En estos tiempos, se respira un aire de pesimismo en nuestro país, con un pronóstico desalentador. A tal punto que hay empresas extranjeras que han decidido irse. Hay padres que alientan a sus hijos a emigrar, proceso que se ha ralentizado momentáneamente por el impacto Covid en el mundo, pero que puede retomarse pronto.
En ese pesimismo, surge también la idea de provincias que quieren independizarse. En nuestro caso, es el Mendoexit. Jurídicamente, esta propuesta debe tener varios obstáculos. Nuestro planteo es económico. Se comprende la indignación mendocina por haber sido diferenciados negativamente por la Nación desde hace varias décadas, y peor con un futuro gris (si no es negro) para la economía argentina. Sin embargo, nuestra localización geográfica juega en contra de ese sueño.
El sueño. Cada tanto aparecen datos de cómo se distribuyen los fondos nacionales entre las provincias, y Mendoza pierde por mucho. Más bronca genera cuando se observa que los salarios privados locales son menores al promedio nacional, y con niveles de pobreza superior a la nacional.
Ante esa situación, el sueño del Mendoexit cobra fuerza, atendiendo a sus recursos naturales. Se producen vinos que compiten con los mejores del mundo, petróleo, quizás minería, generamos energía eléctrica, tenemos un lugar ideal para el turismo de gente de ingresos medios y altos (montaña, aventura, enoturismo).
Además, es una provincia con mayor participación del sector privado en su economía. Generalmente, los gobiernos ayudan a organizar a su sociedad, pero los que producen son las empresas, y en ese punto, Mendoza tiene ventaja. En materia impositiva, es aportante neto. Los montos recaudados en impuestos nacionales en este lugar superan los que al final recibe por coparticipación y otros regímenes. Así se reaviva el sueño.
La realidad. El problema clave de Mendoza es su lejanía con respecto a los puertos. A mil kms de Buenos Aires y a 400 de Valparaíso, pero con una cordillera que hace más lento el transporte, y con un Chile para nada convencido en agilizar la aduana, quizá por problemas fitosanitarios.
Siendo así, cabe preguntarse si hay países exitosos que se hallen muy alejados del mar. Tenemos en mente los nombres de Luxemburgo o Liechtenstein, aunque no están tan alejados. En estos países se destaca la actividad financiera y los beneficios impositivos, actividades que pueden florecer al estar rodeados de naciones europeas ricas.
También hay otras naciones. Conociendo a nuestros vecinos, aparece Bolivia que, en términos históricos, no ha sido un país de altos ingresos. Otros países alejados del mar son Mongolia y Chad, que no cuentan con un buen currículum en la materia.
Supongamos que se pudiese sortear ese problema, con una mayor integración con Chile, surge el interrogante de si podríamos ser una economía estable, especialmente en materia de precios y de producción. Para lograrlo, es necesario tener finanzas gubernamentales sanas, que permitan tener baja inflación y niveles aceptables de deuda. La experiencia histórica de los mendocinos es que tendemos a tener déficits fiscales, y a veces en periodos de crecimiento. El gen argentino de des-ahorrar en los periodos de bonanza también parece estar en nuestra sangre. Habría que pensar si hay mecanismos que permitan resolver ese problema.
Otra duda es si Mendoza podrá convertirse en una economía exitosa al lado de otra en problemas, como muchos temen que sea el futuro de nuestro país si nada cambia.
Es probable que el resto de Argentina sea inicialmente uno de nuestros principales clientes. Esta situación obligaría a nuestra provincia a ser mucho más abierta comercialmente al resto mundo.
Concluyendo, el vaso del Mendoexit puede verse medio vacío o medio lleno. La realidad indica que la probabilidad legal de éxito de este proyecto no es alta, con la desventaja de estar alejados de los puertos, y no estar rodeados de países de ingresos altos.
El vaso medio lleno es que el replanteo del Mendoexit nos hace más conscientes de estar en una provincia con recursos y con un empuje del sector privado, y además de ser un lugar agradable para vivir.
Siendo así, está la posibilidad de elevar el nivel de nuestros ingresos, atrayendo inversiones. Obviamente estará restringida por el riesgo argentino, pero aun así hay oportunidades. Para eso, se debe pensar en cómo hacerlo. Tener menores impuestos y menos trabas burocráticas para dotar de mayor competitividad a nuestra economía, aprovechar la totalidad de los recursos naturales con responsabilidad, mejorar la seguridad y una mejor infraestructura son algunas de las tareas para afrontar para los próximos años. En estos puntos es donde deberíamos concentrar nuestra energía.
*El autor es Economista del Ieral, Fundación Mediterránea.