Juan (quien en realidad no se llama Juan, pero prefiere que en esta crónica se lo identifique con un nombre ficticio) tiene 49 años, es abogado y vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Está casado y desde hace ya varios años, junto a su esposa, buscaban tener un hijo, o una hija. Lo intentaron por distintos medios, pero no pudieron. “Por cuestiones médicas, no nos quedó otra alternativa que la del vientre subrogado”, destaca Juan a Los Andes desde CABA. De fondo se escucha a la esperada beba llorar y reír, mientras el abogado la tiene en sus brazos y repasa esta historia que comenzó en el invierno argentino de 2021.
La beba -a quien tampoco se identificará por su nombre- nació hace menos de un mes, a principios de septiembre, en una clínica porteña. Y el 30 de septiembre -viernes pasado- el registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, en un caso inédito y sin precedentes, emitió la partida de nacimiento a nombre de quienes fueran sus “padres de intención” en Ucrania, y quienes hoy son sus padres en Argentina.
Quien gestó a la niña, en tanto, fue una joven ucraniana, mientras que gran parte del embarazo transcurrió en Kiev (capital de ese país), entre los bombardeos, el miedo y la tensión social y bélica producto de la invasión de las tropas rusas en ese país. En el medio y ya con un avanzado embarazo, la mujer europea -a quien a partir de ahora se identificará con la letra K.- viajó a Alemania, como lo hicieron otros tantos refugiados. Y junto a sus dos hijos chiquitos, en mayo de este año K. se instaló en Argentina para estar cerca de los padres de intención de la niña que llevaba en su vientre.
“Desde el principio, la idea era que la beba naciera en Ucrania, ese era el proyecto original. Yo ya había viajado cuando comenzó todo el proceso, y la intención era volver a viajar con mi esposa a estar con K. cuando naciera la bebé. Pero cuando ella tuvo que irse a Alemania, se hizo un poco menos claro el panorama. Y aunque en un momento tuvimos la idea de volver a Ucrania y hasta estuvo la posibilidad, nos pareció un poco riesgoso. Entonces allí surgió la posibilidad que planteó Fabiana (Quaini, abogada mendocina especializada en Gestación subrogada) de que K. pueda venir a Argentina a dar a luz. Y ella aceptó hacerlo con mucho gusto”, repasa -emocionado- el abogado.
Fabiana Quaini, como el propio Juan destaca, lo asesoró como colega y amiga en todo el procedimiento y asesoramiento legar para que la pequeña fuese inscripta en CABA.
“Cuando K. decidió venir a Argentina -antes del quinto mes de embarazo, ya que después no se recomienda que viajen en avión- todos los gastos corrieron por nuestra cuenta. Y si bien era algo que desde lo económico no estaba contemplado, en medio de la desesperación no quisimos arriesgarnos y dijimos que sí a todo. Y hoy no nos arrepentimos de haber asumido ese costo”, reflexiona en voz alta.
Mientras K. y sus hijos estuvieron en la Ciudad de Buenos Aires (ya regresaron a Alemania), Juan y su esposa les alquilaron un departamento cerca de donde viven. Y durante los meses en que estuvieron viviendo en Argentina, hicieron todo lo posible porque la madre y sus dos hijos se sintieran lo más cómodo posible. “Por supuesto que no fueron vacaciones, ya que el padre y el marido de K. estaban enrolados en el ejército de Ucrania, pero uno trató de hacérselo lo más llevadero posible. Tratamos de que conozcan la ciudad, les gustó mucho Buenos Aires, aunque les pareció una ciudad un poco caótica. Pero se fueron adaptando. ¡Y hasta pudieron conocer el océano! Porque para las vacaciones de invierno pasadas, previa autorización de los médicos, K. y sus hijos viajaron a Mar del Plata. Ellos ya conocían el Mar Negro, pero estaban fascinados de poder conocer el océano”, destaca Juan. Y se vuelve a emocionar.
En cuanto a aquellas voces críticas que se suelen alzar en contra al alquiler de vientres o la gestación subrogada, Juan opta por no hacerles mucho caso. “Muchas veces la gente habla desde la desinformación, desde el desconocimiento. Es como si no tuvieran nada que hacer y elige meterse en la vida de los demás”, piensa en voz alta.
“Sé que hay críticas de distintos sectores, desde la visión del feminismo, desde lo humano, desde lo legal. Pero nosotros pudimos vivir esto desde dos planos. Intentamos hacerlo en Argentina, conocimos a la candidata gestante y hasta pudimos hacer un vínculo con ella, aunque no se pudo avanzar. Y en ningún momento vimos ni creímos que la relación fuese a quedar condicionada por una cuestión económica o de salud”, resume Juan sobre el primer intento -frustrado- que hizo junto a su esposa para finalmente poder ser padres. “Cuando se dio lo de Ucrania, en tanto, se me planteó la duda de cómo sería la situación económica de la mujer que iba a ser gestante. Pero es todo un proceso, donde es ella quien finalmente elige si quiere avanzar o no en la gestación y da el ‘ok’. Tuve oportunidad de conocerla (a K.), y no era la primera vez que ella decidía ser gestante. Tuve la oportunidad de ver una persona muy cercana y ahí te das cuenta de que no es un tema forzado ni meramente económico. Había una voluntad más cerca de lo personal. Y lo que ha hecho Katerina por nosotros no tiene precio”, concluye su idea. Aunque no descarta que existan situaciones en las que, posiblemente, el desenvolvimiento y el final no sea como el del caso de ellos tres. Y se sincera que entiende que puedan afloran las críticas allí.
Crónica del nacimiento más esperado
Tras un primer intento que nunca llegó a buen puerto para completar el trámite de la gestación subrogada en Argentina, Juan y su esposa decidieron ponerse en contacto con una agencia internacional dedicada al rubro y que tenía jurisdicción en Ucrania. Allí fue donde entró en escena la abogada mendocina Fabiana Quaini, quien mantenía una vinculación con esta agencia (Juan ya había llegado a ella averiguando por su parte también).
En el invierno de 2021 (en Argentina, verano en Europa), Juan viajó a Ucrania por primera vez. “Fue en plena pandemia. De hecho, mi idea era ir por 8 días para contactarme y averiguar todo con la agencia de Kiev y volver, pero justo me agarró un agravamiento de la pandemia y cerraron provisoriamente el Aeropuerto de Ezeiza. Me quedé varado allá, y lo que era un viaje de una semana, se convirtió en una estadía de 15 días”, rememora.
De una posible guerra o de una invasión de Rusia a ese país todavía no había indicios fehacientes. “El conflicto no estallaba todavía, aunque sí se veía cierta tensión y se respiraba en el lugar. Me encontré con una cultura diferente, y había leído que Ucrania y Rusia estaban en conflicto desde 2014. De hecho, en la calle había animosidad, además de recordatorios y memoriales de fallecidos por todos lados. Se respiraba un cierto clima, pero no como para pensar en el desenlace de la invasión”, recuerda Juan.
Incluso, cuando con su esposa pensaron en que su hija (o hijo) fuera gestada (o gestado) en Ucrania, ni siquiera se imaginaban que el país terminaría por convertirse en una zona de riesgo. “Creímos que era algo solo local, que no pasaría de allí”, acota el abogado, quien también conoció durante ese viaje a quien se convertiría en la gestante a futuro.
Luego de ese primer viaje, comenzó todo el proceso científico y legal para que se proceda a la producción embrionaria y se completen las transferencias a la gestante. Hubo un primer intento que no dio resultados positivos, pero Juan y su esposa insistieron. “Para la Nochebuena del 2021 nos anunciaron que K. estaba embarazada. Fue un lindo regalo de Navidad”, recuerda.
La gestación, entre bombas y fuego cruzado
Más allá de esa confirmación, el matrimonio argentino tenía bien en claro que aún restaba lo más importante y crucial. “Uno se pone contento con los avances y cuando le confirman que el bebé se está gestando. Pero con tantos reveses, a la vez uno trata de ser prudente”, explica Juan.
Desde el primer día, por medio de un detallado seguimiento de comunicación, a Juan y a su esposa se los tuvo al tanto de cómo avanzaba la gestación de su hija. “Es tan minucioso el seguimiento que supimos casi en el momento que muy probablemente iba a ser una nena”, cuenta el abogado.
Exactamente dos meses después de recibir la confirmación de que K. había comenzado a gestar a su bebé, llegaron otras noticias desde Ucrania. Pero esta vez era una novedad que involucraba y acaparaba la atención de toda la humanidad y no solamente del matrimonio porteño: el 24 de febrero de este año las tropas de Rusia iniciaron la invasión de Ucrania. “Desde unos 10 días antes se venía hablando del tema, pero al principio pensamos que era parte de algo más mediático, de una operación. Pero efectivamente pasó y cuando estalló todo fue una situación muy angustiante”, rememora Juan.
Los días posteriores fueron interminables y de una ansiedad incontrolable para el abogado y su esposa. Incluso, el matrimonio argentino intentaba conseguir la mayor cantidad de información posible de parte de la agencia. Pero obtenían novedades a cuentagotas.
“Hubo, por lo menos, una semana de no saber qué pasaba, y uno piensa lo peor. Hasta que a los pocos días nos llegó información. Era muy acotada, pero era lo que se podía informar en el medio del desconcierto y nos dijeron que, aparentemente, estaba todo bien con K. y la gestación. A eso agregale que es una cultura completamente diferente, que no tiene una comunicación como la que acostumbramos nosotros y su forma de transmitir las cosas es distinta, más indexada. Lo que nosotros nos tomamos 30 minutos en contar con detalles y emociones, ellos lo hacen en 5 minutos. Nos dijeron que todo estaba bien, y punto”, cuenta el abogado.
En medio de la desesperación e incertidumbre, el matrimonio hasta buscó en las redes sociales a la joven ucraniana para intentar averiguar si estaba bien y fuera de peligro. Y allí la encontraron, y también allí confirmaron que K. estaba huyendo del país como refugiada de guerra. Ese mismo día les llegó la confirmación oficial por parte de la agencia, desde donde les informaban que la gestante estaba bien y que se iría a Alemania para estar resguardada ella -con su embarazo- y sus dos hijitos.
“Supimos que había llegado a Alemania y allí nos quedamos con una cierta tranquilidad. Por lo poco que pudimos ver, supimos que estaba en un país ordenado, que le habían dado atención médica de forma inmediata y que había retomado los controles de rutina. Además les habían dado casa, acogida y educación a los hijos. Desde lo humano nos quedamos más tranquilos, aunque con un panorama más nublado con nuestro proyecto. Porque ya no estaba en el país donde estaba la agencia”, recuerda Juan.
El nacimiento y la inscripción en Buenos Aires
Antes de cumplir el quinto mes de embarazo, K. -quien ya se había instalado en Alemania- tomó la decisión de viajar a Argentina para vivir la recta final de su embarazo en Buenos Aires. Así fue como la mujer y sus hijos conocieron Buenos Aires, Mar del Plata y el Océano Atlántico.
“La nena nació durante los primeros días de septiembre. Pudimos conseguir una clínica que nos facilitó muchos las cosas. Porque sabiendo que era un proceso con sus particularidades, entendieron adaptaron todo lo necesario”, resume Juan.
Apenas obtuvo el alta en el hospital -también a comienzos de septiembre-, K. y sus hijos regresaron a Alemania para continuar con sus rutinas y estar más cerca de sus familiares y de la guerra en Ucrania. “Seguimos en contacto con ella y tratamos siempre de ser prudentes con el tema de la beba. Ella cumplió con su deseo de acompañarnos en esto y hoy su objetivo es resguardar a sus chicos, algo que vamos a respetar. Si el día de mañana se normaliza su vida, seguiremos con un contacto más fluido”, destaca Juan.
“Hoy con el diario del lunes, como se dice, uno ve que ha salido todo muy bien. Estamos súper contentos. Creo que es algo que hay que vivirlo, te tiene que movilizar la fe y las ganas de vivir ese sueño. Y es que, por más que te acompañen profesionales y gente preparada, en el medio la incertidumbre pesa mucho. No solo con las diferencias culturales y la forma en que lo vive la gente allá, sino que en este caso se sumó además la guerra y la incertidumbre desde lo legal de saber si íbamos a poder anotarla con la partida de nacimiento de la Ciudad de Buenos Aires, algo que se pudo hacer.
“Una persona que quiere hacer esto por plata, seguramente no pasa un estudio psicológico”
Sin focalizarse en el caso concreto de Juan, su esposa y K., las críticas a la práctica de la gestación subrogada son una constante. Y es algo que la propia abogada Fabiana Quaini, especializada en técnica de gestación por sustitución y de reproducción humano-asistida tiene bien en claro. “Juan (NdA: quien no se llama Juan en realidad) y su esposa eligieron hacer el procedimiento afuera porque no tuvieron suerte en dar con la gestante adecuada. No es algo fácil. A ello se suma que Estados Unidos y Canadá se hacen cada vez más difícil desde lo económico (cerca de 200.000 dólares), y que países como Ucrania y Georgia tienen legislada la subrogación comercial. Ellos lo podían hacer y decidieron hacerlo allá. Pero es algo que actualmente se hace mucho en Argentina (es altruista la subrogación aquí, no comercial). Hay un marco excelente en la Ciudad de Buenos Aires”, resume la abogada, quien además es miembro de la Academia de Abogados especializados en Adopción y Reproducción Asistida.
“Es una alternativa ideal para parejas de dos hombres, de un solo hombre o para mujeres que no pueden ampliar su propia familia. Tener hijos es un deseo sin nacionalidad ni fronteras y es maravilloso que la Ciudad de Buenos Aires les pueda dar la posibilidad a extranjeros que no pueden ser padres de otra forma”, se explaya Quaini.
En cuanto a las críticas propiamente dichas, la especialista destacó que no pueden tener que ver con otra cosa que no sea ignorancia. “El hecho de que una mujer quiera llevar un embarazo para otro es un acto muy importante, tanto para la vida de esa mujer como para la de los padres de intención, más allá de que sea comercial o altruista la subrogación. Una persona que quiera hacer esto por plata, seguramente no pasa un estudio psicológico. Hablar de explotación es desde la ignorancia. Por eso es importante que médicos, psicólogos y abogados se comprometan con su firma a hacerse responsables de lo que hacemos y decimos. Es una manera de demostrar que estas formas dan tranquilidad, no solo a los participantes del proceso, sino también al bebé”, cierra.