Nicolás Maduro, además de represor quiere ser brujo

El tirano de opereta que hoy recomienda “las goticas milagrosas” lo hace en un país hambreado en el que un buen salario asciende a seis dólares mensuales y donde el sistema hospitalario hace tiempo ha colapsado.

Nicolás Maduro - AP
Nicolás Maduro - AP

Si en el Olimpo del grotesco latinoamericano faltaba una figura consular, allí está Nicolás Maduro, el presidente de una desolada Venezuela, para remediar toda carencia: su último paso de comedia –equivalente a contar chistes en un velorio– ha sido el anuncio de que su país tiene la cura para el coronavirus.

“Unas goticas milagrosas”, dijo el hombre que escaló de chofer de Hugo Chávez a presidir la otrora potencia petrolera caribeña, hoy convertida en un tierra de la que muchísimos venezolanos tratan de emigrar.

Con justicia ya nadie podrá extrañar los interminables discursos de Fidel Castro enseñándoles a los cubanos a utilizar una cocina de gas o las recomendaciones de Chávez para ahorrar energía yendo al baño con una linterna. Honor al mérito.

Claro que no resulta fácil tomarse a broma a Maduro, el dictador escasamente ilustrado responsable de monumentales fraudes electorales, del asesinato de varios miles de opositores documentado por el Informe Bachelet, entre otros, de las sórdidas cárceles atestadas de presos políticos, de las torturas de los organismos de Inteligencia, de la supresión de toda libertad y prensa libre en nombre del socialismo bolivariano, del desquicio socioeconómico que ha empujado al exilio a millones de seres humanos y del hambre. Sobre todo el hambre que sufre buena parte de la población.

Para que todo eso suceda en el país que ahora anuncia “las goticas milagrosas” se ha necesitado de una organización mafiosa que ha repetido la trama de todas las autocracias populistas: la llegada al poder usando las herramientas previstas por el sistema para luego proceder a la destrucción de toda garantía institucional desde el interior mismo del sistema.

Y el reparto de áreas de negocios para los amigos y asociados para cumplir el objetivo de todo populismo, como lo es el uso del Estado para beneficio propio.

En este caso, con la poderosa y decisiva colaboración de una fuerzas armadas, muchos de cuyos integrantes se han visto beneficiados por prerrogativas especiales en detrimento de la calidad de vida del resto de los venezolanos

En ese derrotero, el país se ha libanizado ante la mirada atónita de una sociedad que ha visto cómo los personeros del régimen construían su riqueza pactando con carteles de la droga y organizaciones terroristas de cuño diverso, a la par que armaban a milicias que no son más que bandas paramilitares encargadas de silenciar toda forma de disenso.

Y ha padecido –cómo no citarlo– las consecuencias de un progresismo cómplice de nivel regional, que calla y otorga o mira para otro lado.

Pero siempre se puede un poco más y Maduro no decepciona: el tirano de opereta que hoy recomienda “las goticas milagrosas” lo hace en un país hambreado en el que un buen salario asciende a seis dólares mensuales y donde el sistema hospitalario hace tiempo ha colapsado, un lugar donde los ciudadanos sólo tienen la libertad de morirse. Y lo hacen.

En ese contexto “las goticas milagrosas” de Maduro lucen como un siniestro ejercicio de cinismo.

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