Florent-Claude Lambrouste tiene 46 años, trabaja para el Ministerio de Agricultura, alquila un departamento de lujo frente al Sena, odia su nombre y cree que jamás dejará de estar dominado por sus circunstancias. Tiene una amante japonesa que graba videos de sus húmedas experiencias con un doberman y celebra gang-bangs en el dormitorio conyugal cuando él no está.
Nuestro personaje se desprecia a sí mismo, idealiza el suicidio consensuado de sus padres, fantasea con arrojar a la japonesa por una ventana, está deprimido y ha extraviado el deseo sexual. ¿Dónde estamos? Dentro de una novela de Michel Houellebecq, por supuesto.
La última producción del francés, "Serotonina", vuelve a sumergirse en el planeta de los europeos hastiados que, como están convencidos de que la felicidad es una galleta para los idiotas, viven autoaniquilándose en cuotas, ensayando formas de la soledad y buscando desvíos para hacer que el tiempo transcurra sin que duela tanto.
Los personajes de Houllebecq no tienen esperanza en el mundo ni en la humanidad, y caminan las páginas de las novelas desparramando una mirada mordaz y sarcástica sobre cualquier cosa.
Esta vez, "Florent-Claude Houellebecq" se ríe del término femicidio porque le suena a insecticida, se queja de los hoteles que ya no permiten fumar, arriesga una nueva teoría sobre el amor y el deseo femenino de vivir para satisfacer un falo, dice que Holanda no es un país sino una empresa, que París es una ciudad "infectada de burgueses ecorresponsables", dedica dos páginas para hablar de la soja argentina y el peligro que representa para los agricultores franceses. Es decir, aporta miradas irreverentes, muchas veces graciosas pero también sombrías, sobre lo que sea que le pase por la cabeza.
"Serotonina" es la séptima novela de gran suceso internacional que produce Houllebecq, luego de su exitoso debut con "Ampliación del campo de batalla" (1994), que muchos leyeron como cover personal de "El extranjero" de Camus, con el aderezo de su propia teoría de darwinismo sexual que clasifica a las personas según sus posibilidades de acostarse con quienes desean.
La consagración le llegó cuatro años después con "Las partículas elementales" (1998), en la que ajustó cuentas con la generación francesa del '68, y se destapó con historias inesperadas para su pluma, como "La posibilidad de una isla" (2005), en la que construye un futuro desolador habitado por clones que no se encuentran (Fuente: LVI).
Mendoza, en el mapa del niño terrible
Cuando hace tres años visitó Argentina, el escritor anunció que Europa se encarrila hacia una guerra civil, entre otras provocaciones.
Lo curioso del caso es que este hombre que admira a Borges y mencionó que no descarta exiliarse en la Argentina si no soporta más a Francia, se refiere en "Serotonina" a Mendoza como el lugar a donde su personaje le dice al jefe que va a vivir. Y así escribe Houllebecq la fisonomía de nuestra tierra: "una hacienda vitícola en la provincia de Mendoza". La cita es prueba de cómo la experiencia se cuela siempre en la pluma de los autores.