Durante muchos siglos, en ciertas culturas, para que una mujer pudiera desarrollarse siguiendo sus intereses o vocación debió simular ser hombre. Estas situaciones se repitieron en diversos escenarios por los que haremos un pequeño recorrido.
En el siglo XVIII, por ejemplo, hubo muchas piratas que aparentaron ser varones. Una de ellas fue Anne Bonny, nacida en Irlanda hacia 1698. Siendo una niña se trasladó junto a su familia al Caribe. Allí, su padre logró cultivar una inmensa fortuna como tabacalero y le garantizó la mejor educación. En determinado momento consiguió para Anne una profesora particular a la que la muchacha degolló en un ataque de ira. No pagó las consecuencias del acto criminal y su padre -luego de ayudarla a librarse de aquella culpa- decidió casarla para que "sentara cabeza".
Anne no aceptó al candidato propuesto por la familia y se decidió, en cambio, por un malhechor que le doblaba en edad, conocido como el viejo Bonn. Consecuentemente fue desheredada y expulsada del hogar familiar.
En 1718, el flamante matrimonio se trasladó a las Bahamas donde abrieron una taberna. Fue sirviendo tragos cuando conoció al pirata John Rackman. Enamorada de aquel hombre y de todo lo que representaba, decidió disfrazarse de marinero y unirse a su tripulación. Pronto quedó embarazada. Era sumamente peligroso que el resto descubriese que se trataba de una mujer, por lo que John decidió dejarla en Cuba al cuidado de unos parientes, hasta que diese a luz.
Rackman regresó por ella, desconocemos lo sucedido con la criatura, aunque posiblemente fue dejada en La Habana. Según los relatos de entonces Anne ya no era la única dama en la embarcación, una nueva tripulante llamada Mary Read se había sumado durante su ausencia, simulando también ser un hombre. Juntos emprendieron una vida de asaltos y matanzas sin éxito, pues no lograron tomar ningún barco. Terminaron siendo capturados y condenados a muerte. La sentencia se cumplió para todos menos para Anne y Mary que argumentaron estar embarazadas y fueron dejadas en libertad.
Este modo de acceder a círculos vedados para el género femenino no aplicó solo a la piratería. Fueron numerosos los casos de escritoras que utilizaron seudónimos masculinos para lograr ser publicadas. Es lo que sucedió con Charlotte, Emily y Anne Brontë.
Hijas del Reverendo Patrick Brontë, la posición social de estas mujeres les "permitía" aspirar a dos posibles futuros: casarse o ser institutrices. Siguieron el segundo camino, salvo Emily que prefirió quedarse en el hogar paterno. Hacia 1846 las hermanas decidieron probar suerte y publicaron una selección de sus poemas. Lo hicieron bajo los nombres de Currer, Ellis y Acton Bell, simulando ser tres hermanos. Luego vendrían las novelas "Jane Eyre" -de Charlotte-, Agnes Grey - perteneciente a Anne- y "Cumbres Borrascosas", escrita por Emily.
El impacto fue muy grande, especialmente el de "Cumbres Borrascosas". La crítica no benefició al libro, la sociedad de entonces no estaba preparada para valorar un texto que refiere al amor entre dos seres malvados. Sin embargo, con el tiempo se convertiría en uno de los grandes libros de la literatura universal. Lamentablemente Emily no lo supo. Las críticas la devastaron y decidió no volver a escribir, murió poco después víctima de tuberculosis con 30 años. Cinco años más tarde Anne falleció a causa de la misma enfermedad. Charlotte decidió entonces dar a conocer la verdadera identidad de las tres y logró un enorme reconocimiento como escritora. A los 37 años se casó pero falleció pronto debido a las complicaciones de un embarazo.
El de las Brontë no fue el único caso. George Sand era el seudónimo masculino de Aurore Lucile Dupin, nacida en París en julio de 1804. Además de firmar como hombre solía vestir como tal para moverse con tranquilidad en los espacios intelectuales a los que las mujeres no tenían acceso. Conoció así a los grandes personajes de la Francia contemporánea. Entre ellos podemos nombrar a Victor Hugo, Honoré de Balzac, Julio Verne y Frédéric Chopin, con este último mantuvo un conocido romance. Aurore publicó numerosos textos y falleció a los 71 años, tras llevar una vida plena y totalmente diferente al resto de las mujeres de entonces.
Estas historias valientes nos hacen valorar con mayor entusiasmo los cambios que van produciéndose en Occidente, donde caen estructuras sociales latentes desde hace siglos y se otorga, año a año, mayor espacio a las mujeres en pie de igualdad.