Pese a la flamígera retórica antiimperialista que profirió contra Estados Unidos desde 1999, el régimen chavista nunca dejó de mantener intensos vínculos comerciales con la principal potencia del planeta. Si las relaciones entre países estuvieran supeditadas a lo meramente discursivo, hoy no podría explicarse de ninguna manera la existencia del más mínimo intercambio.
A lo largo de dos décadas, el régimen venezolano también siguió al pie de la letra el manual de procedimientos prácticos para irritar de verdad a la Casa Blanca: apoyó a gobiernos y partidos de izquierda en la región, prodigó una gran ayuda a Cuba y fortaleció vínculos con Rusia, China e Irán. Ninguna de esas afrentas condujo hacia la ruptura total de relaciones.
Sin embargo, la situación entró en una nueva etapa a partir de enero de 2019, cuando Donald Trump embargó cuentas del Estado venezolano en jurisdicción norteamericana y avaló que queden bajo control del dirigente opositor Juan Guaidó, reconocido como presidente legítimo. Esa medida incluye a la filial estadounidense de Pdvsa (Citgo), lo que implica el más duro golpe propinado hasta aquí contra el flujo de fondos hacia el régimen chavista.
Esa decisión es una variante de una medida mucho más drástica que, gracias a la aparición de Guaidó, el magnate de la Casa Blanca pudo evitar: la suspensión total de las importaciones de petróleo venezolano, que significan en la actualidad 500 mil barriles diarios enviados por el país caribeño hacia el mercado norteamericano.
La alternativa aplicada por ahora deja igualmente sin la indispensable provisión de dólares del petróleo al régimen de Maduro, al que cada vez se le hace más cuesta arriba financiar la importación de alimentos, medicamentos y equipos. Ante el embargo de los fondos de Pdvsa, Maduro podría cortar el envío de crudo a Estados Unidos para buscar otras opciones, aunque más costosas y con menos márgenes de ganancia.
El efecto colateral menos deseado por Trump es que el nuevo destino de los 500 mil barriles diarios que van al mercado norteamericano sean Rusia y China, lo que acrecentaría la influencia de esos países en la región. Para Estados Unidos sería un gran inconveniente verse privado del suministro de petróleo pesado venezolano para sus refinerías, aunque su propia producción lo hizo en los últimos años menos dependiente de las compras de ese crudo. El aumento del precio de la gasolina en el mercado interno norteamericano, por un menor suministro desde el exterior, de ese modo podría ser amortiguado más fácilmente.
Durante las dos décadas que lleva el chavismo en el poder, las exportaciones de Venezuela tuvieron a Estados Unidos como principal destino, en tanto que los productos de ese país constituyen el mayor componente de las importaciones venezolanas.
Cuando el régimen de Chávez estaba en pleno apogeo, la satanización de su socio del norte no le impidió enviar al mercado estadounidense hasta 1.500.000 barriles diarios de petróleo, como ocurrió en 2004.
Relación “sólida”
Un informe fechado en febrero de 2013, que circula en la web a nombre de la embajada de Venezuela en Estados Unidos, va totalmente a contramano del tenaz discurso antinorteamericano del chavismo: "La relación comercial con EE.UU. es sólida y sigue creciendo. Venezuela ha sido un socio comercial confiable y valioso a lo largo de los años y, en 2012, fue una vez más el tercer socio comercial más grande de Estados Unidos en América latina y el decimocuarto más grande en el mundo, además de ser su cuarto proveedor de petróleo".
Ese documento está basado en datos reales de organismos oficiales norteamericanos, que en 2012 ubican el intercambio de bienes entre ambos países en más de 56 mil millones de dólares. Entre 2006 y 2013, fue nada menos que Nicolás Maduro el encargado de pilotear las relaciones internacionales de Venezuela, en su calidad de ministro del Poder Popular para los Asuntos Exteriores.
Las estadísticas de la relación entre Washington y el régimen chavista muestran que, desde 1999 hasta la actualidad, el saldo del intercambio bilateral fue significativamente deficitario para Estados Unidos, que importa de Venezuela mucho más de lo que exporta hacia ese país.
Otro detalle importante es que el 85 por ciento de las exportaciones venezolanas hacia el mercado estadounidense consiste en petróleo crudo, mientras 33 por ciento de sus importaciones son de combustible refinado que ya no puede producir la descalabrada infraestructura venezolana (el resto proviene del sector agrícola, maquinarias y bienes del sector electrónico). El flujo comercial entre Estados Unidos y Venezuela recién evidenció una notable caída en 2015 y se profundizó en 2016, al llegar a 16.100 millones de dólares de intercambio. Ese fue el nivel más bajo desde 1998 (año en el que Chávez fue elegido presidente).
Según datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos, que depende del Departamento de Comercio, en 2017 y 2018 hubo una leve recuperación, aunque lejos del pico reflejado en 2008, cuando el intercambio bilateral alcanzó los 64 mil millones. Al comienzo de aquel año, Chávez propuso en su programa televisivo Aló presidente, el "relanzamiento" de los principales lineamientos de su gobierno.
La tensión política y el debilitamiento del comercio con Estados Unidos finalmente complicaron el panorama venezolano. La crisis se retroalimentó con la fuerte caída en la producción de petróleo, sazonada con desmanejos y hechos de corrupción en la petrolera estatal Pdvsa: según datos divulgados por la Opep, en 1999 , el país sudamericano producía 3.500.000 barriles diarios, que se redujeron progresivamente hasta llegar a una producción de un millón de barriles por día en 2018.
Amigos con derecho
En medio de la grave crisis, el oro constituye ahora el último recurso al que puede echar mano el gobierno de Nicolás Maduro, en la medida que existen países como Rusia, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos dedicados a comprarle ese metal. Hacia esos destinos podrían extenderse ahora las represalias de Estados Unidos.
El gobierno de Recep Tayyip Erdogan cultiva buenas relaciones con el régimen chavista desde 2016. La afinidad política tiene como trasfondo la profundización de un estratégico vínculo comercial: Venezuela vende oro a un aliado que es a la vez miembro de la OTAN y que le provee alimentos y ayuda. Los otros pilares de la defensa del gobierno de Maduro son Rusia y China. Más allá de la sintonía ideológica, aquí también hay fuertes datos económicos a tener en cuenta.
El gigante asiático no sólo es el acreedor más importante de Venezuela (le otorgó préstamos por 62.200 millones de dólares), sino que también las empresas chinas invirtieron, según distintas fuentes, hasta 20 mil millones de dólares en proyectos dentro del territorio venezolano.
Rusia, por su parte, también suministró auxilio financiero al asfixiado régimen de Maduro y su petrolera estatal Rosneft mantiene control sobre el 50 por ciento de Citgo (la filial norteamericana de Pdvsa), como garantía de un préstamo de 1.500 millones de dólares.
Trump, el verdugo
Nicolás Maduro le achaca al "imperialismo yanqui" toda la responsabilidad por la profunda e interminable crisis de su país, con el argumento de que esa situación es consecuencia del bloqueo dispuesto por Estados Unidos. Las medidas ejecutadas en los últimos años por Washington sobre aspectos puntuales de la economía venezolana, sin embargo, están lejos de equipararse al bloqueo comercial que el Gobierno norteamericano lleva a la práctica contra Cuba desde 1962.
Hubo cuatro presidentes norteamericanos durante el largo ciclo chavista: Bill Clinton, George Bush, Barack Obama y Donald Trump. De todos ellos, el verdadero verdugo del régimen venezolano es el magnate que actualmente toma decisiones desde la Casa Blanca.
Los antecedentes
Durante la presidencia de Obama, Estados Unidos comenzó la aplicación de bloqueos sobre los bienes y activos de los principales jerarcas del chavismo dentro del territorio norteamericano (incluido el propio Maduro).
Aliados de Washington como Canadá, Reino Unido y la Unión Europea adhirieron a la medida y complicaron la circulación de fondos pertenecientes a funcionarios venezolanos en el sistema financiero mundial. Hasta ese momento, las medidas tenían más bien un diseño quirúrgico.
Con la llegada de Donald Trump al poder, arrancaron las sanciones de más amplio espectro: en agosto de 2017, el presidente norteamericano firmó un decreto que prohíbe a los bancos de su país las transacciones con bonos de deuda del Gobierno de Venezuela y la compañía Pdvsa.
Las ya exhaustas finanzas del chavismo quedaron así con menos margen para cumplir con los compromisos externos y sostener la deteriorada economía del país. Según distintas fuentes consultadas, el régimen chavista acumula un fuerte atraso en el pago a sus acreedores, con una deuda pública que a fines de 2018 rondaba los 175 mil millones de dólares. Mientras tanto, la población soportó una hiperinflación extravagante de un millón por ciento anual y padece una tortuosa escasez de alimentos y medicinas.
En noviembre del año pasado, Trump aumentó la presión sobre Maduro, al prohibir la importación de oro venezolano a empresas y ciudadanos estadounidenses. Para la actual administración norteamericana, comprar metal a Venezuela es apoyar el "saqueo de la riqueza" de ese país en beneficio de los "intereses corruptos" del régimen.