El de Gabriel Vacchelli es sin duda un caso inédito en las letras mendocinas: ganador en tres ocasiones del Premio Vendimia, y en un mismo género, lo cual lo muestra como un novelista consumado, en posesión de los resortes indispensables para la creación de historias de largo aliento: en 2012 la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Provincia de Mendoza instituye por primera vez la categoría “Novela” para ser premiada en el marco del más importante premio literario de la Provincia, y su ganador fue —precisamente— Gabriel Vacchelli con Agualima. Luego, el mismo Vacchelli se hizo acreedor a la distinción con Malditas mujeres en bicicleta y, en 2024, “reincidió” con El rastro del huemul azul, recientemente distinguida.
En esta oportunidad voy a referirme en particular a la segunda de las novelas, porque en ella se advierte en plenitud esa Mendoza transfigurada por la alquimia de la imaginación, pero perfectamente reconocible, incluso declarada en algunos topónimos, aunque el efecto final sea similar al de un rompecabezas en el que las piezas se han reordenado de un modo arbitrario, creando una realidad totalmente nueva, abigarrada, rica en matices.
La imaginación de Vacchelli se nutre de los más variados reservorios: la actualidad, pero también la historia y no solo esta, sino también la leyenda, el mundo real y el supra real en perfecta amalgama, creando un cosmos con vida propia, perfectamente diseñado por el narrador, en un texto que frecuenta tanto los recursos de la crónica como los del realismo mágico.
Algunos ejemplos: desde las primeras páginas presentimos que a lo largo de las páginas no falta ninguno de los tópicos actualmente en circulación y capaces de atrapar el interés del lector: la desaparición de mujeres con sospechas de trata o de femicidio, la acción de las sectas, la violencia ejercida contra algunas personas a causa de su identidad sexual, la homosexualidad y el travestismo.
Por otro lado, la historia, por ejemplo, se hace presente a través de la vívida descripción del asesinato del “Gauchito” Lencinas el 10 de noviembre de 1929, frente a la Plaza San Martín, lo que permite echar un vistazo a toda una época de la política mendocina caracterizada por la puja entre “conservadores” o “gansos” y “lencinistas”. También, en función de la temática central de la novela, que se centra en figuras femeninas, el autor prodiga algunas referencias a ese episodio nefasto en nuestra historia, constituido por la acción de la “Varsovia” o la Zwi Midgal, que regenteaba una red de prostitución en Buenos Aires entre 1906 y 1937.
No faltan tampoco presencias fantasmales que recuerdan a todas las “damas de blanco” que pueblan las creencias populares alrededor de todos los cementerios, solo que en este caso no es una presencia innominada, sino un personaje fuertemente enraizado en la trama, unida por vínculos familiares a algunas de las protagonistas.
También se retrata el paisaje mendocino, tanto el natural como el cultural, de olivos, álamos y viñedos, con sus industrias derivadas, y por supuesto, la presencia de un fenómeno telúrico que atraviesa tanto la historia como la literatura de Mendoza; el terremoto, que desempeña importante papel en la trama y es responsable de uno de los símbolos que confieren densidad a la creación novelística: la cruz en la piedra.
Otro símbolo particular y muy ingenioso que postula la obra, en relación con el acento feminista ya mencionado, es la representación del mundo femenino, y en cierto modo su “liberación”, a través de las bicicletas aludidas en el título. Por el valor de esta novela se asienta no sólo el interés que despiertan las temáticas más o menos actuales ya aludidas, sino también en el seguro dominio de las técnicas literarias, y su concreción en párrafos bastante extensos, que parecen dejarnos “sin aliento” en la lectura y que refuerzan esa impresión de barroco abigarramiento que preside el mundo novelístico de Vacchelli.