Gilda recorre las calles de la city mendocina desde hace más de dos décadas

Desde que quedó viuda y su hijo tenía sólo ocho meses se la puede ver con su carrito, ofreciendo medias, por las calles del centro. Dice que así consiguió todo lo que hoy tiene.

Gilda Quinteros ha logrado progresar y darle a su hijo todo lo que necesitaba con la venta de medias desde hace 23 años. Foto: Orlando Pelichotti
Gilda Quinteros ha logrado progresar y darle a su hijo todo lo que necesitaba con la venta de medias desde hace 23 años. Foto: Orlando Pelichotti

Gilda Quinteros se despierta a las 7, con el canto de los pájaros en su casita de campo, en Las Heras. Toma su camioneta y conduce hasta el centro de Mendoza. Estaciona una hora para hacer fitness en un conocido gimnasio de la zona y recién entonces, asegura ella, empieza de buen humor su jornada laboral hasta pasado el mediodía.

“¡A las medias, a las medias…!”, grita Gilda por las calles y los bares céntricos con el desparpajo propio de la experiencia. Hace 23 años que esta mujer, nacida y criada en Las Heras, realiza el mismo recorrido con su carrito de lencería para la dama, los niños y el caballero.

Gilda es vendedora ambulante, tiene 47 años y jura que le va muy bien. Hace más de dos décadas comenzó a vender media en las calles, cuando quedó viuda y su único hijo tenía 8 meses. Ahí nomás pidió a sus padres que cuidaran del bebé porque no quería dejar de trabajar. Los abuelos cumplieron y ella no paró de vender.

Gilda cuenta que cuida la calidad de sus productos para conservar la clientela. Foto: Orlando Pelichotti
Gilda cuenta que cuida la calidad de sus productos para conservar la clientela. Foto: Orlando Pelichotti

¿Su diferencial? Gilda afirma que vende las mejores medias del centro y que el resto de sus competidores, aunque ahora son muchos, no venden productos de la misma calidad y ahí es donde ella saca ventaja. Dice que prefiere pagar más plata a sus proveedores y cobrar un poquito más, antes de ofrecer medias, calzoncillos, bóxer o ropa térmica de mala calidad y decepcionar al cliente en poco tiempo.

El mismo circuito durante 23 años

Gilda es conocida por muchos en la city mendocina. Es parte del paisaje urbano porque hace exactamente el mismo recorrido desde que empezó con la venta callejera. Por supuesto, la mujer ya cuenta con clientela propia.

Arranca su labor en la intersección de España y Las Heras, continúa por 9 de Julio y sigue hasta San Martín. Camina un tramo largo y, una vez que llega a la Avenida Colón, continúa hasta Belgrano, y el círculo vuelve a repetirse una y otra vez desde hace años. “Hacer el mismo circuito me ayudó a conseguir clientela fiel. Porque hay gente que se toma un café en el mismo bar y a la misma hora desde hace muchos años. Esa gente es la que me conoce y me compra”, relata.

A Gilda no le falta nada, asegura. Al contrario. Consiguió construir su casa, hace más de una década, en una zona rural del distrito lasherino El Pastal con su pareja, Fernando, luego de vender los autos de cada uno para poder comprar un pequeño lote.

A su hijo, Luciano Jesús, no le hizo faltar nada. “Trabajé mucho para que me hijo no tuviera las penas que yo tuve de niña, como esperar seis meses a que me compraran unas zapatillas porque éramos muchos hermanos y no había plata. Y encima se rompían antes, porque no eran de buena calidad. Por eso quise tener un solo hijo, para que a él no le faltara nada”, explica Gilda, quien se define como “amiguera, alegre, muy divertida, y familiera”.

La calle como “oficina”

Lo mejor y lo peor de la calle es la gente, asegura Gilda. Y en partes iguales. “Lo que más me ha dolido es cuando alguna persona me ha gritado o me ha faltado el respeto en la calle. Sufro, lloro, pero me seco las lágrimas y sigo. Pero también la gente me anima y es la que me da fuerza cuando estoy triste. A veces me felicitan por mi trabajo o por la constancia. O como ustedes, que me hacen una nota. Es una recompensa”, dice Gilda.

Gilda Quinteros dice que sus padres le enseñaron el valor del trabajo para salir adelante. Foto: Orlando Pelichotti
Gilda Quinteros dice que sus padres le enseñaron el valor del trabajo para salir adelante. Foto: Orlando Pelichotti

La vendedora de medias cuenta que nunca sufrió un robo en la calle, a pesar de ‘patear´ sola el asfalto y con mucha mercadería encima. “Creo que el carrito es muy pesado, no debe ser fácil de robar y encima salir corriendo”, cuenta divertida, la mujer que ha ido cambiando de proveedores según los precios, la calidad y el contexto económico. “Antes hasta me cruzaba a Chile a buscar al por mayor. Hace tiempo que ya no lo hago, no me conviene”, explica, con tono empresarial.

Su hijo, Luciano, ya tiene 24 años y es independiente. Gilda, por ende, ahora disfruta más libertades, como viajar. De hecho, hace poco y después de ahorrar durante dos meses, se dio el “gustito” de conocer Villa Carlos Paz con sus amigas de la infancia.

“Estuvo buenísimo. Ahora me mimo más, me gusta hacer cosas para mí, así que trabajo para poder seguir haciéndolo. Me da orgullo vender medias porque gracias a eso conseguí todo lo que tengo”, concluye, abundante, nuestra Gilda mendocina.

Los padres, ese ejemplo viviente

El papá Hugo y la mamá Mónica aún viven en Las Heras y son el ejemplo para Gilda de cómo sacar adelante una familia de seis hijos a fuerza de trabajo y creatividad. “Mi mamá levantó ladrillos a la par con mi papá. Juntaron cartones, chapitas, de todo. Mi papá nos dio lo mejor que pudo a mis cinco hermanos y a mí. No fue lo mejor que había, pero sí lo mejor que él pudo”, agradece.

La vendedora recuerda que sus padres emprendieron de todo para alimentar a esa familia numerosa, y que su padre fue quien le enseñó a trabajar y a ganarse la plata dignamente. Uno de los mejores recuerdos de su infancia fue cuando vendían melones en alguna esquina de Las Heras, en un puestito improvisado por don Hugo. También cuando vendían alfajores en el centro mientras su papá preparaba el plariné en los inviernos crudos de Mendoza.

Cuenta Gilda que a veces los inviernos eran tan fríos que el encargado de un cine-teatro de la calle San Juan se apiadaba de esos seis niños y los dejaba entrar a la sala vacía, mientras sus padres vendían en la calle.

Así, el encargado proyectaba una película a sala vacía y repetía por horas para entretener a los hermanos en un ambiente tibio. “Eso era hermoso. Veíamos películas, jugábamos a subir y a bajar escaleras… no me lo olvido”, destaca Gilda, quien pese a las necesidades que pasó y las zapatillas nuevas que siempre esperaba, jura que esa infancia fue la base para disfrutar tener la vida que hoy transita intensamente.

Seguí leyendo

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA