Agro: La sustentabilidad en la producción avanza lento, pero hay priorización

El sector vitivinícola es el que más ha trabajado en el desarrollo sostenible para ajustarse a la demanda de los mercados globales

Hasta mediados del siglo pasado, los cultivos se realizaban de modo tradicional, lo que implicaba que no se utilizaban agroquímicos ni otras tecnologías modernas. Después, los productores comenzaron a tener acceso a una serie de productos y herramientas que ofrecían potenciar los cultivos y facilitar las tareas, pero que también generaban un mayor impacto en el ambiente. En tiempos más recientes, de la mano de la demanda de los mercados, se ha empezado a volver la mirada hacia esos métodos ancestrales de trabajo de la tierra, porque se entiende que el resultado final es más saludable y, sobre todo, más sustentable.

El tan de moda término “sustentabilidad” abarca varios aspectos. Como explica José Portela, ingeniero agrónomo que trabaja en la Estación Experimental Agropecuaria La Consulta del INTA, se puede resumir este concepto en la posibilidad de seguir haciendo mañana y pasado lo mismo que se está haciendo hoy. Y si bien, expresado de ese modo, parece sencillo, lo cierto es que comprende diversas dimensiones: ambiental -condiciones ecológicas como el suelo y el agua-, humana, económica, cultural, histórica, tecnológica, política y hasta espiritual. Sobre esto último, señala que han estado trabajando con una comunidad mapuche de Neuquén que precisa de un espacio dentro de la misma finca para hacer sus ritos.

Portela comenta que lo que hoy se observa en la provincia son los dos mismos extremos que en otras partes del país: por un lado, producciones que tienen una fuerte dependencia de insumos y tecnología, y, por el otro, cultivos que se apoyan más en los procesos ecológicos. Y, entre ambos, “un montón de grises”. Esta polarización, sumó, tiene que ver con modelos de producción diversos y es más marcada en ciertas actividades.

El ingeniero resalta que, en el pasado, el diálogo de igual a igual con la naturaleza era inevitable, porque no se podían realizar demasiadas modificaciones. Sin embargo, a partir de mediados del siglo pasado, comenzaron a aparecer tecnologías con una capacidad muy grande de intervenir sobre los sistemas naturales para producir. Aunque no pasó mucho tiempo (apenas 15 o 20 años) hasta que se comenzaron a apreciar los problemas serios que también generaban en el ambiente.

Esta conciencia sobre los efectos de las tecnologías de producción intensiva comenzó a extenderse en los ‘80 -casi a la par en Argentina, en Estados Unidos y Europa- y llevó a que en los ‘90 el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria- y las facultades de Agronomía del país, organizaran un seminario denominado “Juicio a nuestra agricultura”, que tenía como meta revisar los efectos de las prácticas asociadas a esta actividad.

Pese a eso, el cambio, reconoce, es lento. En gran medida, por la presión de los proveedores de tecnologías, que se renuevan periódicamente, se especializan (y se vuelven más costosas). También plantea que hay productos que no deberían seguirse usando en el agro, porque en otras partes del mundo ya se prohibió su utilización, pero en el país se siguen comercializando, como los plaguicidas de amplio espectro. Se utilizan, detalla Portela, porque son baratos y el productor recurre a un mismo químico para varias situaciones, que percibe como un problema.

Como contraparte, están observando que va ganando terreno una tendencia a tratar de entender cómo funcionan los ecosistemas, la naturaleza. En cuanto a esto, indicó que hay sectores en los que resulta más difícil hacer este cambio y que, en líneas generales los sistemas productivos que tienen un ciclo de renovación muy rápido, como sucede con los cultivos hortícolas, tienden a hacer un uso intenso de insumos externos (a la finca). Es decir, los productores realizan una inversión continua y significativa en semillas, abonos, agroquímicos, y esto tiene que ver con el horizonte de la mirada, que está en el corto plazo, porque tienen que cosechar para vender y volver a invertir en la siguiente campaña.

El tema, señala, es que hay diversas cosas que se pueden hacer para que esa dependencia de insumos externos no sea tan alta, pero se deben favorecer procesos ecológicos de mediano a largo plazo. De ahí que sea más sencilla su implementación por parte de los productores frutícolas, que tienen la posibilidad de tener, por las mismas condiciones del cultivo (una planta nueva demora de 4 a 5 años en entrar en producción), esa mirada más amplia y, en algunos casos, buscar alternativas al modelo dominante.

Portela señaló que el sector que más ha avanzado en este sentido es la viticultura y no sólo por la conciencia propia sino por la fuerte tracción de la demanda de los mercados internacionales. Esto favorece que la gente “pare la pelota” y busque ganar perspectiva, para evaluar otras alternativas posibles. Es que, además, la vid -al igual que el ajo- tiene condiciones ambientales particularmente favorables para su cultivo en la provincia, lo que facilita la transición.

Esta semana, de hecho, realizaron una jornada (la cuarta que organizan) para hablar sobre cómo aprovechar la biodiversidad biológica en el viñedo para reducir el uso de insumos externos; lo que es compatible con la idea de una economía circular, que propone reducir al máximo los residuos y reutilizar todo lo que sea posible.

Transición

Sin duda es mucho más sencillo comenzar a producir de modo sustentable en los nuevos terrenos que se incorporan a la agricultura y que eran monte nativo. Lo complejo es realizar la transición cuando se tiene que cambiar de modelo productivo, al tiempo que no se deja de cultivar. “Para hacer cambios no hay receta. No hay un listado de cosas por hacer. Dentro de una misma empresa, dos fincas pueden necesitar cosas diferentes”, adelanta el ingeniero del INTA.

Lo primero, plantea, es cambiar la mirada. “Nosotros bromeamos con la idea de cambiarse los anteojos para ver de cerca por unos multifocales”, ilustra. Además, se necesita de la colaboración, de intercambiar conocimiento y trabajar en grupo con otros productores; precisamente, porque no hay recetas.

Sí hay aspectos a tener en cuenta en la mayoría de los casos, como poner la atención en el suelo, aprovechar su capacidad productiva y auto generadora de salud; el agua, central en una provincia que tiene limitantes; y la biodiversidad. Portela añade que hay un abanico muy grande de prácticas, métodos y herramientas tecnológicas que se pueden utilizar y que su conveniencia depende de cada situación particular.

Sólo por mencionar algunos, detalla que se debe implementar una rotación planificada de cultivos, tener el suelo cubierto de vegetación todo el año y sacar provecho de la biodiversidad. En este sentido, resalta que se piensa siempre en los problemas de competencia, cuando una relación mucho más importante es la de complementación.

El ingeniero reconoce que es probable que haya fincas que tengan un suelo casi estéril y que sean extremadamente dependientes de fertilizantes y plaguicidas, por lo que recuperar los ciclos de nutrientes, del agua, de energía demande mucho tiempo y sea inviable económicamente. Pero aclaró que estos son casos en los que se ha aplicado una intensidad de uso exagerada. En cambio, hay zonas más recientes, como el Valle de Uco, donde la frontera agrícola fue avanzando sobre el monte natural hace un par de décadas y hay más chances de cambiar el sistema.

En cuanto a la contribución del INTA a estos procesos, consideró fundamental que no se deje a los productores solos ante el desafío de adoptar una mirada de mediano y largo plazo. Ahora, desde el organismo están iniciando un proyecto de agricultura regenerativa, que apunta a aprovechar la capacidad auto regeneradora de la naturaleza. Con la tracción del mercado y un convenio con una industria de alimentos procesados (Unilever) que demanda cierto tipo de materia prima, han comenzado a trabajar con un grupo de productores hortícolas mendocinos en el acompañamiento para que implementen prácticas sustentables. Y esto, siguiendo el principio de que los casos exitosos son replicados.

Riego eficiente

En una provincia en la que el agua es un recurso tan crítico y en el que en la mayor parte del territorio provincial la expansión de la agricultura está condicionada -e incluso limitada- por su acceso, el uso eficiente es requisito esencial para la sustentabilidad. Carlos Puertas, especialista en manejo hídrico en la Estación Experimental Agropecuaria Junín del INTA, indicó que, actualmente, alrededor del 80% de la superficie cultivada es irrigada por métodos tradicionales, por lo que la reconversión a sistemas de riego más eficientes debe ser un objetivo en el mediano y largo plazo.

La adopción de tecnologías para mejorar el uso del agua por parte de los productores, detalló, es más extendida en el caso de las explotaciones grandes, mientras que las fincas de menos de 10 hectáreas son las que menos transformación de los sistemas de riego muestran.

Mendoza se encuentra en una situación de crisis hídrica sostenida desde hace más de 10 años, recordó Puertas, lo que ha generado que los proyectos de trabajo en la especialidad del riego hayan tomado mayor relevancia y logrado un incremento en los aportes de recursos humanos y financieros a nivel institucional. Y sumó que, en otros países, con situaciones similares a la nuestra, ha resultado efectiva la implementación de políticas públicas con financiamientos blandos y acordes a la tipología del productor para favorecer una mejora significativa en el uso de “un recurso tan vital como escaso”.

Sin embargo, advirtió que la reconversión a sistemas de riego presurizado, más allá de los elevados costos de inversión y mantenimiento, implica, en la mayoría de los casos, contar con reservorios de agua que permitan almacenar la proveniente del turnado de riego, lo que constituye una limitante adicional.

Otro es la demanda energética de estos sistemas, más aún en zonas donde la pendiente natural del terreno no permite generar las presiones necesarias para su funcionamiento. Sobre esto, consideró que la mejora constante en los sistemas de generación de energía fotovoltaica incrementa las posibilidades de implementación.

Puertas mencionó que el INTA está trabajando en diversos proyectos referidos al uso eficiente del agua. Desde el punto de vista del cultivo, se está evaluando la tolerancia y la adaptación de diferentes especies -como vid, ciruelo, durazno y olivo- a condiciones de menor dotación de agua de riego.

Con esto, detalló, se esperan obtener alternativas productivas más adecuadas a un contexto de escasez hídrica y conocer de manera precisa las necesidades reales de agua en cada una de esas especies. Esta información, junto con la que aportan los pronósticos de derrame de los ríos, permitirá conciliar la entrega de líquido en función de los requerimientos y momentos críticos del ciclo de cultivo. Como objetivo final, se pretende aportar conocimientos sobre la relación costo/beneficio -en términos de kilos o pesos generados por unidad de agua utilizada- y con ello tener mayor claridad al momento de pensar y proyectar la matriz productiva de la provincia.

Por otra parte, considerando la gran superficie que todavía se riega a través de métodos tradicionales, es imprescindible prestarles atención a estos sistemas. En esta línea, a nivel de predio, se está ejecutando un proyecto con el objetivo de facilitar el acceso a tecnologías de medio-bajo costo, que permitan mejorar el uso del agua.

Entre otras actividades, se realizan diagnósticos de desempeño del riego en finca y se desarrolla una propuesta de mejoras tendientes a acortar la brecha existente entre ese manejo actual y un posible manejo más eficiente. Asimismo, en algunos de los predios evaluados y mejorados, se brindan capacitaciones abiertas a otros productores para que sea el mismo productor quien comente y divulgue los resultados obtenidos, y que los cambios puedan visualizarse y apropiarse fácilmente por parte de sus pares.

Agroquímicos

Aunque el mundo está buscando cada vez más productos libres de agroquímicos, quienes aún los siguen utilizando también pueden hacerlo de un modo más cuidadoso. Oscar Astorga, coordinador Agroquímicos del Iscamen (Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria de Mendoza), indicó que toda actividad humana puede impactar positiva o negativamente en el ambiente y que el uso de productos fitosanitarios es factible de generar un daño si no se utilizan de manera adecuada y responsable.

Astorga señaló que los agroquímicos son una herramienta que se deja de lado en otras escuelas productivas, como la agroecología, pero que sí son parte de las estrategias de manejo integrado de plagas (como sucede con la lucha contra la lobesia botrana). De todos modos, planteó que desde el Iscamen vienen trabajando para que los productores entiendan que no cultivan frutas y verduras, sino alimentos que consume la población.

El organismo apunta a un uso correcto de estos productos, desde el momento de la compra, pasando por la aplicación y hasta la disposición de los envases. Para empezar, insisten en la planificación y la elección de productos de baja toxicidad y específicos para la plaga que se busca combatir. También, en el cuidado de la persona que los aplica y su entorno familiar, y en el respeto de los tiempos de carencia, para cuidar al consumidor.

Además, se realizan controles periódicos, con toma de muestra de vegetales, en puntos de distribución y venta, para analizar la presencia de residuos. Y se desarrollan programas para promover el adecuado lavado de los envases y las maquinarias e implementos de aplicación, de manera de reducir la concentración de estos químicos, previo a su disposición final. De hecho, en los próximos días, el Iscamen inaugurará un nuevo centro de acopio y almacenamiento transitorio en Kilómetro 8.

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