Haití, un precedente inadvertido de Ecuador

Haití se encuentra dominado por diversas bandas de crimen organizado que se transformaron en un gobierno de facto en las diferentes regiones del país y luchan por el control del territorio y someten y expolian a la población.

Residentes abandonan sus hogares en su huida de los enfrentamientos entre pandillas armadas en el distrito Carrefour-Feuilles de Puerto Príncipe, Haití, el 15 de agosto de 2023. (AP Foto/Odelyn Joseph, archivo)
Residentes abandonan sus hogares en su huida de los enfrentamientos entre pandillas armadas en el distrito Carrefour-Feuilles de Puerto Príncipe, Haití, el 15 de agosto de 2023. (AP Foto/Odelyn Joseph, archivo)

El estallido violento protagonizado por el crimen organizado en Ecuador no es un hecho extemporáneo, sino el paso de un proceso.

Crimen organizado y narcotráfico, en los últimos tiempos, se han transformado casi en sinónimos en nuestra región, por la simple razón de que el comercio de drogas ilegales se ha convertido en la primera actividad del mismo.

Esto se combina también con nuevos conceptos, como el de las milicias armadas, que son organizaciones cívico-militares con mayor capacidad y disciplina que las guerrillas o fuerzas irregulares del pasado. En las últimas décadas, el narcotráfico ha sido una fuerza en expansión en la región. De acuerdo a las circunstancias y países, lo ha sido a veces acompañando a grupos guerrilleros de izquierda, y otras a regímenes de facto. El narcotráfico no tiene ideología y se adecúa a las circunstancias. Lo que ello implica es que es un desafío existencial al Estado. A finales del siglo XX, en las ciencias políticas se acuñó el concepto de “estado fallido”, en alusión a la crisis de gobernabilidad a consecuencia de la incapacidad estatal de gobernar.

En concreto, la crisis de Ecuador hoy es de gobernabilidad, y más allá de la ideología de su gobierno recientemente electo, se vincula a la incapacidad de mantener la seguridad pública. Se trata de una situación que en mayor o menor medida se está dando en todos los países de la región. Más allá del estallido violento que tuvo lugar a comienzos de 2024 en las cárceles de Ecuador, este era un proceso claro y concreto al que no se atendió oportunamente. En 2019 Ecuador registró 6,8 homicidios por cada cien mil habitantes -el indicador más utilizado para medir la inseguridad-. Después de cinco años, en 2023, se multiplicó casi por siete: el año pasado fueron 45 los homicidios cada cien mil habitantes.

Fue un lustro políticamente difícil para el país. En 2019 ejercía la presidencia Lenín Moreno, que había sido el último vicepresidente del líder populista Rafael Correa. Pero una vez en el poder, se independizó, asumiendo una postura de centroderecha. En 2021 fue electo el empresario Guillermo Lasso, asumiendo una posición claramente alineada con Washington. Pero la crisis política le impidió gobernar, y en 2023 convocó a elecciones anticipadas, siendo electo el actual presidente, Daniel Noboa, quien asumió el 23 de noviembre de ese año. Se trató de un lustro en el cual, para la mayoría de la población, el gran problema dejó de ser la economía -en estos cinco años también hubo grandes movilizaciones de protesta social-, y pasó a ser la inseguridad.

Quizás la toma del canal de televisión el 9 de enero en Guayaquil haya obtenido el mayor impacto global, pero es un hecho que pudo haber sido protagonizado por un grupo extremista de cualquier ideología o del crimen organizado en diversos países del mundo.

Así como el fenómeno de Ecuador no fue advertido en tiempo y oportunidad, la región también prefirió mirar para otro lado frente a la crónica crisis de Haití. Es el país más pobre de los veinte de América Latina, con sólo dos mil dólares de PBI per cápita (países centroamericanos como Nicaragua y Honduras lo tienen entre tres y cuatro veces mayor). Es un país cuyos habitantes son de origen afro en su casi totalidad. Siendo colonia francesa, fue el primero en independizarse de Europa en 1804 en un complejo proceso, en el cual Napoleón organizó unidades militares con esclavos liberados que después se enfrentaron a las tropas de la metrópoli francesa, a las cuales vencieron en territorio haitiano. Desde entonces, el país no logró avanzar en su desarrollo económico y social, ni en su estabilidad política. Las intervenciones militares extranjeras fueron frecuentes, primero de potencias europeas, después de Estados Unidos, y más recientemente de fuerzas de paz de las Naciones Unidas. Más de la mitad de los países que integraron la última misión, que tuvo lugar entre 2004 y 2017, fueron latinoamericanos, y tuvo además un mando brasileño.

Como viene sucediendo hace más de dos siglos, el problema no se soluciona. Tuvo una escalada en 2021, con el asesinato del entonces presidente por parte de un comando de mercenarios -en su mayoría colombianos-, que tomaron el palacio presidencial y lo ultimaron. El país se encuentra dominado por diversas bandas de crimen organizado que se transformaron en un gobierno de facto en las diferentes regiones del país y luchan por el control del territorio y someten y expolian a la población.

La situación es desesperante por el alto nivel de pobreza y marginalidad económica. Tras el aseinato del presidente, Naciones Unidas resolvió enviar una nueva fuerza de paz para estabilizar el país. Pero esta vez, Latinoamérica no ha asumido el desafío. Frente a esta deserción regional, lo hizo un país africano: Kenia. Esto ha llevado a una situación paradojal. Haití es claramente un país latinoamericano en términos históricos y geopolíticos. Integra la OEA y el Caricom (reúne a los países del Caribe). Pero en términos étnicos, es un país africano por el origen de su población. Al momento de producirse la crisis que requiere la solidaridad internacional, América Latina elude el compromiso, y lo asume un país africano, que tiene una población de 55 millones y cuyo PBI per cápita es 3.516 dólares, entre seis y siete veces menos que el de México y Brasil.

* El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.

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