Limitarlo a director, guionista y fotógrafo sería injusto. Abbas Kiarostami fue un poeta del cine. Cuando partió en 2016, se perdió para siempre un alquimista de la aventura, que creaba mundos entre la ficción y el documental y demostraba las posibilidades en el universo infinito de lo cotidiano. Un autor genuino, calmo y sensible, en cuyas historias universales se encuentra el potencial del poderío humano.
La trilogía de Koker (1987-1994), como popularmente se la conoce pese al desacuerdo de su hacedor, lanzó a Kiarostami a la vanguardia de la escena mundial. Más allá de algunos rostros familiares, las tres películas apenas comparten el escenario de Koker, una aldea rural iraní en medio de la nada, mientras su estructura narrativa va in crescendo en cada entrega hasta controlar las reglas -¿las hay?- del metacine. El director dialoga constantemente sobre su propia obra sin pecar de narcisista: presenta un discurso reflexivo sobre su propia construcción relatora.
Kiarostami había trabajado desde los años 70 las problemáticas de la infancia en su rol de realizador cinematográfico en el Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes Adultos de Teherán. Su primer corto “El pan y la calle” (The Bread and Alley o Nān o Kūcheh, 1970) y largometrajes iniciales como “La experiencia” (The Experience o Tadjrebeh, 1973) y “El pasajero” (The Traveler o Mossafer, 1974) examinaron el comportamiento humano y convirtieron lo que parece superfluo (un perro peligroso, el amor adolescente, un partido de fútbol) en un manifiesto de las nuevas generaciones frente al juicio inquisidor de los adultos.
Años más tarde, la búsqueda de Kiarostami se corrió de lo pedagógico y viró a la rebeldía pura en “¿Dónde está la casa de mi amigo?” (Where Is the Friend’s Home? o Khane-ye doust kodjast, 1987), la primera pieza en la trilogía de Koker. Aquí, el realizador reivindica que aquella inocencia de la niñez funciona como el dispositivo de ruptura contra la disciplina persa, encarnada en los mayores.
Ahmed (Babek Ahmed Poor) es un nene de ocho años urgido por devolverle a su amigo el cuaderno de las tareas que se llevó por error. De no dárselo antes de la clase, su compañero de banco quedará expulsado de la escuela. Nuestro pequeño héroe es incomprendido por su mamá, su abuelo y cada adulto que se cruza en el camino, por lo que su viaje -de manual, simple y tradicional, al estilo que acostumbra Kiarostami- con destino al pueblito Poshteh pone a prueba sus propias ideas sobre la vida.
La mayoría de las tomas se establecen desde los ojos del protagonista, que reflejan la valentía y la sensibilidad, mientras los adultos terminan a veces recortados, alejados y/o marginados en el encuadre. La comunidad de Koker y alrededores es apática por naturaleza. Sin embargo, el director evita la condena; más bien, desarrolla la conciencia moral de una cultura arrastrada por siglos, por ejemplo, con un abuelo que exterioriza los castigos recibidos para su disciplinamiento o una madre que queda atrapada entre las tareas domésticas.
Es célebre la postal del camino zigzagueante que recorre Ahmed en busca de su compañero de clase, que muta a un terreno desgarrado en “Y la vida continúa” (And Life Goes On o Zendegi va digar hich, 1992), segunda parte del tríptico y filmada en el Koker arrasado tras el terremoto de Manjil-Rudbar en 1990.
Esta vez, la cámara de Kiarostami abandona el ritmo de la carrera del niño. Entre planos piadosos y travellings a bordo de un auto destartalado, “Y la vida continúa” es una road movie capaz de rescatar la belleza aun en los eventos más devastadores, a través del viaje de un director (Farhad Kheradmand, alter ego de Kiarostami) y su hijo Pouya (Buba Bayour) en busca de los chicos que aparecieron en “¿Dónde está la casa de mi amigo?”.
El cineasta iraní revierte el planteo clásico de la imagen simbólica que va de lo particular a lo universal. Mientras en el primer filme invitaba a compartir la urgencia de un acto relativamente trivial (la devolución del cuaderno) para expandirse a la cultura de todo un pueblo, en la secuela parte desde una tragedia colosal para focalizarse en los testimonios pequeños, tapados por el adobe deshecho, las colinas repobladas y los bosques simuladores del hogar perdido.
La del director y su hijo es una peregrinación culposa en busca de esperanza. El altruismo que encarnaba Ahmed ha desaparecido; incluso, pese a ser el disparador inicial, a él nunca lo vemos en el metraje. Solo quedan caras extraviadas frente al fantasma de la muerte, al que Kiarostami decidirá enfrentarse de lleno en “El sabor de las cerezas” (Taste of Cherry o Ta’m-e gilâs, 1997). No es casualidad que el cineasta prefiriera la inclusión de esta película en su tríptico cinematográfico.
Si en “¿Dónde está la casa de mi amigo?” la ficción se imponía a la realidad, en “Y la vida continúa” el trucaje queda expuesto deliberadamente, ya sea en su base narrativa alineada a los parámetros de André Bazin o en los guiños/easter eggs en pantalla. Lo observamos en el afiche del filme que hizo famosa a la aldea, en la celebración de la Copa del Mundo (nada menos que Argentina-Brasil) o en el anciano que señala a su “casa para el cine” porque la verdadera está hecha polvo.
No obstante, es “A través de los olivos” (Through the Olive Trees o Zīr-e Derakhtān-e Zeytūn, 1994) la película de Kiarostami que logra reconocerse a sí misma como película. Como si fuera una superación del juego tras bambalinas de François Truffaut en “La noche americana” (La nuit américaine, 1973), recuperamos al joven/actor (Hossein Rezai) que le propuso matrimonio a su novia en una escena de “Y la vida continúa” desde la óptica de una tercera manifestación del director, en la piel de Mohamad Ali Keshavarz.
Ya emancipado de lo formal, Kiarostami ajusta la narrativa con secuencias aisladas entre sí, pero unidas mediante su característica poesía. Apenas en segundos se explica el enigma de Ahmed, sin que afecte al director en su decisión de avanzar sobre sus inquietudes como el amor no correspondido y el clasismo. Al respecto, el propio Hossein propone en un momento que “si la gente leída se casara con los analfabetos y los que no tienen casa con los terratenientes, todos podríamos ayudarnos”.
Las películas de la trilogía de Koker comparten un patrón de defensa del -castigado- don de la humanidad. En el final de “¿Dónde está la casa de mi amigo?”, Ahmed descubre una flor en su cuaderno que agasaja su altruismo; en “Y la vida continúa”, el director y Pouya son auxiliados por un lugareño para retomar su andanza más allá del zigzag; y en “A través de los olivos”, Hossein abandona su caminar pausado y cruza el prado detrás de su amada. La esperanza, el germen del movimiento.
Abbas Kiarostami era un firme creyente de un cine que brinde más posibilidades, experimentación y tiempo. Hablaba de uno a medio fabricar, como plasmó en su trilogía al desmontar la realidad. De patrones formales, pero inacabado. Solo es posible completarlo con el espíritu creativo de los espectadores.
”¿Dónde está la casa de mi amigo?” y “A través de los olivos” están disponibles para ver en la plataforma MUBI.