Los Años Luz discos, el sello que llevamos adelante con Nani Monner Sans, cumple 20 años: en 1999 salía de fábrica e imprenta nuestro primer álbum, "Padre ritual", de Fernando Samalea. Y aunque ya sabemos que "20 años no son nada", en estas dos décadas de nuestra historia personal la industria fonográfica ha experimentado procesos de cambio impensados durante la etapa que antes transitamos. Sí: hubo un reacomodamiento de todos sus actores; entre ellos, nosotros.
Estos "20 años luz", no siempre luminosos, podemos recorrerlos en retrospectiva redescubriendo nuestro tránsito. Hemos editado más de 100 discos: Kevin Johansen, Ramón Ayala, Martín Buscaglia, Lisandro Aristimuño, Axel Krygier, Dúo Lerner-Moguilevsky, Liliana Felipe, Los Nuñez, Lucas Martí son solo algunos de los artistas de nuestro catálogo. Produjimos cientos de recitales, otras tantas giras; creamos nuestros catálogos digitales, porque así lo dictaban las épocas.
Hoy, 20 años después, contemplando todo este trabajo que hicimos, y con el futuro cargado en nuestras espaldas, lo que vivimos es un fuerte quiebre de paradigma, una transformación que nos excede.
Una vez más los adelantos tecnológicos provocan movimientos económicos y una nueva situación promueve cambios sociales que afectan a la cultura. No es extraño que sea la música popular el lenguaje que mejor refleja estas circunstancias, y que influya en ellas de forma más inmediata y cabal; pues hace ya décadas que la música tomó el papel de conciencia y voz de la sociedad industrializada, urbanizada e informatizada.
Cultura, creación, política y negocio hace tiempo que son indisociables, y los productores fonográficos somos actores y testigos primordiales de todos estos procesos.
Invertimos, generamos riqueza, inventamos estrategias de comunicación y participamos en la creación del paisaje sonoro, que es parte fundamental de la memoria colectiva.
Conscientes de nuestra responsabilidad, y del momento crítico de la producción musical, los productores fonográficos argentinos independientes estamos dispuestos a participar en la búsqueda y discusión de nuevas formas de producción, difusión y cuidado de nuestras músicas y nuestros músicos.
El galopante proceso de concentración que se manifiesta en el poder de las grandes compañías propietarias de los medios de comunicación, hace preciso que las compañías fonográficas independientes nos hagamos escuchar y cobremos una nueva influencia, en pos de defender la diversidad y calidad de los contenidos musicales que generamos.
Pero, ¿cómo? Lo que estamos viviendo es un fuerte cambio de paradigma, una transformación que nos excede; y no basta con adaptarnos a las nuevas formas, las nuevas reglas que, en cualquier caso, nos son impuestas desde los nuevos centros de concentración, sin poder contemplar otras opciones. Es claro que el problema no son las nuevas herramientas tecnológicas, sino la forma en las que éstas se utilizan; y, básicamente, quiénes imponen las reglas.
Sería comprensible un cambio en la forma de crear, producir y consumir; pero, ¿a quién estamos siguiendo? Dónde están los signos vitales, rupturistas, con los que en la era industrial irrumpían los nuevos movimientos. Es el momento de lanzar mensajes claros que hagan que se note nuestra presencia. No podemos quedar marginados en la toma de decisiones político-culturales; aunque de hecho, así sucede.
Somos quienes podemos afrontar los problemas de la industria cultural de forma directa, a través del sentido común de quien tiene en ello su medio de vida.
Claro que no es esto una declaración de guerra a las nuevas tecnologías, ni mucho menos; solo pretende ser un llamado de atención a los actores del sector que abrevan de estas aguas sin cuestionamientos ni sentido crítico, entregando sus producciones (contenidos) a los nuevos monstruos (los de siempre) mansamente, y hasta felices.
Las compañías fonográficas independientes, al igual que el resto de la Pymes (definición en la que también nos sentimos incluidos) de nuestro país, hemos creado más puestos de trabajo directos e indirectos que las grandes empresas.
Generamos riqueza de forma incansable y nuestra vocación exportadora es innata.
Sin nuestro aporte, gran parte del acervo musical del país se perdería y, aún así, gran parte se perderá. La tradición, la cultura y la diversidad, nuestro más valioso patrimonio, es lo que está en juego.
Son productores independientes quienes graban música académica e impiden que ésta sea ignorada por las nuevas generaciones. Lo mismo ocurre con las diversas músicas tradicionales, y con cualquier movimiento innovador.
Es preciso generar respuestas para intentar aclarar el panorama con nuestros análisis y nuestras acciones, para ser interlocutores ante las instituciones, para que la música popular y académica estén presentes en los programas educativos, para impedir que este inmenso patrimonio material y cultural sea ninguneado por una comunicación banal y codiciosa, y para dignificar las condiciones de nuestro trabajo.