Cuando entra al hall de Los Andes Nora Correas viaja inmediatamente en el tiempo. Señala el lugar donde estaba el despacho de Antonio Di Benedetto, el escritor que conoció cuando apenas tenía 18 años.
Y enseguida piensa en su tortura: “Él no le daba la mano a las personas, tenía una obsesión con la pulcritud, imagino lo que debe haber pasado en una celda”.
Parte de la cultura mendocina de los '60 pasa delante de sus ojos. Y recuerda el momento en que ella, apenas con ocho años, compartió una clase de dibujo con Carlos Alonso. Nunca había visto un cuerpo desnudo pero era una precoz infiltrada. Su padre, médico y director por entonces de la Escuela de Bellas Artes, la había llevado a una de las prácticas de dibujo con modelo vivo.
Nora abre sus ojos enormes y brillantes, como los debe haber abierto entonces, ante esa mujer gorda que posó durante horas y a quien luego volvió a delinear, ya mayor, cuando se convirtió en estudiante. "Todavía conservo dibujos de ella", dice. Lo guarda todo, en realidad. Por eso cada objeto, libro, diario que la rodea tiene una historia fascinante.
Ese primer cuerpo conecta con la anatomía, su estudio presente. "Estoy dibujando las partes del cuerpo: la lengua, los ojos, los genitales. Así tal cual son. Sólo el cerebro y el corazón están atravesados por la interpretación, los he llenado de cosas, porque así los veo".
La idea es investigar el cuerpo según diversas religiones. En base a una pregunta que, en sí, involucra a toda la historia de la filosofía: ¿Qué sentido tiene la vida?
Nora retoma la pregunta y mira fijo: "un temita". La apasiona ese proceso -leer, investigar, juntar material- mientras se va armando la obra. "Amasar y amasar a ver si se eleva o no".
Mientras leuda ese trabajo, tiramos hilos de otros que también involucran el cuerpo y sus vísceras: ese enorme corazón partido y colgante, ese "muerto" que expuso apenas terminada la dictadura, la lana virgen de "En carne viva" o los jirones de "Juguemos en el bosque mientras el lobo no está, ¿lobo está?" Y más atrás: los cuerpos de los locos que retrató cuando visitaba el neuropsiquiátrico en Buenos Aires.
"Uno de ellos, casi enano, había sido vendido por una gitana a un médico que quería estudiarle el cerebro", recuerda. Asomada en ese mundo, ante el dolor de las internas mujeres, acaso ya le taladraba esa pregunta que venía del futuro: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Quién o qué lo arma, cómo lo teje?
Su primera muestra fue sobre fetos y pájaros. Ella tenía un embarazo avanzado. Al ver una de sus obras, su obstetra se sobresaltó: ¿cómo pudo adivinar que su hija venía en la misma posición que la había dibujado?
Ahora sus ojos miran hacia adentro: “Yo no hago obras para vender. Algunas se venden, pero no se trata de eso. El arte me ayuda a pensar en las cosas que quiero saber, que quiero entender”.
El tejido, claro, no es una mera técnica sino los filamentos visibles de esa gran pregunta que estuvo desde siempre: desde que jugaba de niña descubriendo inocente su cuerpo, desde que se enojó en la primera confesión a un cura, desde que decidió desobedecer a los maestros de pintura que intentaban hacerle seguir un modelo. “Estoy en contra de esa formación que trata de hacerte imitar a aquellos que admirás. El desafío para un artista es el autodescubrimiento. El primer competidor de uno es, precisamente, uno mismo”.
Tejidos palpitantes
¿Cómo llegó a vivir en Brasil tres años y a tener 80 bordadoras a su cargo? Es una larga historia que incluye un viaje en barco, un amigo afincado en Río con una tapicista en la familia y la posibilidad de encontrarse con otra tierra. “Sentías el ruido de las plantas mientras crecían”. Esa secreta expansión de la jungla se parece a su modo de trabajar, a su naturaleza interna.
Cuando volvió a Buenos Aires, en plena dictadura, el tópico tropical ya le fue ajeno. No le gustaba tejer, pero decidió encararlo por otro lado. Producir un tejido no sería, para ella, enhebrar prolijamente los elementos. Serían esculturas tejidas, serían organismos.
Y el mismo concepto inquietante está en la instalaciones. Una, por ejemplo, en la que fotografías de niños escoltan un pedestal de falso oro donde brilla un dorado cochecito de bebé. Todos esperaban encontrar allí dentro una figura tierna. Y, en cambio, encontraron un nido de cucarachas. "Si seguimos pensando en el oro más que en el planeta, si seguimos comiéndonos entre nosotros en vez de apoyarnos, sólo quedarán las cucarachas, la especie más fuerte".
América, en su visión, son tres bolsas colgantes: una negra, una blanca, una marrón. Los seres, en ellas, se asoman, cuelgan o se esconden, muñecos siempre al borde de un abismo.
Y en ese recorrido por museos mentales, surge “el arte contemporáneo” como tema. Ahí nomás deja claro: “No creo en el arte contemporáneo.
Contemporánea es esta charla, por ejemplo. No me interesa la moda. Porque la moda pasa, no perdura. Y eso es porque no ha tenido la fuerza o la mirada necesaria del otro”.
- ¿Qué es lo que te interesa?
- Veo figuras chinas, veo cosas de la Edad Media, veo el arte popular boliviano o las estampitas mexicanas. Todo el arte es contemporáneo para quien se siente impregnado por él.
Su exposición retrospectiva
La reconocida artista expondrá en su ciudad natal. Susana Beatriz Delgado expondrá su obra como invitada.
“Ayer, aquí y ahora” es el nombre de la muestra con la que Nora Correas marcó ayer, en el día de la inauguración, su regreso a nuestra provincia. La exhibición es en el Espacio B del Museo Carlos Alonso Mansión Stoppel, ubicado en Avenida Emilio Civit 348.
Además, la exposición contará con la participación, como artista invitada, de Susana Beatriz Delgado y su obra “De incisiones y pasiones”.
Las artistas
Nora Correas nació en Mendoza en 1942. Completó sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. En 1966, obtuvo una Beca del Fondo Nacional de las Artes para estudiar pintura en el taller de Juan Batlle Planas, en Buenos Aires. Trabajó en arte textil desde 1967 hasta 1985.
Las instalaciones y esculturas son su medio más usado en la actualidad. Su trabajo ha representado a la Argentina en bienales y exposiciones en Japón, Francia, Estados Unidos, España, Polonia, Brasil, Cuba, Chile, entre otros. Actualmente, vive y trabaja en Buenos Aires.
Correas recrea en sus obras formas dramáticas, con la teatralidad de un escenario, donde siempre hay fuerzas aciagas contenidas, la tensión de amenazas que se ciernen sobre las formas -a menudo abstractas- que usa como metáforas de su biografía de mujer, de su diálogo con la historia de su país o del violento acontecer del mundo.
Susana Beatriz Delgado nació en Mendoza. Egresó como profesora y licenciada en Artes Plásticas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Se especializó en grabado con Ricardo Scilipoti y Cristian Delhez. Continuó su formación en Buenos Aires, con Aída Carballo, Roberto Páez, Ernesto Pesce, María Inés Tapia Vera y Leornardo Gotleyb.
Participó en exposiciones colectivas y grupales en el país y en el exterior. Hasta la fecha, realizó 20 muestras individuales, en Buenos Aires y en Mendoza. Fue distinguida en el Salón Nacional de Artes Visuales, sección Grabado, Buenos Aires. En el Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano, Ciudad de Buenos Aires; Salón Vendimia de Artes Plásticas, Mendoza, entre otros.
La entrada general para visitar el Museo Carlos Alonso es de $50, estudiantes y jubilados pagan $30. Los niños menores de 5 años no pagan.