La “maldición” de exportar

Argentina no es el único país que exporta alimentos. Pero entre los exportadores de alimentos, es el único que tiene una alta y crónica inflación. Nuestra verdadera maldición es esa: la inflación.

La “maldición” de exportar
Imagen ilustrativa / Archivo.

Fernanda Vallejos, economista y diputada nacional por el Frente de Todos, ha dado evidencia una vez más de su peculiar manera de enfocar los problemas económicos que debe resolver el país. En mayo del año pasado, en plena cuarentena, sostuvo que como contrapartida al plan de asistencia al trabajo y la producción (ATP), con que el Estado subsidiaba a las empresas cerradas para el pago de salarios, lo lógico sería que dichas empresas cedieran parte de su paquete accionario al Estado.

Por supuesto, una cosa no era equivalente de la otra. Ante la decisión gubernamental, anunciada como transitoria, de responder a la pandemia del coronavirus con una cuarentena estricta, era necesario asegurar que millones de trabajadores seguirían cobrando su salario para que aceptaran quedarse en sus casas. De ningún modo podía ese mismo Gobierno demandar a las empresas asistidas que entregasen a cambio una parte de su propiedad –medida que, extremando el razonamiento, no se presentaba como una cesión transitoria, con una duración similar a la cuarentena.

Ahora, Vallejos calificó como maldición que Argentina exporte alimentos. Su argumento es que “los precios internos son tensionados por la dinámica internacional”, de modo que el Gobierno debe trabajar para desacoplarlos y lograr que estén en sintonía con nuestra capacidad de compra.

En el manual económico del intervencionismo, se fomenta la ilusión de que a la inflación se la combate interviniendo los mercados. Si se considera que un precio internacional está alto, para que el productor no lo tome como referencia a la hora de marcar los precios internos que le convienen, se cierra la exportación con la expectativa de que toda la producción se vuelque al mercado interno y así bajen los precios locales. Una distorsión mayúscula que, entre otros inconvenientes, genera una disminución de las exportaciones, con la consiguiente menor entrada de divisas al país, así como una merma de las inversiones y de la producción en lo inmediato. Mientras tanto, la inflación sigue gozando de buena salud porque en el manual económico del intervencionismo se postula que financiar el déficit fiscal con emisión no causa inflación, del mismo modo que se acepta que un poco de inflación no es mala para la economía si se promueve el consumo.

Ahora, para advertir el tamaño del dislate de Vallejos, podríamos seguir el hilo de su razonamiento para tener otra perspectiva. Si Argentina exporta alimentos es porque hay países que los importan. Esos países deben pagar los precios internacionales. Pero esos valores no tensionan sus mercados locales ni causan inflación. Es más, Argentina no es el único país que exporta alimentos. Pero entre los exportadores de alimentos, es el único que tiene una alta y crónica inflación. Nuestra verdadera maldición es esa: la inflación. Los políticos,  economistas o no, debieran darse cuenta.

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