Rojo: el color de nuestra historia

La película de Benjamín Naishtat estrena este jueves. Logra desde un ángulo inédito una estremecedora historia.

Rojo: el color de nuestra historia
Rojo: el color de nuestra historia

"Rojo" es el tercer largometraje de Benjamín Naishtat, recibió tres premios en San Sebastián (director, actor y fotografía) y se trata de una historia que, según el mismo realizador, aborda "qué es la normalidad para los argentinos". Así, buscando la retrospección histórica, llegará a las salas el jueves próximo, para poner en la pantalla uno de los momentos más sangrientos de nuestra historia.

El hecho narrado viaja hasta promediar la década del '70, cuando un hombre extraño llega a una calma ciudad de provincia para cambiar la vida de un abogado del lugar, un hecho que permite ir descubriendo un oscuro clima de época, entre trágico y absurdo.

Darío Grandinetti (aclamado en San Sebastián por este papel) interpreta a ese abogado, Andrea Frigerio a su esposa Susana, y el chileno Alfredo Castro al detective Sinclair, secundados por Diego Cremonesi, Laura Grandinetti (hija de Darío), Susana Pampín, Rudy Chernicoff, mientras que la fotografía es del brasileño Pedro Sotero.

Naishtat estudió cine en nuestro país y en Francia, dirigió cortometrajes de ficción y experimentales, antes de su primer largometraje "Historia del Miedo" (2014), que se estrenó en la Berlinale y se vio en el MoMA de Nueva York, mientras que el segundo, "El movimiento" (2015), se estrenó en Locarno y ganó como Mejor Película de la Competencia Argentina en Mar del Plata.

Previo al estreno, habló con la agencia Télam, donde se refirió a un hecho: en la película, pese a su temática, parece no haber ni héroes ni villanos.

“No hay un villano ni un héroe marcado, sino gente común. Nuestro deseo era tratar de no tipificar tanto a los personajes, sino definirlos por su ambigüedad, con los cuales uno no sabe bien si tiene que identificarse o tomar distancia. Me parece un ejercicio de dramaturgia más rico. A un gran villano la gente que se supone buena le toma distancia. Muy diferente es con un personaje que tiene unas pocas miserias que luego se van desarrollando”, explicó.

-¿Cómo definirías a Claudio?

-Es un señor de clase media de una ciudad de provincia tan normal como cualquier otro, pero lo que está en tela de juicio en mi relato es la normalidad en sí misma, sobre todo en este país, y quizás por ese lado vaya su singularidad: poner en tela de juicio lo que consideramos como normalidad.

-Vos no viviste los años que reflejás en tu película, pero cuando uno termina de verla queda convencido de que lo que acaba de ver es lo que se vivía en aquella época...

-Es curioso, porque yo me pregunto si haber vivido algo es una virtud para poder contarlo o a veces es más bien un inconveniente. Hablo de cine, obviamente. Creo que mi generación tiene un acercamiento con esa época que me parece muy rico para el cine. Puede haber muchas películas interesantes sobre la década del 70’ que todavía no se hicieron, y el hecho de no haberlo vivido te obliga a investigar, a hacer una pesquisa, y eso no puede otra cosa que enriquecer la construcción de época. Te obliga a una especie de rigor que quizás no está atravesado por la emotividad de la memoria subjetiva, que no necesariamente te puede jugar a favor.

-¿Sostener esta impronta todo el relato fue un desafío?

- Darío es un actor muy inteligente que tiene muchísimo oficio. Y eso le permite contar con lo mínimo, algo que permitió que nunca se corra de ese registro, esa ambigüedad que planteamos desde los primeros planos que filmamos. El desafío era encontrar ese actor que pudiera lograr ese recato. Tratamos de sacar partido del absurdo y del humor, desde un ángulo realista, absurdo que existe tanto en la Argentina de esa época como en la actualidad, porque es parte de nuestro cotidiano. Creo que hay que tratar con menos solemnidad los traumas históricos, me parece una manera mejor de elaborarlos.


    Elenco. Naishtat pone el ojo en la complicidad civil que hubo durante la dictadura de Videla.
Elenco. Naishtat pone el ojo en la complicidad civil que hubo durante la dictadura de Videla.

En "Rojo", Naishtat trabaja en forma permanente y durante hora y media la tensión y la sorpresa, con toques de absurdo mientras que en San Sebastíán, esos valores fueron premiados con la Concha de Plata a Mejor Director y Actor, para Darío Grandinetti y a su director de fotografía, el brasileño Pedro Sotero.

-Hay como un clima de permanente tensión que mantiene en un singular equilibrio al relato...

-Me encantan los relatos que sorprenden. Me gusta ser sorprendido. Me parece que es lo que tiene el cine. Hoy está muy en boga el tema de las series, y a veces sus guionistas son muy hábiles a la hora de encontrar peripecias, sin embargo, rápidamente, se arma un formato dramatúrgico por una cuestión de producción, de generar que el espectador siga mirando el capítulo siguiente, en cambio en el cine al ser una experiencia compacta te permite grandes sorpresas. En este caso apostamos mucho a que en la primera media hora el espectador piense que hay un héroe, o por lo menos un tipo con el que podría empatizar y a la vez vaya sorprendiéndose con cada paso que da.

-¿Qué balance hacés de la presencia de tu película en San Sebastián?

- Íbamos sin saber qué tanto podía conectar un público de otro país, pero salimos muy contentos tras la proyección en una sala gigantesca, de la que salimos en medio de aplausos. Fue una gran satisfacción, un desahogo después de muchos años de puja por sacar este proyecto adelante, un proyecto caro para lo que es la industria Argentina.

-¿Y los premios?

- Fueron un broche, un gran reconocimiento para el cine argentino con toda la necesidad que tenemos de seguir teniendo apoyo para mantenernos allí entre los mejores. Tenemos que cuidar lo que el cine argentino ha logrado en los últimos años.

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