Unión eterna: ocho extraños, hermanados en la travesía al avión uruguayo caído

Una mendocina y siete viajeros del mundo se conocieron en el Valle de las Lágrimas. La experiencia los unió y planean otras aventuras.

La inmensidad de la montaña unió a estos aventureros, que encontraron otro sentido a sus vidas en el Valle de las Lágrimas. | Foto: gentileza
La inmensidad de la montaña unió a estos aventureros, que encontraron otro sentido a sus vidas en el Valle de las Lágrimas. | Foto: gentileza

Belén Milone Zabala es mendocina, líder de Recursos Humanos de una empresa multinacional y amante del deporte, la aventura y la vida sana. Tal vez por eso, la expedición al Valle de las Lágrimas, donde cayó el avión uruguayo en 1972, era para ella un sueño pendiente. Decidida, se anotó sola en un contingente organizado por el experimentado Eduardo “Tuiti” Molina para cumplir esa cuenta pendiente el último fin de semana largo de Carnaval junto a, nada menos, que 60 desconocidos de todo el mundo.

Claro que jamás imaginó que aquella aventura, además de transformar su vida, iba a regalarle siete amigos verdaderos provenientes de diferentes puntos: Buenos Aires, Asturias (España) y Uruguay. Con ellos, en escasos días, selló un lazo inquebrantable de equipo y fraternidad.

“Sentí un llamado, un sueño que ganó a la resistencia de decir que no podía, que era costoso, que no era el momento. Nunca es el momento, pero me decidí y me llevé una sorpresa maravillosa”, resume Belén, en diálogo con Los Andes.

Belén Milone Zabala, la mendocina anfitriona.
Belén Milone Zabala, la mendocina anfitriona.

Iniciada la travesía, cruzando el río Atuel, mientras el equipo se cambiaba el calzado y se disponía a colocarse zapatillas de treeking, inesperada y espontáneamente se armó este grupo multicultural que, más tarde, ya unidos en WhatsApp, dieron en llamar “Dania’s team” en honor a la uruguaya Dania Hurcade, la mayor y más experimentada montañista.

“Si a esta tremenda experiencia vivida en el lugar donde cayó el avión le sumo este vínculo que surgió casi sin querer, puedo asegurar que resultó perfecta. Volví a ser una niña en la montaña y vivimos días de gran espiritualidad donde entendimos el verdadero significado del mantra: la queja anula y el optimismo habilita, permite y atraviesa”, reflexiona.

El grupo está formado, además, por Facundo Blaustein, de Buenos Aires; Pablo Roza, de España y Agustín Greno, Matías y Esteban Olivera, Florencia Arregui y Dania Hourcade, todos de Uruguay.

Tras cumplir las distintas etapas de esta travesía y numerosos momentos reflexivos, los planes entre los ocho nuevos amigos no se hicieron esperar: piensan hacer una experiencia en la base del Everest, el cruce de los Andes a pie y también el increíble Camino a Santiago de Compostela.

“Se trata de seguir activos y de reunirnos pronto para compartir nuevas experiencias”, explica Belén. “Siempre he sentido miedo por los caballos y esto fue una vivencia de mucha confianza hacia los animales y los arrieros. Se trata de una cima distinta a la que estamos habituados a realizar. Aquí el ego no existe, todos hemos formado un equipo que supo respetar tiempos y ritmos de cada uno”, apunta.

El santuario y ocho amigos de distintos puntos del mundo
El santuario y ocho amigos de distintos puntos del mundo

Asegura, además, que nunca imaginó el bienestar que puede alcanzarse en la cordillera, más allá del espíritu de solidaridad reinante. “Ellos se habían conocido la noche anterior, cuando fueron a cenar a la Peatonal. Quedaron encantados con Mendoza. Más tarde me uní al grupo con una felicidad inmensa porque compartimos una transformación, entendimos que allí arriba la vida le ganó a la muerte y que estos sobrevivientes nos enseñaron el sentido de la solidaridad y el respeto”, reflexiona esta mendocina aventurera.

“Belu” está convencida de que el encuentro se dio en el momento justo y que la riqueza de su provincia, su suelo, sus colores y paisajes la hicieron sentir orgullosa. “Celebramos, bailamos y recitamos los días vividos”, evoca. Lo cierto es que logró el sueño de chiquita. Como gran lectora, conocía de memoria la tragedia del avión uruguayo a través de películas y libros. Pero esta vez fue distinto: estuvo allí y trajo mucho más de lo que jamás imaginó.

“Argentina, no me pidas que no llore por ti”

Pablo Roza Junquera tiene 47 años, es de Oviedo, Asturias (España) y forma parte de “Dania’s team”. “Dicen que la montaña es un viaje sólo de ida, que te recibe de una manera y te devuelve de otra. La montaña lo ha hecho, pero hubo siete personas que acentuaron esa percepción”, apunta en diálogo con este diario.

“La montaña es grandiosa, imponente, intimidante en lo físico, sensorial, pacificadora, calma, paz en lo emocional. Físicamente estoy en Asturias, mi patria querida y mentalmente sigo en los Andes”, continúa, emocionado.

Pablo confiesa que llegó a Mendoza con el temor de ser un extraño entre 60 desconocidos aunque, una vez reunido con el contingente, se fue sintiendo uno más. “Recibí un amor que he intentado devolver”, reflexiona.

Y agrega: “Me fui amando a siete personas a las que mis nietos conocerán por mis relatos y a los que querré y recordaré hasta mi último día. Gracias por cambiarme la vida, amigos. Os quiero”.

“Argentina, no me pidas que no llore por tí, ya que lo haré el resto de mi vida”, concluye.

Florencia Arregui (40), oriunda de Mercedes, Uruguay, recitó las propias palabras de un amigo en una experiencia anterior: “No te frene el obstáculo insalvable si persigues un fin gallardo y noble. El desierto, el abismo, la montaña no son vallas insalvables para el hombre”.

cruzando el rio Atuel
cruzando el rio Atuel

“Los Andes, ese nombre quedó resonando en mí. Caí en la cuenta de que cada uno había ido a superar su propia montaña. Algunos a encontrarse consigo mismos; otros a rendir honores a un amigo fallecido o a demostrarse que podía superar sus propias limitantes físicas y mentales ante tanta inmensidad”, sostiene.

“Pero la montaña –asevera- nos dejó algo más que nuestros objetivos individuales. Nos conectó rápida y mágicamente con nuestros compañeros. Una sinergia que sacó lo mejor de cada uno de nosotros”.

Por su parte, Facundo Blaustein, de CABA, afirma que la montaña “no baja a la misma persona que subió”. “Esta fue la primera frase que escuché al entrar al Valle de las Lágrimas y puedo decir que soy una prueba viviente de su veracidad”, señala.

“No me refiero a los paisajes, que no aparecen ni en los mejores fondos de pantalla, sino de la soledad de la cordillera sólo interrumpida por el silbar del viento que fluye por la montaña y obliga a conversar con uno mismo, su pasado y futuro”, añade Facundo

Y sigue: ”Es aquella soledad que te obliga a perdonar y perdonarte, agradecer y agradecerte. Es en aquella taciturna soledad donde nos replanteamos las cosas que, con las distracciones de la vida cotidiana y la modernidad, es imposible pensar. Gracias, soledad”.

Sin embargo, opina, la soledad no alcanza por sí misma, “ya que, si sólo nos centramos en nuestro interior, no encontraremos algo nuevo, sólo algo perdido”.

“Lo realmente nuevo surge del compañerismo. Un compañerismo presente en personas que hasta el momento eran desconocidas para mí y, aún así, se situaron en lo más profundo de mi ser. Con ellos aprendí que para acompañar, motivar, inspirar y alegrar no se necesita mucho, tan solo una palabra, una mirada o el ruido de los pasos cercanos, los cuales, en la inmensidad, te recuerdan su presencia”, evoca este porteño.

Esteban Olivera, que vive en Montevideo, asegura que la montaña le dejó, además de un gran vínculo con su sobrino Matías, de 13 años, un grupo de amigos “heterogéneos y todos muy lindos”. “Esto comprueba que la montaña ayuda a los hombres a despertar sueños dormidos, que suceden grandes cosas cuando la montaña y el hombre se juntan”, aseveró.

Dania, por su parte, dice estar convencida de que la vida “nos pone donde y con quien debemos estar en el momento justo”. “Este viaje surgió por una simple conversación y terminó siendo algo increíble. Amo la montaña, me da paz, me encanta ir sintiendo sus sonidos y aromas”, indica.

“Esta vez la montaña me dio más: un grupo de amigos que amé conocer. Esa magia que tuvimos desde el primer día, cada uno con nuestra impronta, apoyándonos, respetando los tiempos de cada uno, riendo, hablando, llorando”, finaliza.

Agustín remarca que la experiencia fue única e irrepetible. “Nos encontramos en un lugar lleno de magia, energía y reflexión. La montaña enseña un montón de cosas, desde valorar algo tan simple como es el privilegio de poder caminar, hasta sumergirte en pensamientos internos y reflexivos. En ella encontré un desafío, un sueño cumplido y sobre todo siete hermanos que me regaló la vida en solo cinco días”, sostuvo, para completar: “Un grupo humano donde nos pudimos abrirnos y ser realmente quienes somos. Mendoza nos regaló días mágicos de muchas risas, brindis y alegría. Una ciudad a la que volveré”, anticipa.

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