La de Julia Ducournau es una de las miradas más perturbadoras e interesantes de la actualidad. Conocida por su interés en el body horror -un subgénero algo soslayado por la crítica y difícil de vender al público-, la directora francesa ha logrado este año acaparar titulares por “Titane” (2021), ganadora sorpresiva de la última Palma de Oro en Cannes. Y no precisamente por parábolas redentoras o didactismo que encaje con esta época inane. La suya es una película retorcida, esperpéntica e incómoda, que descarga con potencia artística diversas frustraciones sociales en torno a las familias fallidas, al amor disfuncional y a la mutación de los humanos con la tecnología.
Alexia (Agathe Rousselle) es una chica afectada por un pasado angustiante. La relación con su padre nunca funcionó y hasta derivó en un accidente automovilístico, que la dejó con una placa de titanio en la cabeza. Ya adulta, se rehúsa a la estabilidad económica de su familia y opta por dar rienda suelta a su cuerpo en exhibiciones de vehículos, con los que establece el único vínculo en su vida, así sea sexual.
También carece de cualquier ápice de empatía. Es una Beatrix Kiddo andante, capaz de convertir una aguja de pelo, una silla o su propia boca en un arma asesina. Cuando las cosas se salen (aún más) de control, Alexia huye de su hogar, altera su cuerpo al extremo de lo imaginable y adopta la identidad de Adrien, un adolescente desaparecido hace años. El engaño le permite ser cobijada en los brazos de Vincent, un bombero obsesionado con la juventud vía esteroides (Vincent Lindon).
Así de desprejuiciado como se lee lo anterior, de igual manera Ducournau filma a sus seres. Es una cineasta que abraza la monstruosidad, la incorpora tanto en su subtexto como en sus recursos estéticos ultraviolentos y consigue una imaginería memorable dentro del horror corporal, alejada de dogmas a cumplir. Ese orgullo de lo imperfecto le posibilita manejar el desconcierto de los espectadores, a la par de entregar una sólida discusión sobre la otredad.
Como toda buena discípula, la directora francesa toma en el filme a “Crash” (1996) del maestro David Cronenberg como escuela para explorar otra arista posible de la fusión de carne y materia inorgánica (aunque dada la evolución de lo artificial este último término está quedándose limitado y falaz). En su amalgama, replica el descontrol de “Rabia” (Rabid, 1977) -otra del canadiense-, emula la filmografía de su colega francesa Claire Denis y se mete en la oscuridad que tan bien le sale al surcoreano Na Hong-jin.
En “Voraz” (Raw, 2016), su primer largometraje sobre una joven vegetariana que se vuelve adicta a la carne justo en su salto a la universidad, Julia Ducournau ya había dejado patente su marca. Si bien repite en “Titane” un nivel de gore similar, la sucesora resulta más tolerable para ciertos estómagos debido al enlace emocional alcanzado por los protagonistas, Rousselle y Lindon, en esa (de) construcción del hijo perdido y del padre afectuoso.
Quien decida enfrentarse al visionado de “Titane” podrá escoger su propia lectura, igual de válida que tantas otras, así parezcan incompatibles en un mismo debate. Los abusos infantiles, el género fluido, la cosificación femenina, la dependencia de la tecnología, la filosofía cyborg…
Sin limitarse a una celebración superficial, Ducournau asevera que la monstruosidad nunca es deseada. Queda claro en cómo le da marco al retrato de la psicópata interpretada por Rousselle (más de uno seguro quitará la vista en una escena que incluye un lavamanos). ¿Acaso alguien en la sociedad busca ser rechazado, reprimido y humillado? Lograr esa madurez solo es posible gracias a la complicidad -exasperante, seguro- del espectador hacia tan delirante relato.
“Titane” es instinto y reflexión a la vez. Una experiencia audiovisual que no se avergüenza de su pertenencia al horror, sino que ratifica y defiende su especie para mostrar la imperfección humana sin tapujos. Depende ahora de quién apunte con el dedo.
“Titane” estará disponible en la plataforma de streaming MUBI desde el 28 de enero de 2022.