La Scaloneta sacó a flote a una Argentina que estaba hundida y depresiva

Después de que la pelota diera con la red en el penal de Montiel, no hubo festejos: hubo desahogo, llanto, soltar tensiones, recordar a los que no están y que fueron a quienes les pediste partido tras partido que ayuden al ‘Nene Zurdo’ que llevaba la 10.

En la Ciudad de Mendoza, un grupo de mujeres celebran el histórico momento. / José Gutierrez - Los Andes
En la Ciudad de Mendoza, un grupo de mujeres celebran el histórico momento. / José Gutierrez - Los Andes

Los tiempos que está viviendo nuestra querida Argentina son duros y lo seguirán siendo producto de los malos manejos políticos… pero el pueblo todavía sonríe, se alegra y se abraza y es porque todavía nos dura la alegría de aquel 18 de diciembre.

En el lejano Qatar un grupo de tipos sacaba a flote a una Argentina sumergida en problemas económicos y sociales y este logro de este grupo de personas mantiene en la superficie a todo un país.

Hace poco, en una seguidilla de documentales que recordaban fechas, River estrenó “Cierren los ojos” y el relato continuaba y decía “piensen que hubiera pasado si perdíamos”… bueno, yo pregunto: qué hubiera pasado con todos nosotros si la Selección Argentina no se consagraba campeón del Mundo, qué habría pasado con el humor social, cómo se habrían vivido estas fiestas de fin de año, cómo se habría soportado la inflación, la pobreza, los malos gobiernos. Eso fue lo que generaron estos chicos, que los que estaban mal se olvidaran por un tiempo y que fueran felices con lo que tenían.

La gente festejó algo gracias al fútbol y le agradeció en la calle a los jugadores. / Clarín
La gente festejó algo gracias al fútbol y le agradeció en la calle a los jugadores. / Clarín

A pesar que todo arrancó con el pie izquierdo ante Arabia, la gente decidió creerle más a Lionel Messi que a los gobernantes de turno y por eso siguió confiada, sabiendo que ante los mexicanos nos jugábamos la estabilidad emocional de un país, pero las zurdas de “Fideo” y de Lionel hicieron que los abrazos llegaran por millones, aún con gente con la que nunca te abrazaste.

Lo demás fue puro cine: a Polonia se le pasó el trapo como hacía mucho no se le pasaba a una selección europea, y a octavos.

Cuando pensábamos que Australia era pan comido aparecieron los Martínez: Lisandro y el “Dibu” para salvar la ropa en el final con un cruce de kaiser y una atajada monumental.

Llegaba Países Bajos (u Holanda para los +40) y había que jugarle a un entrenador que no le gustan los argentinos como Louis van Gaal, que cometió el error por segunda vez de criticar a un 10 argento y se tuvo que volver a su casa con Máxima Zorreguieta.

En ese partido, por primera vez en muchos años (pero muchos en serio), un integrante de la Selección Argentina le robaba un poco de amor a Messi porque después de los dos penales atajados la camiseta de Emiliano Martínez le compitió a la del capitán entre las más elegidas.

Ese partido cayó un fin de semana y, personalmente, el mismo día que se casaba mi amigo Martín: ¿se imaginan lo que habría sido ese casamiento si perdíamos? Por suerte salió todo bien y fue uno de los mejores casamientos a los que fui porque todo era alegría y camisetas de la Selección.

Croacia era un recuerdo que nos trasladaba a Jorge Sampaoli y el Mundial de Rusia, pero a diferencia de ese 2018 había una confianza que parecía que nadie podía ganarle a estos gladiadores y ahí fue donde apareció la tercera camiseta más codiciada: la de Julián Álvarez y sus dos goles.

¿Se acuerdan que el segundo de la “Araña” fue cuando Messi le enseñó a bailar tango o cumbia santafesina o Gvardiol? Que momento maravilloso para disfrutar de un partido y, por primera vez en seis encuentros, no sufrir y ya soñar con la final.

/ Telam
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Ahí estaba Francia, la misma que nos mandó de vuelta de Rusia, pero con la diferencia que este grupo de argentinos estaba más unido que el de hace cuatro años y así fue que jugamos una final perfecta 80 minutos y en un minuto Mbappé nos devolvió el sufrimiento que habíamos dejado en los cuartos de final.

Otra vez aparecieron nuestros Superhéroes como Lionel y Emiliano para siempre mantenernos adelante en el marcador y para hacer la mejor tapada de la historia de los mundiales.

Les juró que en ese momento mi corazón, como el de millones de argentinos, se paró 30 segundos, dejó de funcionar. No vi la luz, ni nada por el estilo, pero la jugada siguiente de Lautaro Martínez la recuerdo por los resúmenes que vi. Se me reseteó la CPU.

Los goles del alargue los sufrí, hasta que en los penales el “Dibu” nos devolvió esos momentos donde el corazón te latía de ansiedad. Comparalo con la primera salida con la chica que te gustaba y que no veías el momento de darle un beso, o mirar la luz de la sala de partos para que te digan cuando nació tu hijo/a; o cuando te avisan que conseguiste ese laburo que tanto querías y necesitabas. Esa fue la sensación previa al penal de Montiel.

Porque después de que la pelota diera con la red no hubo festejos, hubo desahogo, llanto, soltar tensiones, recordar a los que no están y que fueron a quienes les pediste partido tras partido que ayuden al Nene Zurdo que llevaba la 10.

Las imágenes posteriores de millones de argentinos en las calles fueron el fiel reflejo de ese desahogo camuflado de festejo porque los argentinos necesitábamos esa alegría, no podíamos soportar la realidad que nos golpea día a día sin una “recompensa” de ese tamaño.

Así que a ese grupo de argentinos sólo hay que agradecerles de por vida porque sacaron del fondo del mar a una Argentina que estaba hundida y depresiva y que gracias a eso, todavía estamos a flote.

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