Junto con el espíritu “ilustrado”, en las décadas iniciales del siglo XIX comienzan a aparecer en Mendoza las primeras manifestaciones románticas. Pienso que Juan Gualberto Godoy (1793-1864), de quien ya me he ocupado en notas anteriores, reúne de algún modo ambas vertientes, en su obra y en sus propias actitudes vitales.
Así, por ejemplo, al decir de Arturo Roig (1966), el espíritu romántico de Godoy se pone de manifiesto a través de su decidida acción política, reflejada en los periódicos, en prosa y en verso que él mismo fundó y redactó, como medio para combatir a sus enemigos. Sin embargo, se advierten en este poeta algunos rasgos que muestran la pervivencia de la Ilustración.
El siglo XVIII es denominado “Siglo de las Luces”, en alusión a la confluencia de corrientes intelectuales basadas en la razón, los métodos científicos, la propagación del saber y la modernización de la sociedad que lo caracterizan. La vigencia del “Iluminismo” se prolongó hasta las primeras décadas de la centuria siguiente, y en nuestra provincia, su apogeo coincidió con la presencia de Juan Crisóstomo Lafinur, quien con Agustín Delgado y Juan Gualberto Godoy fueron causa de la aparición de un periodismo combativo destinado a difundir las ideas de la Ilustración “en oposición al colonialismo cultural español” (cf. https://bcn.gob.ar/algunas-paginas-en-las-colecciones-especiales/juan-crisostomo-lafinur).
Otros hechos importantes, que dan cuenta de la actuación “ilustrada”, como corriente de ideas que acompaña el desarrollo del neoclasicismo en las artes, fueron -en nuestra provincia- la fundación del Colegio de la Santísima Trinidad y la implementación de la educación lancasteriana. “El sistema lancasteriano consistía en la enseñanza por medio de tutores o maestros ayudantes, que colaboraban con el maestro titular. Este sistema de enseñanza, separado de la prédica religiosa, se transformó en un instrumento didáctico muy eficaz y contribuyó al progreso de la enseñanza de las primeras letras” (cf http://historiavirtual.mza.uncu.edu.ar/mendoza-independiente).
En Mendoza, en 1821, Diego Thompson creó la Sociedad Lancasteriana, una sociedad compuesta por ciudadanos instruidos y patriotas, cuya principal misión era la de propagar los establecimientos de primeras letras y difundir los principios ilustrados.
Ahora bien, a esta sociedad perteneció Juan Gualberto Godoy, junto con el ya mencionado Agustín Delgado, Nicolás Villanueva, Juan N. Mayorga, Gabino García, Nolasco Videla y otros. En tal carácter participó Godoy en algunas transacciones inmobiliarias a favor de los ingleses, por ejemplo, la compra de tierras a Vicente Goico, a cambio de cuarenta yeguas, un uniforme, un par de espuelas de plata, un lomillo y diez cajas de vino. La estancia “Piedra de Afilar”, objeto de esta transacción, estaba ubicada en el actual distrito de Cuadro Benegas, San Rafael (AGM. Protocolo N° 191: 35, dato suministrado por el historiador Omar Alonso, en base a estudios de Enrique Díaz Araujo y Elvira Martín de Codoni).
Además de este interesante dato, me interesa el cultivo que hace el poeta Godoy de un género lírico considerado típicamente neoclásico, como es el de la poesía anacreóntica. Con este rótulo se agrupan aquellas composiciones escritas a imitación del poeta griego Anacreonte de Teos (siglo V a. C. A) y que, en general, son poemas líricos hedonistas, que cantan a los placeres de la vida, el vino y el amor, en un ambiente bucólico, con connotaciones eróticas y báquicas, y con referencias constantes al famoso tópico del carpe diem (disfrutar del momento), sin preocuparse por el futuro o la muerte. Son de estilo ligero y abunda en ellos el uso del heptasílabo u otros versos de arte menor, con rima asonante en los versos pares, como en el romance.
En las “Poesías” (1889) de Godoy, bajo el rótulo de “Anacreónticas” se incluyen seis composiciones; la primera de ellas lleva como título “Bertila”, y las siguientes se nombran simplemente “Otra”, ya que representan una continuación del supuesto diálogo del yo lírico con una joven desdeñosa, que generalmente rechaza sus amores.
El poeta se presenta a sí mismo como un anciano: “Es cierto que de nieve / Se ha vuelto mi cabeza, / y que de hondas arrugas / Mi frente está cubierta”; pero llevado por el fuego de la pasión, la “enérgica fuerza / Del amor que es el fuego / Que todo lo conserva” (p. 175), invita a la joven a disfrutar el encuentro en un auténtico locus amoenus o lugar deleitoso: “Ven, querida, no pierdas / Pisar la linda alfombra / De lirios y azucenas, / y aspirar el perfume / Que exhalan por do quiera. / […] / Y orillas de este arroyo / Que entre guijuelas juega, / Bajo estos arrayanes / Pasaremos la siesta” (p. 177).
La ambientación neoclásica se refuerza con la alusión a las ceremonias paganas en honor de Venus: “á la alma Venus / Haremos una ofrenda / De mis dos tortolillas, / y dos lindas corderas” (p. 178). Esta referencia permite asimismo introducir el tópico de la alabanza del campo, contrapuesto a la ciudad, en versos que constituyen una especie de “firma” del poeta, ya que hacen referencia a circunstancias de su propia vida: “Yo pobre en choza humilde, / Proscrito en tierra ajena, / Amo más que la vida / Mi dulce independencia” (p.185).
En las diversas alternativas de esta pequeña historia que los versos en su conjunto parecen contar, no faltan las circunstancias dichosas de encuentro amoroso: “Mas cuando vi que era / Mi adorada Bertila, / Corro donde se encuentra, / La estrecho entre mis brazos, / La beso, sin que pueda / Al ardor que me abrasa / Oponer resistencia. / La tejo una guirnalda / De rosas y violetas, / Y haciéndola caricias / La pongo en su cabeza” (p. 185).
Estas composiciones en versos heptasílabos, según la fecha consignada al pie, fueron escritas entre 1836 y 1840, y reflejan claramente las características del género anacreóntico, en la temática amorosa excluyente, la exhortación a gozar los placeres del amor y de la mesa: “De miel y fresca leche, / Blanco pan y manteca / Entre fragantes rosas / Prepararé la mesa” (p. 177) y el encarecimiento de la belleza de la amada según cánones clásicos: “Los coralinos labios”, “el alabastro / De tus menudos dientes, / Más que la nieve blancos” (p. 183-184).
Cumplen cabalmente, asimismo, con otras de las características de este tipo de poesía, tanto en lo formal como en lo temático: la brevedad, el desdén por las riquezas y honores y la convencional escenografía bucólica, con la presencia de aves de trinos melodiosos, para narrar historias ligeras, intrascendentes, sí, pero atractivas en su ingenua sencillez.