Cuando lo conocí por primera vez, fue a raíz de una convocatoria que hizo a algunos periodistas para conocer su canal de televisión, Canal 21, recientemente inaugurado en la Catedral. Había recibido una donación de Máxima Zorreguieta, recientemente princesa de Holanda, y ese dinero lo destinó a equipar un canal de televisión por aire metropolitano. Lo recuerdo muy alegre, abierto, muy amigable con los periodistas y, sobre todo, confiado en que los medios eran un poderoso aliado para comunicar el Evangelio. Nos recibió en su oficina de la Catedral, super austera, solo un escritorio de madera y sillas, casi un lugar monacal, despojado de todo el lujo que tenía la misma Catedral… Y allí conocí a un Bergoglio enérgico, sonriente, muy confiado en que los medios podrían transmitir el Evangelio… Estaba junto al rabino Abraham Skorka, de quien era muy amigo cuando llegamos, y de hecho le pidió que se quedara con nosotros. Él estaba pasando la peor parte de su relación con los Kirchner, sobre todo con Néstor… y nos lo dijo expresamente…
El otro momento fue en Chile cuando me envió Radio Cadena 3 a cubrir toda la visita a Chile y a Perú. Héctor Lorenzo, que era otro corresponsal en Roma, abordó el avión papal en Fiumicino y yo lo esperaba en el aeropuerto Merino Benítez, en Santiago.
Allí descubrí la otra faceta de Bergoglio: un hombre siempre fiel a sí mismo, un Jesuita (obediente como soldado hasta el fin a su apostolado). Al principio llegó un Papa sonriente, pero le duró poco: al poco de llegar lo esperaba una Iglesia con cardenales acusados de abuso a sacerdotes y seminaristas (Fernando Karadima) , obispos feudales, con un séquito de secretarios y privilegios de todo tipo… En fin, de golpe la agenda voló por los aires porque Francisco comenzó a escuchar a todos: sobre todo a la gente de las diócesis que hacían piquetes frente a la nunciatura para denunciar a los obispos y los sacerdotes o exsacerdotes abusados… El Papa hizo una visita compleja y completa: fue al Palacio de la Moneda con Michelle Bachelet, a la cárcel de Mujeres y al santuario del único santo Jesuita: el Padre Hurtado… a Temuco, al sur, con los pueblos originarios (donde apareció Juan Grabois diciendo que tenía acceso directo con Francisco…), a Iquique, al extremo norte, en el desierto de Atacama… donde hizo parar la en pleno trayecto, preocupado al ver que una mujer policía, carabinera que estaba en la custodia, se había caído cuando su caballo se espantó en la custodia. Se bajó de su Papa- Móvil, fiel a su estilo , hasta llegar a ella, y pedir una ambulancia… en fin… fueron días intensos porque cada vez se lo veía más enojado y hasta hostil con la prensa. Nosotros paralelamente íbamos transmitiendo todos los problemas que veíamos con esos “obispos” acusados con pruebas por la gente. Hasta que llegó el día de verlo personalmente: fue la tarde del penúltimo día de la visita, en la Nunciatura. Había ido a llevarle unos libros y vinos que le enviaban desde Mendoza. Fue terrible, porque antes de que me tocara el turno de saludarlo, habían venido las víctimas de abuso (unos cuatro exsacerdotes) a verlo…
Creo que fueron tres minutos… estaba muy ofuscado y no lo disimulaba en lo más mínimo… enojado se lo notaba con una Iglesia que lo incomodaba… me agradeció y bendijo rápidamente…
Luego vendría la depuración que ordenó de toda la conferencia episcopal chilena, se encargó de investigar y castigar a los culpables… en fin, eso vino después…
Su viaje a Perú fue bien distinto. Allí le curaron el alma. El pueblo y los obispos peruanos le devolvieron la sonrisa…
Este fue el Papa que yo conocí. Del Bergoglio tan porteño como el tango, hasta el “Jesuita más Franciscano” del mundo. Siempre fiel a sí mismo. Dolorosamente autoconvencido de no volver a su país (Argentina) porque, creo, no pudo ver que por encima de la política argentina y sus peleas (la de los Kirchner, Macri, Milei) había un Pueblo que lo amaba y esperaba, orgulloso de haber dado un Papa a la Iglesia.