Hace un par de domingos caí en un pozo emocional cuando eliminaron a Ileana Calabró. “Al menos no fue el Turco García”, intenté consolarme. Aguanté 10 minutos de publicidad sin tocar el control remoto para reducir a cero la posibilidad de perderme la definición. No es normal. Y ya me había pasado con Bake off: llegué a gritarle a la televisión por un merengue injustamente elogiado por el jurado.
No es normal, digo, pero no puedo evitarlo, la televisión gastronómica toca mis cuerdas sensibles. Empecé a notarlo con el episodio que Chef´s Table le dedicó a Francis Mallmann y lo comprobé del todo con el capítulo de la misma serie de Netflix consagrado al pastelero Jordi Roca. Jordi es el hermano menor de Joan y Josep Roca, el mejor chef y el mejor sommelier del mundo, respectivamente, para muchos especialistas en la materia. Entre los dos convirtieron una fonda familiar en la región catalana de Girona en un restaurante de esos que toman reservas para dentro de dos años.
El hermano menor no la tenía fácil para estar a su altura y durante sus inicios en la cocina se dedicó a ser hermano menor: mucha trasnoche, ron con coca-cola y desmadres. Estaba convencido que sus hermanos lo intuían una “oveja negra” y se dedicó a confirmarlo. Hasta que, en una tarde de 2010, le sobrevino el primer ataque de distonía, una enfermendad neurológica rarísima que le quitó la voz. Esa adversidad lo enfocó, a tal punto de convertirse en un abrir y cerrar de ojos en uno de los pasteleros más creativos y prestigiosos del planeta. Sus postres son un delirio, muchos son a base de tierra, de humo de habanos o de sangría. Tiene uno magnífico llamado “Gol de Messi”. ¿Y saben cuál es su ingrediente secreto? El dulce de leche, adivinaron.