Por “sanatear” a lo canchero, Alberto Fernández hizo un enchastre retórico frente al presidente español. Y por oportunismo improvisado, Mauricio Macri cometió otro estropicio: le pidió “perdón” a Jair Bolsonaro en “nombre de los argentinos”. Un puñado de días plagados de frases absurdas, que se completó con un pronunciamiento vergonzoso en la OEA para encubrir a un régimen represor.
No fue por racista que Alberto Fernández dejó estupefacto a Pedro Sánchez. Fue por “guitarrear” en lugar de prepararse seriamente para un encuentro de ese nivel. Para colmo, con Sánchez, cuyas intervenciones parlamentarias y en eventos internacionales siempre son milimétricamente preparadas.
Por “guitarrear”, el presidente eligió una estrofa inadecuada y confusa de Litto Nebbia que, además, le atribuyó a Octavio Paz. Por semejante enchastre, que sonó despectivo hacia mexicanos y brasileños, Macri ensayó una disculpa también impresentable. En definitiva, además de absurdo, es horrible pedirle perdón a Bolsonaro, un provocador que ha dicho muchas barbaridades racistas. Peor aún hacerlo “en nombre de los argentinos”.
Pero lo más grave no fueron las negligencias de Alberto y de Macri, sino la abstención en la OEA a la hora de condenar la ola de detenciones en Nicaragua. No implicaba aprobar una intervención militar; ni siquiera aplicar el Artículo 21 para suspender la membresía de Nicaragua. Simplemente se votaba condenar que cuatro candidatos y más de una decena de dirigentes opositores hayan sido apresados con acusaciones tan graves como improbables, poco antes de una elección sin marco institucional que garantice el cumplimiento de la voluntad popular.
El canciller Felipe Solá y el presidente le hicieron un gran favor a la dictadura matrimonial Ortega-Murillo. Hace tres años, las arbitrariedades de la pareja provocaron masivas protestas que fueron aplastadas a sangre y fuego. Daniel Ortega se fue a Cuba y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, dirigió la feroz represión que dejó centenares de muertos y llenó las cárceles de presos políticos, además de inundar Costa Rica de exiliados nicaragüenses.
Las organizaciones disidentes y los partidos opositores dejaron de convocar manifestaciones para que cesen las muertes y los encarcelamientos. Pero ahora, en la antesala de las elecciones, el régimen lanza la cacería de candidatos y dirigentes de la oposición.
La primera detenida fue Cristiana Chamorro. Quizá su postulación presidencial causó en Ortega un “déjá vu” que lo hizo entrar en pánico. Ocurre que la líder opositora con más chances de vencerlo es idéntica a su madre, Violeta Barrios, la mujer que lo derrotó en la elección de 1990.
A renglón seguido detuvieron a Arturo Cruz y a otros dos candidatos, produciéndose de manera simultánea las detenciones de nueve dirigentes que cuestionan la autocracia familiar, fortalecida con el triunfo de la represión sobre las multitudinarias protestas.
Dos de las detenciones revelan el nivel de envilecimiento alcanzado por quien había comandado la insurrección contra el sanguinario Anastasio Somoza, pero terminó construyendo un régimen similar a la dictadura somocista. En eso habrá pensado Dora Téllez cuando los policías la llevaban detenida. Ella fue la Comandante Dos, jefa del Frente Occidental del FSLN durante la guerra revolucionaria que protagonizó victorias determinantes como la ocupación de León, equivalente nicaragüense a la caída de Santa Clara por la columna que comandaba el Ché Guevara en Cuba.
Junto a Dora Téllez y al Comandante Cero, Edén Pastora, estaba Hugo Torres cuando el FSLN tomó el Palacio Nacional.
Como coronel del Ejército, Torres combatió a los contras, la insurgencia financiada por la Casa Blanca de Ronald Reagan para combatir al gobierno revolucionario en los años ’80. Y antes de ser oficial del nuevo ejército nicaragüense, había sido un guerrillero de acciones muy audaces. La más recordada fue el asalto, en 1974, a la residencia del ministro somocista José “Chema” Castillo, tomando los rehenes que canjeó por la liberación del entonces encarcelado Daniel Ortega. Cuatro años más tarde, volvió a integrar un grupo comando para sacar de la cárcel a sesenta sandinistas, incluido Tomás Borge.
Torres y Téllez, junto a otros revolucionarios históricos como Edmundo Jarquín y Herty Lewites, crearon en 1995 el Movimiento Renovador Sandinista. También se alejaban de Ortega señalando su envilecimiento el sacerdote poeta Ernesto Cardenal y el escritor Sergio Ramírez, quien había sido vicepresidente de la Revolución.
Hasta su hermano Humberto Ortega terminó alejándose del hombre al que las mejores figuras del sandinismo describen como corrupto y tiránico. El mismo que ahora, para evitar una derrota electoral, lanzó una razia contra candidatos y dirigentes opositores.
Argentina y México justificaron de manera absurda un pronunciamiento contrario a la defensa de derechos y libertades esenciales, por ser leales a Daniel Ortega, el dictador que traicionó a los próceres de la revolución sandinista encarcelando a varios notables, incluido el guerrillero que, en 1974, se jugó la vida para sacarlo de la cárcel.
*El autor es politólogo y periodista.