6 de abril de 2025 - 07:00

La mendocina que dejó todo para regentear un hotel de 1890 en la cima de Valparaíso

Valentina Bonora tiene 33 años y se fue de Mendoza junto a su hijo de 11. Vive y trabaja en un pintoresco edificio, declarado patrimonio de la humanidad.

A sus jóvenes 33 años, Valentina Bonora lleva adelante y sostiene un histórico y pintoresco hotel ubicado en “la cima” de Valparaíso. La vistosa edificación de color amarillo, es conocida como Casa Vander, una construcción antigua que data de 1890 y declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco.

Tan solo ingresar se sucumbe a sus encantos, en particular los enormes ventanales y simpáticos balcones que permiten apreciar desde la altura la costa y las edificaciones típicas del cerro Alegre, en la antigua ciudad de Chile.

Valentina tampoco pudo resistirse así que en octubre del año pasado la mendocina armó la valija, puso dentro sus sueños y cruzó la cordillera.

Casa Vander
Casa Vander, Valparaíso

Casa Vander, Valparaíso

Había nacido en Valdobbiadene, una localidad del norte de Italia, cuando sus padres, mendocinos, se establecieron allí unos pocos años. De aquella zona era su abuelo, pero pronto regresaron y desde los 5 años vivió en Mendoza. Es por eso que se considera mendocina, aunque su DNI no lo diga.

Tal cual cuenta, pasó en Mendoza su infancia, su adolescencia, aquí tuvo a su hijo de 11 años e instaló su negocio: una cafetería. Pero quería irse, acá sentía que por las condiciones económicas no podía crecer y soñaba con vivir en un lugar con mar. Así que un día, cuando se presentó la oportunidad, no lo dudó. Ahora puede ir cuando quiere al mar, suele ir a la playa cuando termina de trabajar y asegura que allí las cosas cambiaron mucho y que tiene otra calidad de vida.

La vida en el cerro Alegre

“Tenía el proyecto de venirme a Chile hace muchos años, intenté salir adelante allá y fue sumamente difícil, me salió la oportunidad acá, hable con mi familia y se dio”, relató a Los Andes. “Al principio me vine sola, dejé a mi hijo con mi mamá, vine a hacer balances y si el lugar estaba apto para un emprendimiento, fue en octubre de 2024 y a mi hijo lo traje en febrero”, agregó. El negocio que tenía en Mendoza lo cerró en diciembre.

El desafío no era menor, decidir instalarse sola con su hijo allá no era una poca cosa. Pero asegura que lo hizo porque sabía que contaba con el apoyo de amigos en el país vecino. De hecho, los dueños del hotel que gestiona son una pareja de amigos.

Mendocina Valentina Bonora
Valentina Bonora, la mendocina que lleva adelante y sostiene un histórico y pintoresco hotel, Casa Vander. En la costa junto a su hijo.

Valentina Bonora, la mendocina que lleva adelante y sostiene un histórico y pintoresco hotel, Casa Vander. En la costa junto a su hijo.

Su única hermana vive en Dinamarca así que para ella era importante la cercanía con su familia. De todas formas, dijo que a su mamá le encanta viajar y ha sido una excelente excusa: la vista seguido.

Sobre qué cambió en su vida cuenta: “La calidad de vida y la oportunidad de tener cosas sin trabajar como un esclavo todo el día, podés acceder a cosas, en Mendoza en mis primeras inversiones perdí 12.000 dólares y acá con 6.000 dólares hice mi emprendimiento”.

También destacó la calidad de la educación y la efectividad de las respuestas del sistema educativo chileno. “Mi hijo va a una escuela que se llama República Argentina, que es la que está más cerca”, cuenta paradójicamente. Es una escuela pública y va a quinto grado (en Mendoza iría a sexto). Relató que el chico tiene un autismo leve y que ni bien ingresó le hicieron un amplio diagnóstico, si bien habían comprado los materiales solicitados, además le dieron otros y los libros. Allí además tiene 11 materias.

“Cambiamos de lugar pero no lo que hacemos, veníamos a vivir al hotel, pero en Mendoza teníamos una rutina de escuela, trabajo y deporte y acá es igual”, apuntó.

También dijo que el lugar empuja a estar en mejor forma física. El sitio es un cerro así que no queda otra que vivir subiendo y bajando para trasladarse. Y el hotel tiene 4 pisos, por lo que sube y baja escaleras todo el día.

Valentina Bonora
Valentina Bonora, la mendocina que lleva adelante y sostiene un histórico y pintoresco hotel, Casa Vander

Valentina Bonora, la mendocina que lleva adelante y sostiene un histórico y pintoresco hotel, Casa Vander

Sin embargo, hay cosas que, como todos los que se van, se extrañan. Mencionó tres como las más difíciles; dos esperables, una que sorprende. Por un lado, la yerba: dijo que tiene 12 kilos de yerba mate almacenada en un placard porque a cada argentino que va visitarla le pide que le lleve. La otra es el asado, obvio: “Acá la carne es dura, y no es rica pero además, en Valparaíso no se puede hacer, está prohibido encender fuego por el riesgo de incendios”, contó. Pero la última es insospechada: el queso “mantecoso”, porque dijo que allá no hay.

Un edificio sorprendente

Casa Vander impresiona desde la puerta. No es grande, pero impacta, desde su diseño antiguo, su buen estado de conservación hasta su diseño. Los pisos de madera, la pequeña escalera descendente hacia un sótano en forma de resorte en medio del lobby, el baño antiguo de la recepción, las escaleras y pasillos que parecen trasladar a otros tiempos. Pero sin dudas, la suite presidencial es la vedette del lugar, en cada detalle y en particular por la bañadera estilo antiguo ubicada en su mismo espacio, como antes. Ahora, alguna de esas habitaciones es su hogar.

“Mis amigos de Chile necesitaban alguien de confianza que se hiciera cargo y mejorara los servicios”, recordó. Orgullosa cuenta que en Booking pasaron de una puntuación de 7,8 a 8,8 en 5 meses.

Casa Vander
Casa Vander en la antigüedad y sus propietarios originales. Valparaíso

Casa Vander en la antigüedad y sus propietarios originales. Valparaíso

La casa tiene una historia fascinante. Fue edificada en 1890 para Santiago Dimalow, un emprendedor inglés que trajo la cañería de gas para las luminarias en el cerro. Allí vivió con su esposa y sus dos hijos. Su rol fue tan importante que, de hecho, la pintoresca callecita donde está ubicada lleva su nombre: Paseo Dimalow.

No hace falta explicar que se trata de una zona sísmica, los mendocinos lo sabemos. Sin embargo, la edificación de 4 pisos y 9 habitaciones, ha resistido los embates. No le fue igual a la vecina: en uno de los tantos movimientos sísmicos, la antigua casona perdió su parte frontal. Puede verse en algunas fotos la diferencia del paisaje. Por eso, hace 14 años se hizo un abordaje sorprendente. Se colocaron cadenas abajo del edificio, es decir, prácticamente se levantó la casa. Eso hace que pueda moverse hacia los costados si el suelo se intranquiliza.

Arduo trabajo

Pero claro, por “su edad” el lugar requiere mantenimiento permanente por lo que el trabajo es arduo y ella está a cargo, además de ocuparse de la gestión, compras y administración. Cuenta entre otras cosas con voluntarios. “Trabajamos con un sistema de voluntarios: Wordpackers, funciona en todo el mundo, es una aplicación, los chicos se postulan para trabajar de manera voluntaria, lo hacen tres días por semana y tienen 4 libres; reciben desayuno, alojamiento y almuerzo, trabajan en recepción, cafetería, en turno noche o trabajos de mantenimiento, además les damos cursos”, detalló. Y agregó: “Ahora estoy con 4 voluntarios mendocinos, venían por una semana y llevan un mes, creo que se van a quedar”.

Valparaíso
Cerro Alegre, Valparaíso. Vista desde Casa Vander

Cerro Alegre, Valparaíso. Vista desde Casa Vander

La zona es típicamente turística, por eso llegan muchos europeos, brasileños, estadounidenses y canadienses, aunque pocos asiáticos, según observó. Eso le da un plus a la experiencia ya que le ha permitido conocer gente de muchos lugares y enriquecerse culturalmente. “La atención al público siempre me ha gustado, mi familia siempre tuvo comercio, aunque es triste cuando nos encariñamos y se van porque uno logra generar vínculos, con algunos nos queda el contacto”, relató.

Obviamente destacó que cuando van argentinos y especialmente mendocinos es otra experiencia. Hay un encuentro que emociona, hay una especie de familiaridad y hay abrazos como si ya se conocieran de alguna calle mendocina.

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