tuvo lugar en Barranca Yaco un acto comemorativo del asesinato de Facundo Quiroga, su colaborador, el doctor José Santos Ortiz -primer gobernador de San Luis-, y los cocheros y postillones y un jovencito de 12 años, José Luis Basualdo, quien subió a la Galera en Ojo de Agua para hacer el tramo hasta la posta de Sinsacate. Así aprendía el oficio; desde esa posta volvería a la de Ojo de Agua, donde su padre era el Maestro de Postas. El Soldado Benito Guzmán, que pidió no degollar al niño, recibió dos tiros del propio Santos Pérez, el jefe de la partida enviada a asesinar a Quiroga y con la orden de no dejar testigos. Crimen imputado al clan de los Reinafé, gobernantes en Córdoba, celebrado en Santa Fe y con dudas sobre el rol de Rosas en el mismo.
En el acto por los ciento noventa años de esos crímenes, según relató a quien esto escribe el doctor Juan José Laborda Ibarra- quien concurrió en representación del gobernador de San Luis-, surgió la iniciativa de agregar al busto de Quiroga en el sitio de su asesinato el del gobernador Ortiz y del niño postillón Basualdo. En palabras del orador puntano, incluir al niño en el monumento será un recordatorio de la crueldad que imperó en ese país en formación, como lo muestran las largas guerras civiles que tuvieron lugar, incluso antes de consolidarse la independencia, y las degollatinas posteriores a las victorias.
Es justo recordar que esta violencia la ejercían ambos bandos. En Quiroga se atemperaba cuando el vencido había sido un oficial destacado en la guerra de la independencia y en especial con los veteranos del Ejército de los Andes. Oficiales como el general Rudecindo Alvarado o el coronel Lorenzo Barcala son ejemplo de esta actitud.
Quiroga fue un hombre nacido en la sociedad pastora de los Llanos. Un exponente de los oasis de las extensas tierras áridas y semiáridas linderas a la cordillera de los Andes desde Mendoza hasta los Valles Calchaquíes, donde las acequias, el adobe, la montaña y el agua, junto con la vecindad con Chile, definen a esa amplia geografía de la Argentina.
Ninguna figura de ese interior profundo lo pudo reemplazar hasta el ascenso de Roca al poder, con la salvedad de que el tucumano logró el apoyo de Córdoba, esquiva al riojano de vieja familia de Jáchal. Será Roca el que acabará con esa costumbre de matar al derrotado. Costumbre que hizo definir a otro riojano, Joaquín V González, en el centenario de la Revolución de Mayo en un trabajo solicitado y publicado por el diario La Nación y titulado “El Juicio del Siglo”, que en el siglo transcurrido desde mayo de 1810 había imperado en estas tierras argentinas la “ley del odio”.
Es llamativo cuando analizamos los niveles sociales de gran parte de la dirigencia el nivel de enfrentamientos entre personas con pertenencias similares. No hubo lucha de clases, sino la voluntad de imponer y promover hegemonismos excluyendo al que tenía ideas diferentes, aunque fuera su pariente. Incluso en las propuestas periódicas convocando a la unión nacional se propone que todos coincidamos en un pensamiento único cuando lo civilizado es la convivencia pacífica entre personas que piensan diferente y tienen la capacidad de buscar acuerdos.
La revolución tecnológica nos ha dado nuevas herramientas y también una nueva manera de difundir el odio. Ahora tenemos fusilamientos y degüellos digitales.
Decía Umberto Eco sobre las redes sociales: “Les dan derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Más allá que todos tienen derecho a hablar es cierto que el anonimato, el uso de identidades falsas y sobre todo la posibilidad de manejar desde plataformas digitales millones de mensajes falsos, calumniosos, difamatorios, están condicionando el debate y fomentan el odio y la erosión de la convivencia social.
Al fusil, la espada y la lanza del combate personal lo reemplaza el manejo de los algoritmos desde las “granjas de troll”, donde se difunden sandeces como los movimientos antivacunas, que ya provocan la reaparición en Estados Unidos de la polio y el sarampión, o las falsedades de Trump de que la guerra de Ucrania la inició el país invadido y no el agresor Putin.
Se podrá decir que hemos reemplazado la violencia con sangre por las sandeces e insultos hacia el que tiene ideas distintas que vemos en las redes sociales, verdadera cloaca que muestra lo peor de los seres humanos. ¡Cuidado, que esta violencia en el lenguaje no fomente y provoque el retorno de la violencia sangrienta!