El acecho a las humanidades

Vivimos un panorama global por demás inquietante que no solo afecta a las humanidades, sino que pone en duda la valoración pública del conocimiento científico y social imantado desde los tiempos de la Ilustración.

Los portales de todo el mundo se hicieron eco de la muerte de Mario Vargas Llosa luego que sus hijos la dieran a conocer por las redes sociales mediante un mensaje brevísimo en el que anunciaban a sus lectores que sería despedido en la intimidad, y sus restos serían incinerados cumpliendo su voluntad. Murió en su casa de Barraco, en las afueras de Lima, después de visitar lugares icónicos de la ciudad que narró en sus novelas, como lo hizo con otras ciudades latinoamericanas mediante historias fantásticas y terribles del nudo gordiano que las siguen asolando desde que se lanzó a la carrera de escritor a despecho de la opinión del padre, para llegar a París, sumergirse a escribir bajo el abrigo de su fiel editora, y erigirse en un sitial sólo comparable con los nobeles del continente que lo antecedieron: los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, el mexicano Octavio Paz y el colombiano Gabriel García Márquez.

Desde entonces, las resonancias de su muerte dieron lugar a una catarata de homenajes, recuerdos, fotos, testimonios y entrevistas realizadas en plena lucidez aun cuando ya sabía que había iniciado el último tramo de su trayecto vital. En la concedida a la BBC no dudó en plantear la justa razón de la muerte, y en otra subrayó que le gustaría morir escribiendo como lo hacía metódicamente todos los días de la semana en horas de la mañana después de cumplir con la rigurosa actividad física, para ocupar la tarde a la lectura, la práctica que valoró desde pequeño como forma de conocer, entender e imaginar el mundo.

Su consagración como escritor lo hizo acreedor de los premios más distinguidos de la lengua y cultura española para luego obtener el Nobel de Literatura e ingresar a la prestigiosa Academia Francesa donde rindió tributo a la tradición literaria de Alejandro Dumas, Víctor Hugo y su admirado Gustave Flaubert, el autor de Madame Bovary, la novela que lo fascinó y marcó a fuego su estilo literario.

En el medio, “Varguitas” como lo llamaban sus íntimos, tramitó el pasaje del socialismo al liberalismo que le valieron un sinfín de críticas por haber dejado atrás el credo y la militancia de juventud. Pero ese giro ideológico y político no supuso el olvido de dramas sociales e históricos que narró de manera magistral trazando un lazo virtuoso entre historia y literatura. Un vínculo que sobrevoló primero la geografía y el ambiente social y cultural de Lima y Piura cruzadas por la violencia política e institucional, dictaduras militares, insurgencias revolucionarias, dirigencias corruptas, modernizaciones económicas inconclusas y desigualdades sociales imposibles de nivelar.

A esa saga literaria que tuvo como telón de fondo su país de origen le siguió otra en la que afloraron otras geografías y temporalidades sin abandonar la “historia de siempre”, es decir, las tensiones o tramas profundas de la vida histórica de los pueblos hispanoamericanos. En “La Fiesta del Chivo” hizo foco en Guatemala y el manejo de noticias falsas ideadas por agentes de la CIA para demoler el supuesto régimen comunista de Árbenz Guzmán que terminó erigiendo la sanguinaria dictadura de Trujillo y sus secuaces locales. Una historia en la que se entremezclan actores de carne y hueso con otros de ficción que retrata el impacto del imperialismo norteamericano en la vida política de países de la región porque no sólo obstruyó la madurez institucional y democrática en América Latina, sino porque derivó en el vuelco al comunismo de la Cuba de Fidel Castro.

La dimensión contrafactual no está presente en “El Regreso del Celta”, la novela que publicó diez años después por la sencilla razón que el narrador hace suyo el legado de la libertad para penetrar en las miserias del colonialismo británico. No es casual que sea un irlandés, Roger Casement, un nacionalista revolucionario y, al mismo tiempo funcionario del Foreing Office, quien oficie de principal enunciador o cronista de los abusos y humillaciones padecidos por las poblaciones del Congo y de la Amazonia. La razón de semejantes vejaciones reside en la expansión imperial y en la explotación extractiva del caucho de las que Casement dejó registro en dos informes que seguramente Vargas Llosa leyó y depositó en su archivo personal cumpliendo con el rito de su “manía” de coleccionar documentos resguardados en trescientas cajas depositadas en la Universidad de Princeton.

Un entramado textual entre realidad y ficción, entre historia y literatura del que probablemente Vargas Llosa sea su último eslabón, y delimite el fin de época al que asistimos en el que los saberes humanísticos padecen el asedio de burócratas o funcionarios de diferente rango e ideologías con el propósito de instalar un paradigma científico productivista sujeto a las leyes estrictas del mercado con la falsa ilusión de hacer de ellos el motor de desarrollo económico y bienestar social. Un paradigma que nació paradójicamente en Estados Unidos que, según los expertos, erosionó la autonomía de la ciencia a raíz de demandas externas (empresas o usuarios) e incentivó la investigación aplicada y de patentes para obtener beneficios económicos por parte de investigadores e instituciones. Un modelo que, en la actualidad, la administración Trump ha llevado al extremo decretando la suspensión del estratégico aporte estatal o público al sector que acunó más de un nobel en ciencias, y al desguace de programas de investigación completos en las más prestigiosas universidades dando lugar a denuncias y manifestaciones públicas sin torcer la decisión gubernamental.

Se trata en resumidas cuentas de un panorama global por demás inquietante que no solo afecta a las humanidades, sino que pone en duda la valoración pública del conocimiento científico y social imantado desde los tiempos de la Ilustración al menos en dos direcciones: porque desconoce su incuestionable importancia a la hora de diseñar y monitorear políticas públicas inclusivas capaces de mejorar indicadores de gobernabilidad, equidad social y desarrollo, y lo que no es menor, porque pone en riesgo la promoción de valores ciudadanos y democráticos en estos “tiempos recios”, como tituló el célebre peruano otra de sus notables novelas.

La autora es miembro de INCIHUSA-CONICET, UNCuyo.

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