Crisis y sistema

En el capitalismo actual el capital financiero sale ganador a costa de imponer la crisis a personas y gobiernos. De paso se disciplina a los sindicatos y a los ciudadanos. Y así la crisis económica se convierte en crisis política.

Especulación financiera
Especulación financiera

Cuando miles de indignados afirmamos que no es la crisis sino el sistema el causante de los múltiples problemas que nos aquejan, estamos diciendo algo tan básico como que: si no se tratan las raíces, si persisten las causas, producen las mismas consecuencias.

¿Pero de qué sistema hablamos? Para entendernos, hay que partir de lo que se vive día a día para caer en la cuenta de que no es un mal de la economía sino el resultado de lo que designamos como “capitalismo”.

Es más, la crítica se extiende a la gestión política, porque tiene su origen en el contexto de nuestro mundo desequilibrado por un sistema financiero destructivo que conduce a la crisis del dinero y suscita la descomposición social.

En las dos últimas décadas se ha constituido un tipo de capitalismo global dominado por instituciones financieras (los bancos son sólo una parte) que viven de producir deuda y cobrar por ella.

Para aumentar sus ganancias las financieras crean capital virtual mediante derivados y se prestan las unas a las otras incrementando el capital circulante y por tanto los intereses a percibir.

En la sociedad globalizada, los bancos disponen, en promedio, sólo de un 3% del capital que deben y son considerados solventes si llegan al 5%.

El otro 95% circula incesantemente y se diluye en múltiples acreedores y deudores relacionados por un mercado volátil escasamente regulado.

Algunos, para consolarse y consolarnos, afirman que unas transacciones compensan otras y el riesgo se reparte. Para cubrirse se aseguran, pero las aseguradoras también prestan el capital que deberían reservar.

Tranquilos porque se presupone que en último término el Estado (¡o sea nosotros!) enjuga las pérdidas.

Creando el problema

El efecto perverso de este sistema, operado por redes informáticas mediante modelos matemáticos sofisticados, es que –para las financieras y sus financieros- el “negocio” es tanto más rentable cuanto más presta, aun sin garantías.

Y aquí entra otro factor: el modelo consumista de nuestra sociedad que busca “el sentido de la vida comprándola de prestado”.

Sirva como ejemplo lo sucedido hace no muchos años con las hipotecas. Como la mayor inversión de las personas es su propia casa, el mercado hipotecario se frotó las manos y estimuló una industria inmobiliaria especulativa y desmesurada, depredadora del medio ambiente, que se alimentó de trabajadores y de dinero prestado a costo cero.

Ante tal bonanza quedaron pocos emprendedores para apostar por innovación. Incluso empresas tecnológicas, grandes y pequeñas, usaron su negocio como base para su revalorización en el mercado bursátil.

No eran los beneficios de la empresa sino “su valor capitalizado” lo que realmente contaba.

La clave de esta pirámide especulativa era la imbricación de toda esa deuda, es decir: los pasivos se convertían en activos para garantizar otros préstamos.

Cuando los préstamos no se pudieron pagar y empezaron las bancarrotas de empresas y personas, las quiebras se propagaron en cadena hasta llegar al corazón del sistema: las grandes aseguradoras y ante el peligro de colapso de todo el sistema, los gobiernos salvaron a bancos y financieras.

La crisis final

Cuando ya no hubo crédito para las empresas, la crisis financiera se convirtió en industrial y del empleo.

Entonces los gobiernos asumieron el costo del desempleo y de la reactivación económica.

Como subir impuestos no da rédito político pidieron prestado a los mercados financieros, incrementando sus ya elevadas deudas públicas y privadas.

Se hicieron presentes, entonces, la crisis fiscal y la abultada e impagable deuda con los llamados “organismos multilaterales de crédito”.

Lo dicho hasta aquí, ¿le suena conocido? ¿Le ha sucedido a usted o a muchos otros? Sí. Con algunas variantes, como la venta de grandes empresas en la época menemista, es lo que estamos padeciendo los argentinos de a pie desde hace más de cuarenta años.

La condición de supervivencia ha sido imponer la austeridad y la reducción en empresas y empleo, con pérdida de la soberanía económica.

Por eso, no es crisis para el sistema, porque el capital financiero sale ganador a costa de imponer la crisis a personas y gobiernos. De paso se disciplina a los sindicatos y a los ciudadanos. Y así la crisis económica se convierte en crisis política.

* El autor es sacerdote católico.

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