Que todos los meses una película de héroes en spandex invada las salas, era una postal impensada dos décadas atrás. Pese a los aislados sucesos de DC con “Superman” (1978) y “Batman” (1989), recién Marvel pudo lograrlo con “X-Men” (2000), que este 14 de julio cumple 20 años de su estreno. Aquella película supo combinar el atractivo de las viñetas de los mutantes con las problemáticas sociales del nuevo milenio, generando una conexión inmediata con las masas. Junto al Spider-Man de Sam Raimi, fue clave para forjar la maquinaria autosustentable de universos compartidos, secuelas y reinicios, que alcanzó su esplendor con el Marvel Cinematic Universe (MCU).
A inicios de los ’90, La Casa de las Ideas estaba casi en bancarrota, por lo que apostó a los derechos y licencias. Sin embargo, la película yugoslava del Capitán América de 1990 había resultado un desastre y los borradores se acumularon los despachos sin demasiado avance.
En medio de este caos, los escritores Stan Lee y Chris Claremont entablaron charlas con la extinta Carolco Pictures, responsable de las dos primeras de Rambo y “El vengador del futuro” (Total Recall, 1990), para realizar un filme basado en los X-Men, con dirección de Kathryn Bigelow y producción de James Cameron. Sin embargo, el director de “Terminator” (1984) perdió el interés y prefirió un proyecto de Spider-Man, que luego pasó a manos de Columbia con Raimi.
Para 1992, Oliver Stone estaba en negociaciones para una película de Elektra, Columbia Pictures quería a Wesley Snipes para ser Black Panther, Wes Craven iba a dirigir el debut fílmico de Doctor Strange y Universal discutía cómo adaptar Hulk tras el fenómeno de la serie televisiva protagonizada por Bill Bixby y Lou Ferrigno. Así de rara era la danza de nombres para exprimir a los héroes que tantos millones le habían dado a Marvel.
La mala racha cambió a fines de 1992, cuando el canal Fox Kids lanzó la serie animada de los X-Men. Ante la excelente recepción, 20th Century Fox adquirió los derechos fílmicos de los mutantes, le encomendó el proyecto a la productora Lauren Shuler Donner y le encargó un guion a Andrew Kevin Walker.
Aquel borrador situaba en Nueva York a los cinco X-Men originales (Cíclope, Jean Grey, Iceman, Bestia y Ángel) junto a Wolverine para derrotar a Magneto, cuyo origen se remontaba al desastre nuclear de Chernóbil y no al Holocausto. Hubo un sinfín de reescrituras -intervino hasta Joss Whedon, quien en 2012 hizo “The Avengers”-, se eliminaron elementos (Danger Room, centinelas, personajes) y Walker abandonó el proyecto para culminar “Seven” (1995). Mientras, el director Bryan Singer había ganado cierta notoriedad por “Los sospechosos de siempre” (The Usual Suspects, 1995), lo que aprovechó para dar el salto a la ciencia ficción.
Después de que Russell Crowe rechazara el papel y Dougray Scott se lesionara en el rodaje de “Misión imposible 2” (2000), el australiano Hugh Jackman fue el elegido para encarnar a Wolverine, la insignia de la saga. Nunca llegó a vestir el icónico traje amarillo, ¿pero acaso lo necesitaba?
“Podés hacer eso en un dibujo, pero cuando lo ponés en la gente es inquietante”, declaró Claremont sobre la elección de trajes oscuros. Cuando el proyecto cinematográfico se había estancado, el célebre autor de historias como “La saga del Fénix Oscuro” y “Días del futuro pasado” envió un memorándum a Fox explicando qué hace diferente a los X-Men de otros superhéroes.
Con estos cambios, la película optó por un tono más conciso, realista y sobrio, dándole protagonismo al mutante de las garras de adamantium y relegando a personajes como Cíclope (James Marsden). Incluso, la tímida Rogue de Anna Paquin difiere de la contraparte del cómic, en un intento por entender su mutación desde el dilema de la adolescencia y la alienación (absorbe la energía, los recuerdos y los poderes de las personas que toca).
Como Martin Luther King y Malcolm X, el corazón de la saga es la lucha entre Charles Xavier (Patrick Stewart), quien confía en la convivencia pacífica entre humanos y mutantes, y Magneto (Ian McKellen), quien encuentra en la rebelión la solución para modificar el sistema. “Una niña que atraviesa las paredes. ¿Qué podría detenerla de entrar en la bóveda de un banco? ¿O en la Casa Blanca?”, cuestionan los políticos de turno, al promover la persecución.
Tras el redituable debut en taquilla, la secuela “X2” (2003) elevó las virtudes de su predecesora, equilibró el trasfondo social con piezas de acción más atractivas y dejó secuencias memorables como la de Nightcrawler en la Casa Blanca, la confesión de Iceman a su familia y la inspiradora conversión de Jean Grey en Fénix.
No obstante, “X-Men: la batalla final” (X-Men: The Last Stand, 2006) abarcó demasiadas líneas argumentales (el cierre de la trilogía, la cura, el Fénix Oscuro), las simplificó de manera grosera y fracasó en el intento. Lo mismo que el primer spin-off de Wolverine (X-Men Origins: Wolverine, 2009), que recibió enmiendas en las posteriores entregas.
El desgaste de los X-Men en el cine ocurrió justo cuando Marvel comenzaba a levantar su universo serializado de los Avengers con alianzas con Paramount y Universal, hasta que Disney unificara el control.
En respuesta, Fox encaró una precuela más que satisfactoria titulada “X-Men: primera generación” (X-Men: First Class, 2011), que permitió expandir las versiones jóvenes de los protagonistas en medio de la Crisis de los Misiles en los ’60. “Wolverine: inmortal” (The Wolverine, 2013) siguió con una travesía por Japón, mientras que “X-Men: días del futuro pasado” (X-Men: Days of Future Past, 2014) reunió a las dos generaciones de mutantes, abrió el juego de las líneas temporales e incluyó guiños como el asesinato de JFK o el final de la guerra de Vietnam. Lástima que “X-Men: Apocalipsis” (X-Men: Apocalypse, 2016) y “X-Men: Dark Phoenix” (2019) insistieron en fórmulas repetidas y superficiales.
Por su parte, las dos películas de “Deadpool” (2016, 2018) demostraron que era posible tomar un camino alternativo al tono ATP de Disney. Y cuando todos creían que la saga estaba agotada, llegó “Logan” (2017) para brindar la despedida que su estrella merecía, incluyendo una nominación a guion adaptado en los premios Oscar.
Quizás “Blade” (1998) haya sido la chispa, pero “X-Men” fue el catalizador que dejó de lado los dioses todopoderosos por los mundanos dotados (o maldecidos) con un don que nunca pidieron y que los aparta de la sociedad. Tras la adquisición de Fox, la saga finalmente será reiniciada en manos de Disney, lo que demuestra la sinergia de un fenómeno que dista bastante de concluir.