En la mitología griega, Narciso era un joven con una apariencia bella, hermosa y llamativa. Todas las mujeres y hombres quedaban enamorados de él, pero éste los rechazaba... Narciso se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque e intenta seducir al hermoso joven sin darse cuenta de que se trata de él mismo hasta que intenta besarlo.
El problema de los malos diagnósticos es que conducen a malas propuestas de solución, porque si se dilucida erróneamente el origen del error, no se atacarán sus causas sino cualquier otra cosa. Es lo que parece estar pasándole por estos días a la clase política argentina que ha asumido los resultados de la reciente elección con una ebriedad de poder que los tiene a todos ellos mareados, confundidos acerca de lo que ocurrió, y por ende, acerca de lo que deben hacer de aquí en más.
En lo que se refiere al oficialismo, echarle la culpa de todo lo que ocurrió en los últimos dos siglos a Macri puede ser un buen relato para atraer crédulos y justificar torpezas propias, pero si el que emite el relato efectivamente se lo cree, allí estamos en problemas. Y eso es lo que parece haber ocurrido en el país: salvo Cristina, que sabe que perdieron, el resto de los peronistas creen que ganaron aun perdiendo y desde las elecciones vienen festejando el supuesto triunfo sin ni siquiera pensar en cambiar lo más mínimo de las cosas que los llevaron a una derrota tan catastrófica. Y al actuar así profundizan las causas de su fracaso electoral, pero parecen no darse cuenta, o no querer darse cuenta.
El haber activado a todos sus agentes secretos disfrazados de jueces que fueron colocando en sitios claves del Poder Judicial, logró que procesaran a Macri y desprocesaran a Cristina luego de los comicios mediante algunos fallos que dan risa propia y ajena, propios de la peor republiqueta bananera. Pero lo simbólicamente más significativo es la aparición pública (porque hasta ahora no se lo veía) de Martín Soria, el ministro de Justicia, reuniéndose con los miembros de la Corte Suprema de Justicia para retarlos por no defender a Cristina, ante la impávida mirada de los Supremos que no sabían qué decirle a tamaño caradura con investidura. Luego el ministrillo se fue a los medios oficialistas para lucirse con su hazaña. Los periodistas afines lo alababan: “Los dejó mudos, ministro”, ante lo cual Soria sonreía con esa cara que tiene y que le gusta poner de grandote pelandrún y de matoncito de barrio, por haber ubicado en su justo lugar a la Corte.
Que esa payasada sea realizada por un payaso que otra cosa no sabe hacer, no sería el problema. El problema es que las máximas autoridades de la república lo hayan enviado a cometer la bravuconada que él ejecutó a su modo, el único que sabe. Eso nos asusta aún más, porque demuestra que un oficialismo que no se enteró que perdió, es capaz por ende de agrandarse a niveles de patetismo. Por eso festejan casi todas las semanas en las plazas con sus clientelas cautivas, ya que si no pudieron reventar en las urnas, al menos que revienten las plazas.
En suma, ebrio de toda ebriedad, el oficialismo nacional está haciendo uso de un poder que cree tener pero que no tiene, para caracterizar una derrota como si fuera un triunfo. Y para colmo, lo más grave es que se lo cree.
Como se creen los opositores que ganaron las elecciones por sí mismos y que por lo tanto ahora sólo queda realizar una larga interna de un par de años para elegir cual será el presidente entre ellos, quien seguro ganará.
Salvo los exponentes más lúcidos, que también los hay, existe un sentimiento entre muchos opositores de que ellos ganaron por sus propios méritos en vez de aceptar la cruda realidad de que fueron los otros los que perdieron por sus evidentes deméritos. Algo similar a lo que pasó, a la inversa, hace exactamente dos años atrás.
Porque sólo un grupo de triunfalistas sin sustento puede darse el lujo de dilapidar poder de modo tan delirante como lo hicieron en esta comedia de enredos por la cual se dividió el bloque radical de diputados nacionales, lanzando de ambos lados improperios descalificadores de grueso calibre.
Fueron cordobeses los principales responsables del desaguisado al llevar su interna a nivel nacional sin la menor noción de las proporciones. De uno y otro lado porque a Negri como presidente de bloque ya le pasó el cuarto de hora pero los otros no están aún preparados para reemplazarlo. Sin embargo aquí, igual que en el oficialismo, apareció otro Martín para poner en escena el patetismo de lo que están haciendo borrachos de poder. En vez de Soria, este otro Martín se apellida Lousteau, y es la perfecta reencarnación del mítico Narciso grecolatino que siempre seduce y luego deja pagando a los seducidos por ese afán desmedido de haberse enamorado de su propia imagen, de un modo enfermizo.
Nuestro Narciso a todos les viene haciendo lo mismo, y lo peor es que todos caen una y otra vez en sus hechizos. Fue uno, si no el principal, responsable intelectual de la resolución 125 contra el campo, pero cuando las papas ardían huyó precisamente para el lado opuesto. Lo insólito es que además logró dar el salto. De allí en adelante no deja estropicio por hacer. Inmerecidamente lo nombró Macri embajador en Estados Unidos y cuando éste más lo necesitaba (al asumir Trump) nuestro Narciso renunció para presentarse en una interna local. O sea que el hombre lleva el récord de haber seducido y dejado plantados nada menos que a Cristina y a Macri. Y de allí para abajo no pare de contar.
Ahora fue otra vez el responsable intelectual de esta cretina división del bloque radical que desnuda no una sino todas las internas que el muy buen triunfo de estas elecciones (mejor triunfo incluso para la UCR que para el Pro) parecía haber comenzado a superar. Pues Narciso las hace revivir, embriagado por sensaciones de triunfo que claramente no le pertenecen.
Y así andamos, con un país a la deriva mientras un poder inexistente o cuando menos sobreestimado emborracha de soberbia a una clase política que parece no haber entendido la voz del pueblo y por eso logra que sean protagonistas simbólicos principales de sus ridículas sagas personajes de tan módica existencia como los dos Martín: Soria y Lousteau. Hay que apuntar un poco más para arriba, cumpas y correligionarios. Y beber un poco menos del néctar del poder.