Fernando Fader, Carlos Alonso y Julio Le Parc: maestros que iluminan el arte mendocino

Mendoza ha dado grandes artistas plásticos que han dejado su huella en los que triunfan actualmente.

Fernando Fader, Julio Le Parc y Carlos Alonso.
Fernando Fader, Julio Le Parc y Carlos Alonso.

Es como si Mendoza hubiera estado destinada a producir artistas que iluminan. Y no es una metáfora. Cuando Charles Darwin cruzó la cordillera, en el lejano 1835, tuvo una observación curiosa: “Estoy seguro de que la extrema claridad y transparencia del aire de este lugar le da un carácter peculiar al paisaje, todos los objetos parecen estar casi en un solo plano, como en un dibujo o un panorama”, escribió en su diario, perplejo en la contemplación, y vaticinando quizás inconscientemente que este lugar, tan alejado de todo, llenaría de inquietud a generaciones de hombres y mujeres sensibles.

Y así, con esa devoción por la luz y el paciente estudio en torno a ella, es que empezó a andar, a iluminarse, el camino del arte local: Fidel Roig Matóns, Vicente Lahir Estrella, Ramón Subirats o Fidel de Lucía, por nombrar solo algunos, fueron estetas de la luz, y le dieron a nuestro paisaje, con la gravitación de la montaña en primer (o segundo) plano, un lugar preponderante en su obra.

Fernando Fader (1882-1935), el primer gran pintor al que podemos considerar propio (y él también se consideraba así), pasó aquí su primera infancia, y hasta podemos deducir el papel que el sol mendocino pudo haber tenido en la educación de su retina impresionista. Y fue, de hecho, un maestro de la luz. Al desarrollar su propia técnica, se preocupó, como la escuela francesa que siguió, de la incidencia de la luz sobre los objetos.

Pero si hubiera que reconocer otro filón notable en el arte local, ése es el del grabado, y aquí predomina la oscuridad. No solo en las tintas, sino fundamentalmente en los temas: la violencia política, las pesadillas, los seres atormentados y las visiones infernales pueblan la obra de los figurativos como Sergio Sergi, Víctor Delhez, José Bermúdez en su faceta de grabador o el gran Carlos Alonso (ya vamos a él). Y Luis Quesada, que fundó esa cofradía señera que fue el Club del Grabado, fue quien abrió el universo de la expresión geométrica. Esta técnica, tan apta para transmitir ideas de forma popular e instantánea, tuvo un hito insoslayable entre nosotros.

Pero hay dos que parecen haber surgido de esta doble intersección, cada uno con su vanguardia: Julio Le Parc (Palmira, 1928) y Carlos Alonso (Tunuyán, 1929). Ambos entrarían fácilmente en el Top Five de los artistas argentinos aún vivos más reconocidos. Y aunque ambos dejaron estas tierras en sus juventudes, nos acompañan cotidianamente en calles, escuelas, centros culturales y hasta un museo...

Pero no seamos injustos: ninguno de ellos se olvidó del pago. Si, tal como reza la lírica de don Armando Tejada Gómez, “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”, ambos siguen unidos a Mendoza por un hilo dorado y de alcance universal, que es el propio arte de ambos.

“Tengo una formación muy campesina y toda mi imaginería viene de cuando tenía entre 10 y 14 años, o antes quizá”, dijo en una entrevista reciente Alonso, afincado en Unquillo (Córdoba) desde hace 40 años. “A veces el sol que se pone en la parte de atrás del taller (...) me trae una oleada de imágenes del mismo sol poniéndose detrás de la Cordillera de los Andes, y los cambios que se van produciendo a medida que el sol baja. Es lo mismo que se producía cuando era chico”, dijo Le Parc a Los Andes, refiriéndose al rincón parisino desde donde evoca su infancia.

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