Más allá del deporte, el valor de un triunfo

Como amante del buen fútbol y como hincha, disfruté mucho la exhibición de nuestra Selección en Calama. Fue uno de esos triunfos que da gusto saborear.

Ya me llegaron varios mensajes que en lugar de festejar el triunfo y el buen juego de los nuestros festejan que Chile queda fuera del Mundial (algo que está todavía por verse, aunque parece bastante probable).
Ya me llegaron varios mensajes que en lugar de festejar el triunfo y el buen juego de los nuestros festejan que Chile queda fuera del Mundial (algo que está todavía por verse, aunque parece bastante probable).

En casi sesenta años de espectador y aficionado no me he cansado de ver fútbol, al contrario, me entusiasma cada vez más.

Pero veo mucho menos que antes, sigo sólo unos pocos equipos, mi equipo de Mendoza, mi equipo de la Liga Profesional y la Selección Argentina. Casi nada más.

Como amante del buen fútbol y como hincha, disfruté mucho la exhibición de nuestra Selección hace dos jueves en Calama.

Fue uno de esos triunfos que dan gusto saborear, pero lo que vino después de parte de algunos aficionados me hizo reflexionar, una vez más, en esos conceptos básicos que a veces se nos olvidan o se nos confunden.

A saber: el fútbol es un deporte.

Parece mentira pero hay que estar siempre repitiendo esta verdad de Perogrullo porque se nos sale de foco.

Otro: El deporte no es la guerra, es deporte.

Parece que éste nos es más familiar, al menos lo oímos más a menudo, como dándolo por sentado.

Curiosamente, sin embargo, a muchos se les confunde.

Ambas son frases hechas, trilladas, me animaría incluso a decir.

En cambio yo sostengo, y hasta ahora solamente una persona estuvo de acuerdo conmigo, en que el deporte es una pantomima de la guerra.

Por eso es que muchos se confunden y lo toman como una verdadera guerra.

Porque confundirse no es tan difícil como podría creerse, pero es un error fatal y ha costado no pocas vidas.

Eso es un disparate.

Analicemos:

Cuando uno ve un partido de fútbol, mucho más claro si es uno de rugby, lo que está presenciando es una batalla campal.

Dos equipos que se distinguen por su divisa, luchando por dominar el campo y someter la base de su rival.

Lo que se ve en un match, de tenis, por ejemplo, es un duelo singular en el que ambos atletas buscan atacar los puntos débiles de su adversario para superarlo, cubriéndose al mismo tiempo de sus ataques.

Pero estos combates son simbólicos, no reales, y se materializan a través de un juguetito, la pelota.

El objetivo es ganar, igual que en la guerra.

Las dos grandes diferencias (aparte de que en la guerra nos va la vida), enormes diferencias, son:

1º, en la guerra la única ley es ganar y por eso en la guerra vale todo. En cambio en el deporte hay que competir caballerosamente, respetando ciertas reglas de modo que ganar de cualquier manera no vale (que el Dr. Bilardo me perdone) y

2º, cuando se termina el partido, se termina la rivalidad. Las guerras no se terminan hasta pasadas dos generaciones y a veces ni así.

Si no respetamos a rajatablas esas dos grandes reglas, empezamos a transitar la zona gris en la que no debiéramos entrar.

Realmente no me llama entrar y además me niego a entrar.

Hace mucho que veo que en el fútbol argentino no se disfruta la victoria, el goce es humillar al rival en derrota.
Hace mucho que veo que en el fútbol argentino no se disfruta la victoria, el goce es humillar al rival en derrota.

Un comentarista de fútbol muy reconocido en Argentina, Enrique Macaya Márquez, dijo una vez en la TV que le sorprendía lo que decían los hinchas de fútbol en los clásicos:

“Dicen cosas horribles” -contaba don Macaya- “como que les gustaría ganar 1 a 0, pero con un gol en el último minuto ¡y con la mano!”

A mí no me sorprende.

Hace mucho que veo que en el fútbol argentino no se disfruta la victoria, el goce es humillar al rival en derrota.

Esto es porque hay hinchas que inconscientemente fantasean con la idea pasar los límites del deporte y hacer de verdad la guerra.

Recuerdo aquella frase de Conan, el bárbaro:

“El más grande placer de la vida es ver a tu enemigo degollado agonizando a tus pies y escuchar el llanto de sus mujeres y de sus hijos”.

Eso es la guerra y no existe nada más terrible.

Es lo que se ve, obviamente sin llegar a esos extremos, después de cualquier match de fútbol en el que haya una cierta rivalidad particular.

Por ejemplo, Argentina-Chile (lejos de ser un clásico).

Ya me llegaron varios mensajes que en lugar de festejar el triunfo y el buen juego de los nuestros festejan que Chile queda fuera del Mundial (algo que está todavía por verse, aunque parece bastante probable).

Creo que sería mejor festejar que la Selección Argentina ya clasificada salió de todos modos a jugar en serio y a ganar.

Por respeto a su camiseta, por respeto al rival, por respeto a los hinchas y por respeto a los otros equipos que pelean su chance con Chile.

Después del partido todo eso debiera terminar, debiéramos seguir amigos como siempre, si no, dejamos de ser deportistas.

Esas son las reglas de la Conmebol, avaladas por la FIFA que es quien organiza el Campeonato Mundial: Cuatro selecciones sudamericanas clasifican, una va a repechaje y el resto queda eliminado y no va al Mundial.

Muy bien, si así debe ser y todos lo aceptamos, pues compitamos en esas condiciones.

Obviamente, yo quiero que clasifique mi equipo y desde el primer momento sé que la mayoría de los que compiten quedará eliminada, pero no me alegro de que quede eliminado puntualmente éste o aquél.

Yo siento que festejar la desdicha del rival en derrota desmerece cualquier triunfo.

No es así como entiendo el fútbol porque no es así como entiendo el deporte y no es así como entiendo la vida.

*El autor es mendocino radicado en Sherbrooke, Quebec (Canadá).

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