El hombre odiaba los pájaros. Más que odiarlos: les tenía aversión. En las antípodas de la belleza, a Truman Capote las aves le causaban tal pánico que no podía pensar en una materialización más acabada del infierno. Por eso la Navidad de 1952, durante su estancia en la casa de Sicilia, cuando su amiga Graziella le dio el regalo el hombre desesperó: era un cuervo.
Más allá de la anécdota -que terminó con Truman adoptando con amor al pájaro- lo notable es el subtexto. "El cuervo" es una de las obras trascendentes de Edgar Allan Poe, escritor que marcó una influencia indudable en algunos cuentos de Capote, como en "A tree of night" (1949), "Miriam" (que publicó en la revista "Mademoiselle" y obtuvo el premio O'Henry en el '46).
De esa introspección de aires oscuros Truman fue extrayendo otros juegos basados en lo autobiográfico y la intromisión de su persona en los textos. El asunto se volvió gesto literario y así es como ingresó en el territorio de lo "non sancto" con "Otras voces, otros ámbitos" sobre un chico que elige a un travesti como imagen paternal.
De ahí en más ese rubiecito amanerado y frívolo, gustoso de las noches de glamour, whisky y estrellas de cine, de viajes exóticos y residencias elegantes en Sicilia –donde hace pie la anécdota del cuervo–, Grecia y España comenzó a destilar en sus obras una aguda crítica a la burguesía y la sociedad de su tiempo. Curioso juego de espejos en el que el hombre, afincado en el supuesto vacío del lujo sofisticado puede en el papel trazar el panorama de un opuesto ideológico del que "Desayuno en Tiffany's" -1958- nos parece el opus más contundente. El libro se volvió película en 1961, cuando Blake Edwards convirtió a Audrey Hepburn en un ícono cultural de su tiempo con esas imágenes.
Pero Truman Capote no es solo uno de los mejores escritores de ficción de Estados Unidos -nació en Nueva Orleans el 30 de setiembre de 1924, motivo por el cuál estamos aquí repasando su legado- sino que es también una referencia para el periodismo narrativo.
Hizo memorables entrevistas para Playboy (de las que deriva "Desayuno en Tiffany's"), y fue un gran colaborador del New Yorker. Para ese medio inició la investigación con la que se adentra en el caso Cuttler, un múltiple asesinato perpetrado por Perry Smith y Dick Hickock en 1959 en Kansas. De ahí no solo salió la extraordinaria "A sangre fría" (1966), que disecciona la psiquis asesina y le pone contexto social, sino también un género que por nuestros días ya es moda: la no ficción o periodismo narrativo.
Este formidable texto documental, con una prosa en la que Capote va develando la monstruosa perspectiva de los asesinos, instaló a la literatura -junto a las obras de Norman Mailer y Tom Wolfe- como gesto posible para relatarnos la realidad.
Hoy en nuestro país periodistas como Josefina Licitra, Federico Bianchini, Sonia Budassi, Martín Caparrós o Leila Guerriero se han convertido en referencias del género y propulsores de una obra literaria de alto voltaje.
También lo cultiva, del otro lado del océano, el inmenso periodista y escritor francés Emmanuel Carrère, autor de obras de no ficción como "El adversario"; que tiene un solvente filme de Nicole García, interpretado por Daniel Auteuil. Carrère, invitado al Festival del Libro de Guadalajara, fue quien ayer le puso voz a aquello que inició Capote.
No es caprichoso traer a colación la prosa impactante de Carrère, ni su libro "El adversario". Pues ese texto sobre la vida y el juicio del asesino Jean-Claude Romand tiene filiaciones innegables con "A sangre fría", aun cuando el estilo narrativo del francés sea distinto.
El panorama en torno al que reflexionó Carrère, en una conferencia que dio ayer en Guadalajara, no es alentador. El motivo de sus desvelos tiene que ver con el hecho de que la literatura puede adaptarse a la "evaporación" de la realidad que suponen las noticias falsas. "En cambio, las noticias falsas cuestionan la esencia misma del periodismo", dijo ayer durante su charla.
Para Carrère no se trata de una limitación ética la que hay entre la ficción y la realidad, sino que la frontera la marcan los hechos: “el usar nombres reales o ficticios establece la diferencia. Con nombres ficticios, es ficción; si utilizas nombres reales, no lo es y puedes ser acusado ante la Justicia”, dijo.
De ahí que para el escritor y periodista la preocupación está en otro lado: "No se puede hablar de la muerte de la novela; hay muchas variantes y seguirá existiendo en sus diferentes formas". Otra cosa es el oficio periodístico en el que, de modo muy parecido a Truman, comenzó a trabajar cuando tenía 20 años. "El periodismo se enfrenta al mismo problema que la música: la gratuidad". También a la falta de presupuesto y espacio para realizar reportajes. "La evaporación de la realidad que supone la difusión de noticias falsas" es para él la expresión que surge en este escenario de cara al futuro.
¿En qué estaría Capote, inspirador seguramente de Carrère, en este mismo contexto? No sabemos si aquel hombre exótico y sofisticado habría sido uno de los actuales cronistas del mundo queer. De lo que sí damos fe es de que su obra se codea entre los clásicos.