A Brian De Palma le han dicho imitador, cultor del homenaje, vampiro creativo… Todos son clichés que suelen repetir sus detractores, debido a la fascinación explícita del director por Alfred Hitchcock, aunque también por Jean-Luc Godard, Michelangelo Antonioni y Howard Hawks. Por supuesto, nombres inevitables de mencionar al analizar su filmografía, pero ¿acaso el arte es unívoco? ¿Qué gracia tiene su existencia si no permitimos que pueda ser recuperado, reinterpretado y debatido?
Reprobada en su momento pero revalorizada con el paso del tiempo, “Doble de cuerpo” (Body Double, 1984) es la prueba de que a De Palma, incluso en la extrema resignificación de sus próceres, le sobra destreza para moldear las técnicas narrativas. Y paradójicamente, en esos excesos de intertextualidad, todavía su marca autoral es lo suficientemente interesante para trascender la superficial discusión sobre sus influencias.
Para los olvidadizos, “Body Double” presenta a Jake Scully (Craig Wasson), un actor que padece claustrofobia, lo que le obliga a perder su papel como vampiro en una película de terror de bajo presupuesto. Como si fuera poco, se entera que su novia le es infiel y que debe buscar un nuevo hogar.
Durante un taller de actuación, Jake conoce a un colega llamado Sam (Gregg Henry), quien justo debe viajar por trabajo y decide prestarle la Chemosphere, su casa de aspecto ultramoderno, estructura octogonal y excelente vista en las colinas de Hollywood (sí, la misma en que reside Troy McClure en “Los Simpson”). Desde allí, y a través de un telescopio, Jake comienza a obsesionarse con una vecina, que cada noche realiza un baile sensual en la ventana. Pero cuando él es testigo de su brutal crimen, descubre que hay demasiadas coincidencias y se obsesiona con buscarlas él mismo sin la Policía.
De guiarnos por las expectativas económicas y los números finales, “Doble de cuerpo” forma parte de la abultada lista de fiascos reconocidos por De Palma. Si la película existe es gracias al éxito que tuvieron previamente “Vestida para matar” (Dressed to Kill, 1980) y “Scarface” (1983). En el caso de esta última, más bien por la repercusión mediática y el culto cinéfilo, ya que en cifras fue una escueta jugada: recaudó 65 millones de dólares, apenas el doble de su presupuesto.
Columbia le había ofrecido a De Palma un contrato por tres películas, de las cuales “Doble de cuerpo” sería la primera. El estudio le aprobó 6 millones de dólares para rodar el thriller erótico, que le terminó devolviendo 9 millones: el acuerdo acabó de inmediato. Pero, al igual que De Palma suele resaltar en sus entrevistas, a nosotros poco importan esas magras cifras, sino más bien el legado del filme en cuestión.
“Siempre debes darte cuenta de que te critican con respecto a las tendencias del momento. Y cuando la tendencia cambia, todos se olvidan”, declaró el cineasta en “De Palma” (2015), documental dirigido por Noah Baumbach y Jake Paltrow, acerca de los embates sufridos en aquel entonces.
Para 1984, De Palma ya era popular por “vampirizar” la obra de Hitchcock en sus películas. Las más obvias, “Hermanas diabólicas” (Sisters, 1972), “Obsesión” (Obsession, 1976) y “Vestida para matar”. Incluso, en las dos primeras se tomó el lujo de contar con las pavorosas cuerdas del compositor Bernard Herrmann, colaborador frecuente del maestro del suspense.
En “Doble de cuerpo”, la inspiración es, al igual que en “Blow Out” (1981), “La ventana indiscreta” (Rear Window, 1954), a la que se suma “La llamada fatal” (Dial M for Murder, 1954), de la que calca a Grace Kelly en el teléfono para el asesinato de la mujer que obsesiona al protagonista. Y se desarrolla la fobia del personaje principal al estilo de “Vértigo” (1958).
Ahora, ¿por qué con De Palma el ensañamiento? Lejos está su obra de la reducción que hoy canibaliza el mainstream, desesperado por referenciar al tejido cultural para generar gratificación en el visionado. El director de “Carrie” (1976) nunca apostó por la cacería de guiños, lo suyo siempre fue un trabajo artesanal sobre la sustancia, de aprovechar la plasticidad pictórica para administrar el tiempo (germen del cine) y de construir una narrativa visual que, aun quitando los recursos del “homenaje”, sea honesta, auténtica y absolutamente autoral.
Desde finales de los 70, los críticos de la revista Cahiers du Cinéma apartaron a De Palma de ese juego de “sombras” donde había quedado atrapado en su país natal. Destacaron su capacidad para estimular las posibilidades de la realización cinematográfica, pero no precisamente por sus trucos frecuentes (el split diopter, la pantalla dividida, la sincronización en la puesta de escena…). Anclaron su interés en cómo el cine de De Palma hace repensar la relación con la historia del cine, cómo recupera las técnicas de antaño para que interactúen con una nueva audiencia y, lo más importante, cómo logra que una imagen jamás se agote.
Por más momentos que puedan aludir a Hitchcock, en “Doble de cuerpo” no hay lugar para el moralismo ni el romance. Hay voyerismo, hay persecuciones (la secuencia en el mall y la de la playa son soberbias), hay violencia explícita. Seguro. Pero De Palma apela a los excesos (el indio con el taladro), al erotismo que roza lo kitsch y a la parodia del cine en el cine.
En este último punto, por ejemplo, De Palma cuela el cuasi videoclip al ritmo de “Relax”, de Frankie Goes to Hollywood, con el metafórico juego de espejos mientras el protagonista busca a Holly Body, la actriz porno interpretada por Melanie Griffith, que asume el rol a lo Kim Novak de entre los muertos.
“Doble de cuerpo” es la réplica de De Palma a sus detractores, aquellos que acusaron a su filmografía de una indulgencia decorada en sangre, misoginia y desnudez barata. La salida a esos juicios está aquí, justo a mitad de su carrera, cuando supera el miedo al encasillamiento y reflexiona sobre el arte que le apasiona a través del concepto del doble y del “engaño” de los espectadores, clave en la ilusión cinematográfica.
Cuatro décadas más tarde, y más allá de los tropiezos propios de cualquier mortal, debe ser reparador para De Palma constatar la reputación lograda.