Desde la estación Gare de Lyon, en París, recorrí 920 kilómetros hacia el sur para conocer la idílica Riviera Francesa que tan bien describe Scott Fitzgerald en su novela "Suave es la noche". Me di el gusto de viajar en el Tren Bala o TGV que atraviesa todo el país casi volando a 350 km por hora por 80 dólares. Con perfecta puntualidad llegué a Nice Ville 5 horas y 37 minutos después.
Niza es la ciudad más grande de la Costa Azul y allí me alojé en un hostel por 25 dólares diarios. En solo media hora un tren de cercanías me llevó a Cannes famosa por su Festival Internacional de Cine que se celebra a mediados de mayo. Tuve suerte de estar allí para los últimos días de la muestra que cumplía su edición número 60.
Deambulé por los hoteles Majestic, Carlton y Martínez en busca de alguna estrella. Quentin Tarantino presentó su película "Boulevard la mort" y me saqué foto con la actriz Rosario Dawson cuando salía de su hotel hacia el coche oficial pero era la última del rollo (no llevaba digital) y no salió en el revelado. Me instalé frente a la alfombra roja del Palais des Festivals, el recinto donde se proyectan los filmes. Hay fotógrafos que hacen guardia todo el día y esperan en la vereda de enfrente con su escalera portátil para tener mejor ángulo en sus tomas cuando el lugar revienta de gente y comienzan a llegar los famosos en sus limusinas. La caminata obligada para ir observando las azules aguas se hace por el Boulevard La Croisette de 1600 metros de largo. Es el paseo marítimo más conocido del mundo. Allí se encuentran los establecimientos hoteleros exclusivos. Los famosos se broncean en las playas privadas frente al Mediterráneo. Los simples mortales nos podemos dar un chapuzón en los extremos de La Croisette, lejos de las estrellas. Eso hice mientras esperaba el atardecer. Cannes era un pueblo pesqcuero hasta que en 1834 un aristócrata inglés, Lord Brougham, lo hizo conocido como su lugar de descanso y detrás de él llegaron otros millonarios que le dieron su actual fama. La celebración del Festival le dio el impulso definitivo. Trepé una colina para ir al Palacio de los Abades de Lérins desde donde se domina la ciudad con vistas fantásticas del mar y los yates fondeados en la bahía. Había una recepción en sus jardines y con mi mejor cara de póker me auto invité y disfruté unos ricos canapés regados con auténtico champagne francés. Era un encuentros de productores cinematográficos pero no distinguí ningún rostro famoso. Bajé al centro y tomé la Rue D´Antibes, la principal calle comercial con tiendas de joyas, ropa, perfumería y salones de belleza donde se atienden las actrices cuando se preparan para la alfombra roja.
En Niza también fui a remojarme en sus transparentes aguas. La sorpresa fue encontrarme con playas de guijarros y no de arena. Algo que nunca había visto. Olvidate de llevar a los chicos para hacer castillos de arena. Lo positivo es que no se mete la arena en lugares incómodos bajo el bañador pero resulta un poco duro para tirarse sobre la toalla a tomar sol. El boulevard costero de Niza se llama Promenade des Anglais (paseo de los ingleses) y aquí se ubica el emblemático Hotel Negresco que también tiene playa privada. Como en toda Francia, la gastronomía es uno de los pilares de la Costa Azul. Los mariscos con alioli o el salmón a la plancha con hinojo y las sardinas rebozadas son la especialidad de la región a 20 dólares el plato. El espíritu de la Belle Epoque atrajo artistas como Matisse, Renoir, Chagall y Picasso que buscaron inspiración en este iluminado rincón del Mediterráneo. El Zar de Rusia Nicolás II y su familia veraneaban en Niza y se alojaban en el Negresco hasta que fueron asesinados el 17 de julio de 1918 en Ekaterimburgo. Solían asistir a la Catedral Ortodoxa Rusa de San Nicolás que se puede visitar.
La entrada cuesta 5 dólares y abre de 9 a 12 y de 14 a 18 horas. No permiten el ingreso en short o en minifalda. Fue inaugurada en 1912 y es la construcción ortodoxa más grande fuera de Rusia. Tiene ciertas reminiscencias con la de San Basilio en Moscú.