Los mercados mexicanos, los tianguis, son espacios donde el otro está de cuerpo entero, sin vidrieras que le atenúen la piel o la mirada.
Son esos lugares repletos de presencia donde se compra la vida entera: lo que se come, lo que se viste, lo que es gesto de identidad; donde se ahorra la moneda y se derrocha el goce. Desde azucenas hasta antigüedades, desde fayucas hasta brujerías. Todo vive y late en el mercado: la prisa caótica de los carros de traslado, las frases dulzonas que convidan la frutita fresca, las comadres que se enroscan en sus mismidades.
Entre esos puestos de frutos y ajíes de Veracruz, la Negra Graciana Silva cantaba el son jarocho. La descubrió el periodista Ernesto Márquez, tocando en la calles veracruzanas: "recordaba a Cesárea Évora, pero más música, más alegre, más dicharachera", decía. Y tal como la describía, suena ella en temas como "El siquisirí", de su disco "Sones jarochos con el Trío Silva".
La niña de las cuerdas mágicas
Graciana nació en Puente Izcoalco y murió en 2013, a los 74 años, en el Veracruz de sus amores. Había recorrido Europa y Estados Unidos tocando sus sones jarochos con el arpa que siempre llevó a cuestas. Aprendió de chiquita, mirando cómo el profesor le enseñaba a su hermano, destinado por el padre a continuar con la jarana que él tocaba con pasión. Pero la negrita desoyó el mandato y se colaba en silencio para mirar cómo aquel hombre pulsaba las cuerdas.
Tanta fue la pasión de Graciana por ese instrumento que lo convirtió en el centro de su vida: dejó la escuela y comenzó a tocar y cantar en las veredas de Los Portales, donde pasó casi toda su existencia. No fue sino hasta los 55 años que la Negra, ya con su fama ganada en Los Portales, hizo su primer viaje. Tenía 8 hijos cuando el fundador Discos Corasón, Eduardo Llerenas, la hizo grabar y girar con el arpa. "Tocaba, como ella decía, 'a la antigüita', poniendo mucho énfasis en la parte de los agudos y también en los bajos... Había escuchado a muchos arpistas antes, pero noté algo especial en ella", dijo Llerenas para explicar por qué la llevó de las calles al estudio y las giras.
Dos semanas después grababa "Sones jarochos con el Trío Silva" (1994), donde Graciana estaba acompañada de su hermano Pino. Así se volvió referencia del género, con versiones maravillosas como la de "La bamba".
La fama que no pudo ser
Cuando en 1997 el guitarrista Ry Cooder visitó México para presentar el álbum de los cubanos Buena Vista Social Club, se quedó "embelesado" escuchando a La Negra. Pero, aunque hizo su gira con la que pagó deudas, Graciana volvió Los Portales veracruzanos para derramar para no salir hasta el día de su muerte.
Ni famosa ni renombrada, sí es el emblema del son jarocho tradicional, que hacía sonar cargando su arpa en una mano y en la otra el paliacate jarochísimo y rojo, para enjugarse el sudor que la inundaba cuando cantaba, tocaba, improvisaba y reía.
El son jarocho es, como todas las músicas de nuestro continente mestizo, el fruto de esos cruces de etnias que oscila entre lo mágico y lo impredecible. Este ritmo es la expresión veracruzana por excelencia y cobija una lírica tristona agazapada entre los cantos lúdicos y alegres. Mal de amores, penas, carga la poesía de los jaraneros que lo cantan como música representantiva de la cultura sureña de México.
Oaxaca, Tabasco, y primordialmente Veracruz, vieron nacer al son jarocho por el siglo XVIII, de un híbrido entre la música tradicional española, especialmente andaluza, y los ritmos africanos de la cuenca del Caribe.
Llaneros, serranos y urbanos; de montón, para niños y de madrugada; en conjuntos, soneros, tríos y fandangueros suena el son jarocho con sus décimas hermosas. Penas y alegrías, negros, españoles e indígenas. La trama cruzada y profusa de nuestro continente tocó la Negra Graciana con su arpa, "a la antigüita", para dejar testimonio de aquel México antiguo y majestuoso.