En medio de la nieve, caminos intransitables y problemas de comunicación y de servicios en el paisaje cordillerano de Malargüe, siete agentes sanitarios con vocación de servicio ponen el cuerpo y el alma en pos del bienestar de familias originarias y puesteros alejados.
Dos de ellos, Julia Verdugo y Bristela Alaniz, contaron a Los Andes su experiencia en las denominadas “rondas”, que implica transitar kilómetros y kilómetros para visitar y contener, en materia de salud, a una población vulnerable en medio de esta pandemia “eterna”.
Constituyen el único nexo para acceder a la salud en zonas de montaña y, más allá de lo referido al Covid-19, su tarea es más abarcativa consiste en suministran medicamentos y leche, controlar embarazos y tratamientos prolongados y brindar charlas preventivas, entre otras muchas actividades esenciales.
Si bien ambas mujeres -también madres- cumplen su labor mayormente en el Centro de Salud 129 del barrio Bastía, Malargüe, el trabajo en territorio de Julia abarca la zona del paraje El Cortaderal, mientras que Bristela lo hace en El Manzano.
Allí habitan familias que, en su mayoría, se sustentan a partir de la cría de chivos y viven de manera muy precaria. Por eso, ellas acompañan y fortalecen vínculos para regularizar su situación de salud.
A cambio, estos siete agentes perciben una beca –mínima- proveniente de pueblos originarios de la Nación, que no contempla seguro de vida ni jubilación. Es por eso que mantienen la esperanza de pasarse al sistema de salud de manera registrada.
“Hacemos esta tarea de corazón y con gran entusiasmo, por la salud y el bienestar de nuestra gente, que atraviesa numerosas necesidades y que carece de servicios básicos”, sostuvo Julia, para señalar que en muchas ocasiones utilizan sus propios vehículos y hasta dinero de su bolsillo.
Las rondas, como llaman a los recorridos, insumen varios días y, por lo tanto, kilómetros, por eso suelen pasar una o dos noches en algún puesto (nunca faltan familias hospitalarias, aseguran), carpas o en el centro de salud más cercano.
Criar animales para luego comercializar el cuero o la lana es la principal actividad en esta zona helada de Mendoza, donde los niños hacen malabares para poder asistir a las clases virtuales por falta de señal y dispositivos. Otros tantos, la mayoría, concurren a escuelas como pupilos.
Si bien a estos sectores inhóspitos ingresan solamente vendedores ambulantes que se trasladan en camionetas, el coronavirus también llegó. Han atendido a varios pacientes contagiados, más allá de otros que necesitan seguimiento en materia de atención primaria de la salud.
Julia tiene asignadas 22 familias de puesteros y otras cinco que pertenecen a pueblos originarios, descendientes de indígenas. Bristela, en cambio, tiene a su cargo 15. Cada vivienda está distanciada entre 30 y 40 kilómetros una de la otra.
“Es un trabajo muy lindo y de mucho contacto con la gente, aunque también, difícil por las situaciones de precariedad que vemos”, dijo Bristela.
“Seguimos una ficha y volcamos allí los controles de la presión, peso, talla, glucosa y también visitamos embarazadas, facilitamos turnos médicos, colocamos vacunas y llevamos a cabo trámites con obras sociales como PAMI, algo que para ellos resulta imposible realizar”, enumeró.
“No siempre a los caminos se los puede llamar así, sino que son huellas que hacen los mismos puesteros con caballos, carretas o, simplemente, quitando yuyos y jarillas”, detalló Julia.
La hipertensión es un diagnóstico frecuente, explicó, ya que muchas familias se alimentan casi exclusivamente de carne y consumen escasas verduras.
“Casi no se tiene acceso a huertas por el clima y el suelo, por eso la bolsa suele durar muy poco y eso no es saludable”, indicó.
La comunicación es por radio
En estos tiempos de avances tecnológicos, Malargüe parece detenido en el tiempo. “Comunicamos nuestra visita a través de la única emisora radial que se escucha allá”, comentó Julia Verdugo.
Es la única manera de que la información trascienda y las familias estén al tanto de las rondas.
Las visitas, por lo general, son siempre bienvenidas. Más allá de las charlas y numerosas enseñanzas, a veces también dejan obsequios.
Brindan charlas cortas y didácticas sobre la importancia del lavado de manos, prevención del embarazo e higiene bucal.
Suelen llevar bolsas con elementos para el aseo, además de ropa de abrigo, calzado y alimentos, más allá de alguna sorpresa para los más chicos, en especial los días festivos.
La entrega y el compromiso están a la orden del día en esta zona rural para muchos donde la pandemia ha hecho estragos y sumó pobreza.