22 de abril de 2025 - 00:00

El Papa que pensó en las periferias

En lo social, su inquietud por los más pobres fue indisimulable. Les hizo sentir su cercanía permanentemente. Nunca cambió su pensamiento. Llevó al papado lo mismo que pregonaba como arzobispo de Buenos Aires. Ese afán por tender la mano de la Iglesia a los más necesitados del mundo (llegó a ser aclamado por musulmanes) lo obligó a ejercer una reforma muy exigente en la Iglesia que presidió durante doce años.

El pontificado del papa Francisco será recordado por su mirada universalista, que nunca ocultó preocupación por temas corrientes, partiendo de la adopción de medidas para atemperar la pobreza en tantísimos países del mundo como también por el elemental y siempre polémico cuidado del medio ambiente.

En lo social, su inquietud por los más necesitados fue indisimulable. Les hizo sentir su cercanía permanentemente. Nunca cambió su pensamiento. Llevó al papado lo mismo que pregonaba como arzobispo de Buenos Aires y lo expresó previo al cónclave que lo terminaría eligiendo: “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las existenciales, las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma”.

El papa argentino se destacó por su afán por llegar a ateos o no creyentes. Siempre buscó imponer el concepto de una Iglesia que debe estar abierta a la salvación de todos y no solamente a condenar. Probablemente esa línea de pensamiento lo llevó a pedir desde el día de su proclamación el famoso “recen por mí”. Y también ese estilo de ejercer el sacerdocio lo llevó a insistir con que el cristiano debe confesar sus errores (pecados) apelando a la Misericordia divina.

Este enfoque no sólo trascendió fronteras, sino que también se trasladó permanentemente a la línea de conducción de la Iglesia Católica. Por eso generó polémica y también resistencias dentro de la jerarquía. Nunca un Papa había incursionado con tanta claridad en esa exigencia hacia quienes deben hacer conocer el legado cristiano. Así, muchas comunidades marginadas del mundo supieron de su predisposición con ellos.

No pasaron inadvertidas para él las carencias de los desplazados por distintos motivos. De ahí su preocupación por el destino de los miles de migrantes que viven trasladándose por el mundo como consecuencia de discriminaciones raciales o conflictos bélicos. Y por ello llegó a definir en una oportunidad al mar Mediterráneo como “cementerio del mundo” a raíz de las frecuentes muertes de personas que huyen de la miseria que esclaviza hacia Europa en condiciones muy precarias para navegar.

Su afán por tender la mano de la Iglesia a los más necesitados del mundo (llegó a ser aclamado por musulmanes) lo obligó a ejercer una reforma muy exigente en la Iglesia que presidió durante doce años. Con dicha reorganización, plasmada en la constitución apostólica Praedicate Evangelium, buscó minimizar aspectos burocráticos de la Iglesia para hacer de ésta una organización misionera, es decir, apegada a los preceptos cristianos.

En línea con su decisión de vivir austeramente en la residencia Santa Marta, no en el Palacio Apostólico, quiso mostrar una descentralización de conducción basada en el mayor protagonismo de las iglesias locales. Así, dio mayor participación a los laicos, incluyendo a las mujeres.

Francisco pregonó permanentemente que la Iglesia no debe proceder como un órgano de poder político, influyente, sino con neta predisposición a la ayuda a los demás. “El poder en la Iglesia es servicio”, fue una de sus contundentes definiciones.

Supo hacer hurgar en las siempre misteriosas finanzas del Vaticano, promoviendo para ello transparencia en el manejo de los recursos, a los que pidió siempre auditar. Y, luego de algunas dudas iniciales, tomó las riendas ante el escándalo de los abusos sexuales en el ámbito eclesiástico, endureciendo para ello las normas pertinentes, que obligaron a los obispos y jerárquicos de la iglesia en general a denunciar casos de abuso, dando, a su vez, protección a los denunciantes.

Con su inspiración el Colegio Cardenalicio decidirá en breve si la cercanía a las periferias que pregonó Francisco seguirá marcando el rumbo de la Iglesia.

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