El Gobierno nacional anunció esta semana la eliminación y baja (según cada producto) de los Derechos de Exportación para los productos orgánicos, biológicos y ecológicos. Ésta es una buena noticia por donde se la mire. No solo se está reduciendo la presión tributaria -aunque sea algo mínimo dentro del marco impositivo nacional- sino que, además, se está incentivando la producción de bienes con bajo impacto ambiental.
Según el presidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) esto favorecerá de forma directa a 55 bodegas orgánicas elaboradoras, a lo que se suman también empresas de otros rubros, aunque la mayoría ya estaba exenta de retenciones por ser agroindustrias de economías regionales. De cualquier forma, es un avance que merece ser celebrado.
Ahora bien, fuera de esto, hay mucho todavía por hacer, tanto de un lado como del otro. De parte del Gobierno no hay mucho más que se pueda decir. Los reclamos por las bajas de impuestos llevan años en los escritorios de los funcionarios nacionales y es poco lo que se ha avanzado realmente, no solo en lo referido a las cargas tributarias sobre las exportaciones, sino también hablando de las que rigen en el mercado interno. No es novedad que los impuestos se llevan una gran parte de la rentabilidad de las empresas y comprometen seriamente la competitividad en el sector externo, a lo que se suma por supuesto el enorme peso de la inflación.
Sin embargo, las empresas también tienen muchas cuentas pendientes en todo lo que refiere al medio ambiente (en líneas generales). Si bien es cierto que existe una conciencia generalizada sobre la importancia de cuidar nuestros recursos, son pocas las firmas que están debidamente certificadas o que hacen todo lo que está a su alcance para reducir el impacto ambiental de la actividad que realizan. Desde una compañía dedicada a la economía circular (se publica una nota mañana en el suplemento de Economía), advierten que más de la mitad de las bodegas no mide su huella ambiental y son pocas las que saben realmente cuánta agua se utiliza a lo largo de todo el proceso de producción, desde la finca hasta la botella. Admiten que la legislación es precaria y por eso hay poca adhesión de la vitivinicultura a la economía circular, pero también es cierto que hay mucho que se puede avanzar desde ya.