Historias de puesteros: por falta de agua, sólo pueden usar la mitad de la tierra

Paulino Canales cuenta que no pueden reparar las represas en sus propiedades, para acumular la lluvia, y que eso hace que parte de los terrenos quede sin uso

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Don Lino llega a media mañana a su puesto, Don Pedro, en San Carlos, se baja del caballo y prepara unos mates para compartir. Es una rutina que no conoce de domingos y feriados, porque así son los tiempos de la naturaleza y los animales tienen que ser llevados al monte para alimentarse cada mañana, y traídos de vuelta a los corrales por la tarde.

Se mueve con una agilidad que parece desmentir los 73 años que tiene. Aunque después cuenta que el hombre que está en una foto en blanco y negro, colgada en la pared del comedor junto con varias más actuales, es la de su bisabuelo que, al momento del registro tenía más de 90 y vivió hasta los 104. Tal vez sean esas cosas de los genes.

Paulino Canales, Don Lino, llega al puesto Don Pedro después de llevar a los animales al campo. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Paulino Canales, Don Lino, llega al puesto Don Pedro después de llevar a los animales al campo. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Si bien todos lo conocen como Don Lino, su nombre es Paulino Canales. El hombre cuenta, como otros puesteros de la zona, que le preocupa la falta de agua. Es que, sin lluvia, no hay pasturas y, sin alimento, no todos los chivos y corderos que nacen cada temporada sobreviven. Pero, además, tienen que caminar varios kilómetros para beber agua y, con eso, pierden el poco peso que han ganado.

Don Lino tiene su puesto bastante cerca de la nueva ruta 40, que une Pareditas (San Carlos) con El Sosneado (San Rafael). El camino asfaltado les facilita trasladarse al centro de San Carlos, pero implicó que las máquinas de Vialidad ya no tengan necesidad de estar trabajando en la reparación de los caminos.

En la pared de su casa hay fotos de sus antepasados y de su familia actual. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
En la pared de su casa hay fotos de sus antepasados y de su familia actual. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Antes, cuando estaban en el lugar, explica, les pagaban el combustible y les daban comida a los operarios, a cambio de que, cada tanto, les arreglaran las represas dentro del campo, cuando las crecidas por las lluvias las rompen. Es que esa agua, tan escasa durante casi todo el año, cuando cae, arrasa. Ahora, deberían contratar un carretón que vaya desde la villa cabecera con la maquinaria y los costos se elevan hasta el punto de volverse impagable.

El puestero explica que, sin esas represas, la mitad del campo está perdido, porque esos tapones, repartidos en la propiedad, les permiten aprovechar el agua de lluvia para que tomen los animales durante dos o tres meses. De lo contrario, sólo pueden tenerlos cerca del puesto, para evitar que tengan que caminar siete u ocho kilómetros para ir a beber y hay una importante extensión de pasturas, mucho más necesarias cuando hay sequía, que no pueden usar como alimento.

“Para nosotros, la lluvia es todo”, resume Don Lino. Es que el agua les asegura buena vegetación para criar cabras, ovejas y vacas. Sin ese alimento, saben que algunas crías no lograrán sobrevivir. De hecho, los chivos y los corderos pueden alimentarse con maíz, pero las vacas no están acostumbradas a estar en el corral ni a comer pasto, y se ponen nerviosas con el encierro.

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Pero, además, de la vegetación autóctona depende el peso que ganen los animalesCuando está “lindo” el animal, pueden pelear el precio. De lo contrario, si está flaco, “lo tiran al suelo”. Pero también señala que, desde que recuerda, es una cuestión de temporadas y que ya en 1963 se tuvieron que ir a hacer una veranada a la cordillera -llevar los animales a tierras a mayor altura para que encuentren vegetación- por la sequía.

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