Un paisaje mágico en el que reinan los acantilados de piedra caliza y una fascinante biodiversidad se guarece a 40 km de Aix-en-Provence y a 15 km de Marsella, al sur de Francia. Se trata del Parque Nacional Les Calanques, creado el 18 de abril de 2012, que ocupa 8.500 hectáreas terrestres y 43.500 hectáreas marinas.
El más reciente de los diez parques nacionales franceses es, además, el primer y único espacio periurbano de Europa que incorpora un ambiente "anfibio". A su vez, es el único parque nacional continental, isleño y marino en el entorno mediterráneo.
La polución de la ciudad, el riesgo de incendios y el descontrolado tránsito de visitantes fueron algunos de los fundamentos motivadores para la creación del parque y la preservación de las 60 especies marinas endémicas que allí habitan, así como de las 140 especies terrestres y vegetales que ese rincón protege.
Rumbo a la naturaleza
El acceso desde Marsella es bien sencillo y puede hacerse en bus: una de las puertas de entrada al parque nacional es la Ciudad Universitaria Luminy, donde los viajeros pueden emprender una caminata fácil por un sendero que primero se interna en los bosques para luego dar paso, a través de un camino algo sinuoso, a magníficas panorámicas de los macizos de piedra caliza y el contraste con el verde y azul del mar.
Esta versión del paseo conecta con la calanque de Sugiton, una de las ensenadas que engloba el parque, y a la terraza del mismo nombre, también conocida como la Tour d'Orient, que regala vistas al Mont Puget, de 565 m, y sus alrededores.
Otra opción es acceder por vía marítima, desde el Vieux-Port de Marsella, el puerto de La Ciotat o el de Cassis, para conocer distintos perfiles y recovecos de las múltiples calas.
Del trekking al buceo
Les Calanques recibe unos 2 millones de visitantes por año, sobre todo de personas que disfrutan de hacer trekking, mountain bike, escalada en roca, pesca deportiva, kayak, navegación a vela y buceo. Entre Marsella y Cassis, más de 30 senderos para recorrer a pie o en bici entre las rocas blancas se despliegan a lo largo de más de 20 km de litoral mediterráneo.
La porción marina del parque nacional representa el 90% del área protegida y en sus aguas pueden verse especies como salemas, sargos, hipocampos y doncellas.
Y entre los invertebrados se destacan el puercoespín marino, un erizo con púas de hasta 10 cm, y la nacra, el molusco más grande del Mediterráneo, que puede medir 1 m de largo.
Algo más lejos de la costa habitan las tortugas bobas, los delfines nariz de botella, los delfines listados y las ballenas de aleta, o rorcuales comunes, el segundo animal más grande del planeta.
El patrimonio natural terrestre y del litoral incluye 80 especies de aves, de las cuales 67 están protegidas en toda Francia, como el águila perdicera. La gaviota patiamarilla también puede verse en esos acantilados, al igual que los frailecillos y cormoranes moñudos.
Entre los mamíferos, Les Calanques alberga 13 especies de murciélagos, como el murciélago rabudo, uno de los de mayor tamaño de Europa.
Todas esas especies hicieron de ese escenario de piedras sedimentarias su hábitat. El macizo de Les Calanques, formado durante los períodos jurásico y cretácico, fue erosionándose y fracturándose a lo largo de los años.
El resultado de ese proceso incluyó ríos subterráneos y cuevas, como la gruta Cosquer, a la que actualmente sólo se puede acceder si uno se sumerge a 35 metros de profundidad. Las pinturas rupestres descubiertas allí demuestran que los hombres prehistóricos frecuentaban el macizo mucho antes de que el mar aumentara su nivel y moldeara los paisajes actuales.
Entre los tesoros del parque nacional también se cuentan varios naufragios de los siglos IV a.C., VI a.C., XVI y XVIII, así como los restos del avión en que desapareció Antoine de Saint-Exupéry en 1944, en la fosa de Cassidaigne.
Sol, postales inolvidables y un pleno contacto con la naturaleza convierten a Les Calanques en un verdadero oasis a pocos minutos de la ciudad. Y si una excursión de un día parece poco, el lugar ofrece dos opciones de alojamiento, en la cala de Samena, en el extremo occidental. Una estadía soñada con vista al mar.