Con la llegada del Viernes Santo, millones de cristianos alrededor del mundo se sumergen en una jornada de profunda reflexión espiritual, marcada por el silencio, la reflexión y prácticas de penitencia.
Es una tradición católica aceptada hace siglos durante la Semana Santa. ¿Cuál es la explicación histórica y cultural?
Con la llegada del Viernes Santo, millones de cristianos alrededor del mundo se sumergen en una jornada de profunda reflexión espiritual, marcada por el silencio, la reflexión y prácticas de penitencia.
Este día, uno de los más significativos del calendario litúrgico cristiano, conmemora la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz, acto central de la fe cristiana.
Entre las prácticas más arraigadas en esta jornada se encuentra la abstinencia de carne roja y su reemplazo por pescado.
La tradición de no comer carne roja se basa en el simbolismo del sacrificio: el Viernes Santo es un día donde se recuerda el sufrimiento de Cristo, por lo que la renuncia a ciertos alimentos representa un acto de humildad, solidaridad y devoción.
La carne roja, históricamente asociada al lujo y la celebración, se excluye del menú en señal de respeto y penitencia.
La Iglesia Católica respetó esta norma durante siglos y la recomienda especialmente los viernes de Cuaresma, el Miércoles de Ceniza y el propio Viernes Santo. Sin embargo, las prácticas alimentarias pueden variar según la región, las costumbres familiares y la interpretación local de la norma eclesiástica.
El pescado y el pollo se consideran aceptables durante este período. En América Latina, por ejemplo, el consumo de pollo durante la Semana Santa se integró como una opción válida, al no ser considerado carne roja. Platos tradicionales como el pollo al horno, el arroz con pollo o la clásica sopa de pollo forman parte de las comidas familiares en esta época.
El pescado, por su parte, ocupa un lugar central en la mesa de Semana Santa. Es habitual que familias preparen empanadas de vigilia, tomates con atún, rabas, mariscos, paella, milanesas de merluza, trucha a la plancha, salmón ahumado y pastas con salsas sin carne. Estas recetas combinan tradición y sabor, sin alejarse del espíritu de recogimiento que propone esta jornada.
Durante la Edad Media, la Iglesia Católica estableció normas estrictas para el período de Cuaresma, los cuarenta días previos a la Pascua. Estas normas incluían el ayuno y la abstinencia de carne de mamíferos, considerada un alimento asociado al festín, la riqueza y el disfrute terrenal.
En cambio, el pescado sí fue permitido, al no ser visto como una carne “caliente” o lujosa, sino más bien como un alimento humilde, ligado al sacrificio y a la vida sencilla de los apóstoles, muchos de los cuales fueron pescadores.
La distinción promovió el desarrollo de una fuerte tradición culinaria basada en el pescado, especialmente en los días claves como el Viernes Santo. Pero más allá de lo religioso, hubo otras razones que consolidaron esta costumbre.
En el hemisferio norte, la Semana Santa coincide con el final del invierno y el inicio de la primavera. En tiempos donde la tecnología de conservación de alimentos era limitada, el pescado fresco se volvió una opción más accesible y segura, en especial en las comunidades costeras. Mientras la carne de mamíferos requería métodos más complejos para su conservación, el pescado, muchas veces ahumado o salado, se mantenía mejor y ofrecía una fuente confiable de proteínas.
Además, en regiones donde la agricultura era escasa o las condiciones climáticas dificultaban la producción de carne, el pescado representó un recurso vital. Su inclusión en las tradiciones de Semana Santa se dio también por una lógica pura de disponibilidad y supervivencia.