Le dio un ACV antes de subir al Aconcagua y ahora motiva con sus charlas

historias. Sofía Bauzá tuvo síntomas ya en Las Cuevas. El accidente le dejó secuelas pero se sobrepuso e inspira a otros a vivir segundas oportunidades.

Sofía quiere ayudar a quienes han vivido una situación similar y escribió un libro. Foto: gentileza
Sofía quiere ayudar a quienes han vivido una situación similar y escribió un libro. Foto: gentileza

Hasta el 8 de enero de 2017, Sofía Bauzá entrenaba, corría maratones y escalaba. Había estudiado Ciencias Políticas en la Universidad de Rosario y trabajaba en desarrollo institucional y eventos. Pero ese día su vida cambió por completo: tuvo un ACV que le dejó duras secuelas, aunque para ella han sido un aprendizaje y un desafío.

Había llegado a Mendoza para su gran objetivo en altura: el ascenso del Aconcagua, pero en Las Cuevas los síntomas le alertaron que algo no estaba bien y allí comenzó este proceso que ya lleva cinco años y 11 meses, que tiene contados meticulosamente.

Hoy asegura estar agradecida por tener la oportunidad de la vida, por todas las personas que han recorrido este proceso con ella y la han ayudado y por eso quiere ayudar a otros que han pasado por lo mismo. Así fue que se dedicó a dar charlas motivacionales y finalmente escribió un libro: “Y después del ACV... ¿Qué? Una historia de vida resignificada”.

“Hace cinco años y 11 meses que me pasó un ACV isquémico. Estaba en Las Cuevas a punto de escalar el Aconcagua y tuve el accidente”, recuerda Sofía.

Por aquel entonces tenía 33 años, entrenaba, corría maratones y había hecho ascensos menos desafiantes que el coloso de América. “Antes había llegado hasta 4.500 metros en Penitentes y Plaza Francia. Mi gran objetivo era el Aconcagua pero se frustró”, cuenta Sofía, pero lo cierto es que en su relato no hay pesar sino agradecimiento y fortaleza.

“Estaba físicamente impecable por entrenamiento y aún hoy sigo entrenado en el gimnasio y hago yoga”, apunta. Es santafesina, hoy vive en Pinamar y hace unas semanas volvió a Mendoza a presentar su libro. “Entendí que preocuparse no es ocuparse y entonces me ocupé, me reinventé y cambié el eje”, expresa Sofía. Agrega que la tranquilidad es la mitad del remedio así como la paciencia, el comienzo de la cura.

Las Cuevas es la localidad más alta de Mendoza: se encuentra a 3.557 metros sobre el nivel del mar. Fue allí que Sofía tuvo los síntomas de lo que le estaba pasando. “Sentí un fuerte dolor de cabeza, que luego estudié, se llama cefalea de estallido. Arrastraba las palabras, tenía problemas con el lenguaje, no me acordaba de nada, ni de mi DNI”, repasa.

Desde allí fue trasladada a Uspallata y luego al hospital Central, en Ciudad. “Ya de Uspallata no recuerdo nada y luego perdí la conciencia, pero sé bien que en el hospital Central de Mendoza me salvaron la vida”, sentencia.

El despertar a un nuevo capítulo

A Sofía le explicaron que la causa estaba asociada a algo genético y al estrés. “Me desperté con pañales, imposibilitada de hablar, el cerebro hundido, en silla de ruedas. Un paciente no se imagina eso. Tenía memoria pero no podía expresarme, no podía caminar, aún hoy el brazo derecho no lo puedo mover, está inutilizable y tengo afasia, un problema de lenguaje”, detalla sobre aquel momento crítico.

Respecto de su referencia al “cerebro hundido”, dice que es como un cerebro comprimido y cuenta que debieron colocarle una placa cerámica.

Su pareja, Guillermo, siempre estuvo al lado, desde el primer síntoma y aún hoy. Incluso dice que más aún. “Él siempre estuvo un paso adelante”, apunta Sofía y reconoce que el apoyo de su madre y tantas otras personas, como una gran compañera de trabajo, han sido un sostén crucial.

“Estaba bien y me cambió la vida por eso quiero concientizar”, apunta. Es que aquel instante modificó su destino, pero muy lejos del pesar, Sofía se apropió de él, lo volvió fuerza de voluntad y hoy busca transmitirlo a otros. “Mi cicatriz es la afasia”, asegura y se ríe. Ella es la responsable de que a veces las palabras salgan medio deformadas o cueste encontrar las adecuadas para armar oraciones.

“Aprendí a escribir con la mano izquierda y a atarme los cordones con una sola mano”, destaca la joven.

Pero ya no usa silla de ruedas, puede trasladarse y continúa trabajando en la Federación de Cooperativas Federadas, donde le han adaptado un lugar más espacioso.

Fue un proceso arduo, cotidiano con atención en kinesiología, fonoaudiología, terapia ocupacional, hidroterapia, psicólogos. “Es un trabajo de todos los días, requiere constancia y hoy el proceso de recuperación sigue”, subraya. Además, buscó terapias alternativas.

“Estoy viva y lo agradezco. Ayudar a las personas me hace bien a mí y a los demás”, asegura. Y es lo que la empuja a dar las charlas motivacionales y subir contenido en las redes sociales: @coachingdelacv en Instagram y en Facebook con su nombre, Sofía Irene Bauzá.

El 6 de octubre pasado su libro fue declarado de interés para la promoción de los derechos de las personas con discapacidad en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Poco después, el 18 de noviembre, hizo lo mismo la Cámara de Diputados de Santa Fe.

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