Nuevo Cancionero: cuando Mendoza le cantó al mundo

En 1963, un grupo de músicos y poetas residentes en nuestra provincia se autoimpusieron cambiar el rumbo de la música popular argentina. Y lo consiguieron, generando repercusiones en otras latitudes.

En el "Manifiesto del Nuevo Cancionero" participaron: Juan Carlos Sedero, Pedro Horacio Tusoli, Tito Francia, Armando Tejada Gómez, Víctor Nieto, Mercedes Sosa y Oscar Matus.
En el "Manifiesto del Nuevo Cancionero" participaron: Juan Carlos Sedero, Pedro Horacio Tusoli, Tito Francia, Armando Tejada Gómez, Víctor Nieto, Mercedes Sosa y Oscar Matus.

En ese mosaico enorme y diversos que es la cultura artística argentina, no pocos fragmentos del cuadro total están aportados por mendocinos. No es para menos, como muchas otras provincias del país, Mendoza ha aportado el fruto cultural de los hijos nacidos o criados en su seno y ha puesto en los ojos del país, cuando no del mundo, muchos de esos aportes. Ahí tenemos, entonces, a Quino con su Mafalda inmortal; a Antonio Di Benedetto con su narrativa incomparable; a Carlos Alonso y su pincel maestro; a Leonardo Favio con sus frescos fílmicos de un siglo convulsionado: a Julio Le Parc y su arte cinético; a Jorge Enrique Ramponi y los versos infinitos; a los Enanitos Verdes con sus canciones sin fronteras.

Pero de entre toda esa gran serie de aportes culturales hay uno que tal vez destaca con particular brillo, no sólo por los artistas involucrados en él, sino por las repercusiones que tuvo su movimiento, y lo que significó para la historia del siglo XX no ya en la Argentina, sino en todo el mundo.

A inicios de la década de 1960, y por diversas razones, en Mendoza habían coincidido una serie de artistas notables que se conocían y, cada uno desde su rama, ejercía su influencia sobre el otro. Eran poetas, narradores, músicos y plásticos, principalmente, que vivían en una provincia no exenta de una situación política y cultural muy especial. A la vez, se daba en esos años una pugna, aparente, entre el campo y la ciudad, traducida a la vez a la antítesis entre el folclore (proveniente de las clases rurales que empezaban a llegar también a las grandes urbes) y el tango (adoptada por las clases citadinas).

Cuando de pronto el folclore empieza a ser escuchado masivamente, ese grupo activo de intelectuales y artistas que vivían en Mendoza se sienten parte de un momento histórico que deben empezar a protagonizar.

Así, los músicos Oscar Matus, Mercedes Sosa (la gran cantante, esposa del primero, tucumana radicada en nuestra provincia), Tito Francia, Juan Carlos Sedero y Víctor Nieto, junto con los poetas Armando Tejada Gómez y Pedro Horacio Tusoli irrumpen el 11 de febrero de 1963 con la publicación del que llamaron “Manifiesto del Nuevo Cancionero”, donde sientan las bases para “buscar en la riqueza creadora de los autores e intérpretes argentinos la integración de la música popular en la diversidad de las expresiones regionales del país”.

Así, desde ese momento, y con una potencia notable, motorizada sobre todo por el talento de sus integrantes, consiguen provocar una verdadera renovación en el folclore argentino, que no esquivó en nada la popularidad, y que dotó de aire nuevo las sonoridades de este canto folclórico y también, mucho, a su lírica.

El impacto de la propuesta sería tan grande que pronto se sumaron más creadores, animados por esa renovación, no sólo en el país: en Bolivia (Los K’jarkas), en Chile (con un movimiento análogo llamado Nueva Canción Chilena que integraron, entre otros, Violeta Parra y Víctor Jara), en Cuba (con la Nueva Trova de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés) o en Uruguay (Alfredo Zitarrosa) o en Panamá (Rubén Blades) aparecieron artistas movidos por esta ola.

Pocas veces desde Mendoza se ha visto una influencia tan clara, persistente e inmediata provocada por artistas que, además, tenían una conciencia clara de lo que estaban haciendo y proponiendo.

Hoy parecen lejanas, cuando no imposibles, movimientos de este tipo. Son tiempos de hiperconexión comunicacional, pero tal vez de menor conexión emocional e ideológica, o es esta más vaporosa y débil. Es difícil, además, conjugar tantos talentos como los de aquel entonces. Pero, por suerte, queda del Nuevo Cancionero Cuyano un testigo aún vigente que, tal vez, inspire a otros a poner de nuevo a Mendoza en el mundo con un arte pensado para un pueblo, el argentino, y que este se sienta otra vez acompañado “en su destino, expresando sus sueños, sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas”, tal como decían las palabras de cierre de ese manifiesto histórico e inolvidable.

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