“Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar”, había escrito alguna vez. Una misma materia, un camino que va y que vuelve al mismo tiempo. La muerte, en esta urdimbre, es solo una de las formas de la transmutación.
Liliana Bodoc, escritora, falleció la madrugada de ayer, en una cama de hotel, y en la provincia que la había adoptado. Hace pocas horas, nada más, había desembarcado de un avión que la traía desde La Habana. Allí nos había representado, en el stand de nuestra provincia de la 27ª Feria Internacional del Libro de Cuba.
Había sido invitada por Diego Gareca, secretario de Cultura, quien en charla con Estilo reconoció haberla despedido después del vuelo con absoluta normalidad. La noticia fue dura para todos. Y él fue el encargado de informar, a las 12.18 de ayer mediante un tuit, que Bodoc nos había dejado.
Desde las 21 de ayer es velada en la Sala Elina Alba de la Secretaría de Cultura, y continuará todo el día de hoy.
Su presentación en la Feria la había dejado emocionada: allí la gente se agolpó para conseguir sus libros, desde antes que se abriera la venta incluso.
Allí vio una vez más cómo su literatura podía borrar fronteras y hacernos uno, de norte a sur. Y éste era un año de proyectos, reconocimientos y más consagraciones: de hecho, a raíz de sus viajes, se había pospuesto la entrega de la distinción Sarmiento que otorga el Senado de la Nación. El diploma lo iba a recibir en estos días.
Igualmente, este año la Feria del Libro de Mendoza iba a estar dedicada a ella, por lo que tenía muchas actividades en conjunto con Cultura. Después de esto, la Feria en su nombre será un homenaje póstumo.
La palabra, para ella, siempre fue un compromiso. Durante la presentación (el 25 de octubre) de “Elisa, la rosa inesperada”, una novela iniciática protagonizada por una adolescente que vive de cerca la trata, tuvo el reconocimiento de las maestras de Johana Chacón. Le agradecieron tomar la bandera del tema y, antes del fuerte abrazo, se puso la remera que le regalaron: “Hoy nuestra comunidad está incompleta”, se leía.
Sí: con las palabras no solo se escribe, también se transforma. Y las suyas, inevitablemente, volverán a ser necesarias ahora en medio del dolor.
Podríamos imaginarla a nuestro lado en este momento, como la Vieja Kush de “La Saga de los Confines”, explicándonos por qué se ha ido.
Una última vez, la muerte: "No te asustes cuando escuches su nombre; ni la culpes por hacer lo necesario. ¿Conoces a alguien a quien le agrade comer manzanas que pendan años y años de los árboles? Tampoco lo conozco yo. Y dime, ¿cómo nacerían manzanas nuevas si las que ya cumplieron con lo suyo no dejaran sitio en las ramas? ¿Podríamos tú y yo ser viejas al mismo tiempo? ¿Quién le enseñaría a quién? La hermana muerte carga con una tarea que todos comprenden pero pocos perdonan. Sin ella, los hombres no mirarían al cielo en las noches claras. Tampoco cantarían. Sin ella, no existirían ni el suspiro ni el deseo. Sin ella nadie en este mundo se ocuparía de ser feliz".
La biblioteca de las compuertas
Otro de los ámbitos donde era conocida y muy querida Liliana Bodoc es en la Biblioteca Popular de Las Compuertas (Luján de Cuyo).
La narradora visitó en diversas oportunidades el establecimiento ubicado a la vera de la ruta provincial 82 y frente a la vieja estación ferroviaria Blanco Encalada. Era considerada como una madrina literaria por los habitantes de la zona.
Tal era la simpatía y adhesión que los lugareños y directivos de la entidad sentían por la autora que la sala de lectura de la pequeña casa de los libros -donde obviamente había varias de sus obras- fue bautizada con su nombre. La relación se planteó desde casi el comienzo de la biblioteca distrital, allá por 2003.
También la autora de la trilogía “La saga de los confines” era persona bienvenida en la cercana escuela primaria David Díaz Gascogne, del mismo distrito, y también sobre la ruta. Por la amistad con una de sus recientes directoras, la escritora se movilizaba hasta el establecimiento para leer y comentar sus textos o de colegas a los alumnos, en sesiones que también compartían los padres. “Eran encuentros -recordó el progenitor de un escolar- muy agradables, donde grandes y chicos salíamos confortados con las enseñanzas y anécdotas que contaba Liliana”.
Marisa Pérez - Escritora: "La recuerdo combativa ante las injusticias"
La obra de Lili es muy grande, no solamente en lo que se refiere a literatura. Hablamos de una gran persona: generosa, humilde, creativa... Lo que se puede ver en sus obras es un reflejo de ella misma, sus convicciones e ideas.
Nos conocimos en la Facultad de Filosofía y Letras, cursábamos juntas algunas materias allá por el ‘87. La recuerdo tenaz, amorosa y responsable.
Pero la amistad se profundizó de más grandes, por 2001, cuando nos reencontramos. Fue como mágico. Hablábamos de la escritura desde el interior y lo complejo de lograr que te publicaran. Además trabajamos juntas en varios talleres y proyectos.
Si hay una anécdota que la describe es que Liliana podía encontrarte en la calle, en cualquier sitio, y si bien sabía muy bien a quien tenía enfrente, no se acordaba de los nombres, pero su simpleza y dulzura hacía que simplemente fuera un detalle.
La recuerdo en esencia entregada, combativa ante las injusticias.
No puedo entender su partida. La proximidad de la muerte es algo a lo que uno nunca puede acostumbrarse. Lili se preguntaba mucho acerca de la muerte.
Era algo que la interrogaba. Sabemos que a ella le gustaría ser recordada a través de la lectura, no sólo de sus libros, sino la de todos aquellos que se crucen en nuestro camino. Era una gran lectora, y seguro hubiese querido que la recordáramos leyendo.
Laura Leibiker - Periodista y Editora: "Tenía el don de la literatura que borra distancias"
Me volví muy fanática de la obra de Lili mucho antes de conocerla. Y cuando lo hice, confirmé que no sólo era una escritora extraordinaria, sino también una persona increíble.
Tenía una humildad, calidez y sabiduría realmente conmovedora. Cada vez que la veía por distintos motivos (ya sea laborales o fortuitos) para mí siempre era una fiesta. Siempre tenía una palabra cariñosa, un recuerdo de los momentos compartidos.
Tuve la posibilidad de editarle libros en SM, dos en Norma, y de pedirle material para diferentes cosas. Era curioso siempre encontrarte gente del ámbito de la literatura infantil y juvenil que te decía “Soy amiga de Liliana...”, porque todo el mundo quería ser su amigo y ser importante para ella, porque ella lo era para las personas.
Liliana le hacía sentir a todos que eran valiosos para ella, cualidad que pocas personas tienen. Siempre tenía tiempo para escuchar, desde editores hasta lectores y seguidores que hacían fila para hablar con ella.
Tenía el don de la literatura que borra distancias con una convicción política y estética extraordinaria. Era placentero leer sus procesos de trabajo, y una de las cosas más grandes que me dio esta profesión es haberla conocido y trabajar con su mundo.
Era una maestra de la literatura pero también de la vida, con claridad y sencillez. Deja un vacío enorme y una obra extensa y valiosísima, en un camino en el que le quedaba mucho por dar.