Cada vez son más los que usan la palabra “psicópata” para calificar a Jair Bolsonaro. Primero fueron voces de los sectores a los que el político ultraconservador denostaba y amenazaba públicamente, como los homosexuales, los indígenas y los izquierdistas, las que usaron ese término psiquiátrico para describirlo.
Poco a poco, también en el centro del arco político apareció la palabra psicópata para referirse al presidente brasileño. Y ahora fue el gobernador de San Pablo el que disparó esa calificación sobre Bolsonaro.
Joao Doria, empresario millonario que es conservador en lo político y que adhiere a los postulados económicos ortodoxos de Arnold Harberger, Milton Friedman y George Stigler, culpó al jefe del Planalto por el colapso del sistema sanitario debido al desborde de la pandemia en Brasil.
El país vive “un momento trágico de la historia” en el que “millones de personas están pagando el alto precio” de tener “un liderazgo psicópata”, dijo el gobernador del principal Estado del Brasil.
Es común que los opositores usen términos fuertes para cuestionar a los gobernantes, pero no es común que lo llamen psicópata. A esta altura, con tanta gente recurriendo al mismo trastorno mental para calificar a Bolsonaro, corresponde preguntarse por qué. ¿Se ven en el presidente brasileño los rasgos de esa enfermedad?
Algunos rasgos se insinúan. Y con mucha claridad. A fines del siglo 19, la psiquiatría empezó a describir síntomas como la falta absoluta de empatía y la consideración de los demás como objetos de los que valerse mediante la manipulación. También el deseo de infligir daño y sufrimiento a otras personas, sin experimentar ningún tipo de remordimiento.
No todos los psicópatas son como Dexter, el criminal personaje de la novela de Jeff Lindsay. Pero la ausencia total de empatía y la incapacidad de sentir culpa por infligir sufrimiento, son rasgos del trastorno. Y esas señales se insinúan claramente en Bolsonaro.
El rasgo de la psicopatía que el mandatario ultraderechista no evidenció jamás, es el que describió el psiquiatra norteamericano Harvey Cleckley en su libro “La máscara de la cordura”: la apariencia de normalidad. El psicópata tiene los síntomas de su trastorno camuflados. No parece el caso de este político brasileño que durante sus largas décadas en el Congreso, y ahora también en el gobierno, ha vociferado sus desprecios a homosexuales, negros, indígenas, izquierdistas, pobres, etcétera.
Entre las tantas muestras de crueldad en el trato verbal, muchos lo recuerdan gritándole a una diputada centroizquierdista “usted no merece ser violada porque es muy fea”.
La lista de barbaridades en las que, con crueldad, evidenció racismo, homofobia, misoginia y antisemitismo es larga y parece explicar la actitud de brutal indolencia que ha tenido durante la pandemia con las personas que mueren y las que padecen internaciones o postraciones que equivalen a suplicios.
No es el único gobernante que incurrió en negacionismo frente a la pandemia. También el nicaragüense Daniel Ortega y el recientemente fallecido presidente de Tanzania, John Magufuli, un caso extrañísimo por tratarse de un matemático doctorado en Química que, sin embargo, afirmaba que al coronavirus lo creó el diablo pero la mayoría en Tanzania “sobrevivirá porque tiene fe en Cristo”.
Jair Bolsonaro figura entre los que más obstruyeron las políticas sanitarias, sabotearon las medidas de distanciamiento social y difamaron las vacunaciones.
Desde que comenzó la pandemia, el gobierno federal ha sido una obstrucción en lugar de ser un centro de coordinación y abastecimiento de las políticas sanitarias estaduales. El presidente no ha liderado la lucha contra el covid sino que, por el contrario, la saboteó. Y a esta altura de la pandemia, el colapso sanitario no está sólo en rincones remotos del país, sino en sus principales estados y ciudades.
Si en situaciones de guerra, la cartera clave de un gobierno es el ministerio de Defensa, mientras que en una crisis económica lo es el de Hacienda, en el escenario de una pandemia el ministerio protagónico es el de Salud. Pero Bolsonaro paralizó el Ministerio de Salud, expulsando los ministros médicos Luis Henrique Mandeta y luego Nelson Teich, para colocar en el cargo a un militar que también terminó renunciando porque el Palacio del Planalto lo dejaba sólo y sin instrumentos frente al desastre sanitario.
En sabotaje y obstrucción, Bolsonaro superó al otro negacionista cuya ignorancia e irresponsabilidad agravaron los estropicios de la pandemia en el país que presidió: Donald Trump.
Mientras el mundo observa espantado las estadísticas de Brasil, los países vecinos empiezan a verlo como un peligro para la región. Y también a descubrir que tener un presidente al que es posible llamar “psicópata”, no sólo es un problema de los brasileños, sino de toda Sudamérica.
*El autor es politólogo y escritor.