El capitán Geoffrey Cardozo llegó a las Islas Malvinas, el 15 de junio de 1982, al día siguiente de la rendición argentina. Formaba parte de las fuerzas británicas en la guerra del Atlántico Sur, en la Logística. Trabajó en la tarea de enterrar a los soldados argentinos, muchos de ellos sin identificación. Fue el creador del cementerio de Darwin, a 88 km. de Puerto Argentino, gracias a la donación de un isleño.
Apoyado en su profesionalismo, valores familiares y creencias religiosas realizó un trabajo excepcional que 35 años más tarde serviría para la esperada, no sólo por los familiares, identificación de nuestros héroes. Junto a Julio Aro está postulado por la Universidad Nacional de Mar del Plata para el premio Nobel de la Paz.
¿Cómo fue su llegada a las islas?
Inicialmente, mi tarea era la responsabilidad y el bienestar de nuestros soldados en la post guerra, considerando la importancia de los sobrevivientes. Tenían adrenalina en sus venas, quizás por alcoholismo, heridas o violaciones. Sabíamos que había cuerpos y teníamos que tomar la responsabilidad de dar una sepultura digna. Esperamos que el gobierno argentino tomara la iniciativa para hacerlo, pero eso no sucedió. Permanecí en las islas 8 meses. Necesitábamos expertos para ese trabajo, hombres entre 30 y 40 años, que tuvieran una madurez sicológica y fuerza física para hacer la tarea. Los instruimos, militarmente. Cuando encontraba un cuerpo, rezaba. En enero de 1983 se hizo un informe muy detallado del trabajo de identificación que duró 5 semanas. La ceremonia de sepelio, con los honores merecidos, fue 19 de febrero. Los argentinos no tienen, aún, real dimensión de lo valientes que fueron sus soldados.
¿Qué sintió entonces?
Dicen que hice algo extraordinario, no es así. Hice algo ordinario, normal. Con respeto y amor como si fueran mis hijos. Mi madre me despidió a mis 32 años. Nunca antes ella me había abrazado así, quizás ella pensaba que nunca volvería de la guerra. De frente al primer cuerpo, pensé en mi madre e inmediatamente, en la madre de ese héroe argentino. La palabras cuerpo, muerte, nunca son palabras fáciles.
¿Qué marca le dejó aquella experiencia de la posguerra en Malvinas?
Algunos quedaron con secuelas sicológicas traumáticas, no todos logran la resiliencia. Trabajé muchos años en Veterans Aid y pude ver de cerca las marcas profundas de la guerra. Ahora, formo parte de un proyecto en Ginebra, “The Management of the Dead” sobre desaparecidos en terremotos, inmigrantes que cruzan en barco de Libia a Grecia, etc. En los documentos de la ley internacional, humanitaria, se llaman cuerpos. Los excelentes resultados de este proyecto se utilizarán como modelos para otros grupos humanitarios. Si hablamos de cuerpos, de muertos, se transforman en objetos, sin valor legal. Tenemos que hablar de personas con una historia y un legado, entonces hay un valor. Algunos abogados, en Ginebra, me han dicho: “hay que cambiar ese concepto”.
En 2008, Usted protagoniza otro acontecimiento: su encuentro con Julio Aro en Londres...
Antes de aquel encuentro, supe por internet que los familiares no sabían dónde habían quedado sus soldados. Se hablaba de fosas comunes e inclusive que en el cementerio de Darwin no había nada debajo de las cruces. La providencia hizo que fuese uno de los traductores designados, en Londres, cuando Julio Aro junto a otros ex combatientes buscaban técnicas de sanación post guerra. Les entregué una copia del informe pormenorizado, donde constaba todo sobre los soldados sin identificar. Ese sería el comienzo, conjuntamente con la creación de la Fundación “No Me Olvides” para llevar a los familiares una esperanza, pensando en una posible identificación. Destaco el enorme y comprometido trabajo de Julio Aro.
Años después, en 2015, viaja a la Argentina para contactar a las familias...
Lo hice de modo personal. Las familias sabían poco. Quería confortar a las madres. Dar credibilidad al informe. Fuí al Chaco, supe que era una provincia aislada del país. Les confirmé que había un cementerio, también les mostraba el video de la ceremonia en Darwin. En mayo de 2016, la Cruz Roja Internacional me contacta para el proyecto de identificación, con el acuerdo de los familiares. En 2017, volví a las islas con el equipo asignado. Sentí temor de que ellos no hicieran el trabajo apropiadamente. Tenía que proteger a “mis chicos”. Advertí que estos hombres y mujeres no sólo eran científicos, antropólogos, forenses, eran personas confiables. Hay historias fabulosas de post guerra, no debemos olvidarlas.