Aunque la vida cotidiana se caracteriza por la prisa, hay momentos en que debemos disminuir el ritmo y es, entonces, cuando recordamos que existen palabras para nombrar la lentitud. Así, vemos el caso de ‘ralentizar’: este verbo y no, como se oye a veces, *’relentizar’, significa “imprimir lentitud a alguna operación o proceso, disminuir la velocidad”: “La economía se ha ralentizado por diversas causas”.
El término proviene del francés “ralentir”, lengua en que significa “volverse más lento”; precisamente, del participio de ese verbo se forma nuestro sustantivo ‘ralentí’, que se aplica al número mínimo de revoluciones por minuto de un motor, cuando no se acciona el acelerador. Análogamente, en el ámbito musical, encontramos en una partitura el vocablo ‘rallentando’, de origen italiano; este término constituye una indicación para reducir la velocidad en la ejecución de la obra.
La Academia sugiere utilizar, en lugar de ‘ralentizar’, su equivalente ‘lentificar’, que queda definido como “imprimir lentitud a alguna operación o proceso”: “Me ha aconsejado, por mi salud, que lentifique la ejecución de la obra”. El otro verbo recomendado es ‘enlentecer/se’, definido de igual modo: “Con la llegada del invierno, toda la vida parece enlentecerse”.
Si en vez de centrarnos en la lentitud, vemos la formación de vocablos a partir de la idea opuesta de rapidez, nos encontramos con dos verbos similares: ‘decelerar’ y ‘desacelerar’.
En ambos, la idea es negar a través del prefijo negativo, la idea de rapidez contenida en el étimo latino, que era el adjetivo “celer”.
Los dos términos indican “hacer menos rápida una acción o un movimiento, retardar”: “Relájese un poco y decelere esa ansiedad”. “De vez en cuando, es recomendable desacelerar nuestro ritmo cotidiano”. Si bien los dos son equivalentes, la Real Academia Española aconseja preferir ‘desacelerar’ en el uso.
Otra voz que nos da una idea similar es ‘frenar’. Posee dos aplicaciones: referida a un vehículo, indicará que este debe ir más despacio o detenerse, mediante la utilización del freno; pero, en relación con una actividad, señalará que ella debe parar o, por lo menos, disminuir su intensidad: “No frene su auto nunca de golpe, sino en forma gradual”; “Frenaron por un tiempo la importación de esos productos”.
También la definición de ‘aminorar’ puede asociarse a la idea de lentitud, ya que queda definido el término como “reducir en cantidad, calidad o intensidad”: “Señor, ¿podría aminorar un poco la velocidad del remís pues no tengo apuro por llegar”.
En el mismo sentido y valor, se dan ‘menguar’ y ‘disminuir’: “A medida que nos íbamos acercando al pueblo, fuimos menguando la marcha”. “Es necesario disminuir la velocidad vehicular frente a los edificios escolares”.
El verbo ‘moderar’ nos remite también a la idea de disminución ya que su definición es “templar, arreglar o ajustar algo, evitando el exceso”: “Modere la velocidad, por favor”.
Del vocabulario de la mecánica, nos viene la locución ‘bajar un cambio’, que alude a la necesidad de accionar el cambio necesario para disminuir la velocidad. Equivale a desacelerarse y a priorizar las cosas realmente importantes en la vida diaria.
Entre los sustantivos que nos interesan porque denotan lentitud, podemos mencionar ‘calma’, ‘cachaza’, ‘pachorra’, ‘parsimonia’ y ‘flema’, por mencionar algunos. La ‘calma’, en una de sus acepciones, indica paz y tranquilidad, equivalente a los coloquiales ‘cachaza’ y ‘pachorra’; la ‘parsimonia’ es la “lentitud y sosiego en el modo de hablar o de obrar”; la ‘cachaza’ designa una bebida alcohólica y es un término de origen portugués, que significa también, en forma coloquial, la lentitud en el modo de hablar y la frialdad del estado de ánimo.
Por su parte, la ‘pachorra’, voz de origen incierto, señala indolencia, flojera, desidia. Asimismo, la ‘flema’ alude a la calma excesiva, a la impasibilidad.
Lógicamente, cada uno de estos sustantivos se vincula a respectivos adjetivos, con el concepto en común de lentitud: ‘calmo’, ‘cachaciento’, ‘pachorriento’, ‘parsimonioso’, ‘flemático’…
¿Pueden aplicarse en forma indistinta los términos ‘lento’ y ‘despacio’? En diferentes contextos, no funcionan como sinónimos. Si vamos a las definiciones y a su funcionamiento gramatical, ‘lento’ es, en general, adjetivo, que equivale a “tardo o pausado en el movimiento o la acción”: “Sus movimientos son sumamente lentos”. Pero, además, puede funcionar como adverbio, equivalente a “lentamente”: “Los atacantes avanzan lento sobre la ciudad sitiada”.
En cambio, ‘despacio’ es un adverbio que puede señalar “poco a poco, con detenimiento”: “Gire despacio hacia la izquierda”. “Aprende muy despacio”. También, a veces, funciona como interjección que se usa para prevenir a alguien que se modere en lo que va hablando o en lo que va a hacer con audacia, con excesiva viveza o fuera de razón: “Le advertí a viva voz: ‘¡Despacio!, hay peligro’ “.
En este mundo tan acelerado en que nos ha tocado llevar nuestra existencia, me complace evocar a Jorge Luis Borges, en El Aleph: “Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo; consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales y de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.”
Y también, en nuestra habitual visita al Refranero multilingüe del Centro Virtual Cervantes, nos reencontramos con la paremia “Paso a paso se va lejos”, en la que, de modo sintético, se nos insta a que, si queremos que las cosas estén bien hechas, debemos realizarlas con calma.
La ficha incluida en el mencionado refranero nos remite al famoso Piano, piano, si va lontano, basado en la paremia italiana Chi va piano, va sano y va lontano (“Quien va despacio, va sano y va lejos”).
Otra paremia conocida, incluida en este mismo refranero, reza “Vísteme despacio, que tengo prisa”, consejo para no apurarse aunque haya premura. Se atribuye a diferentes personalidades, sin precisar si la dijo Napoleón, Carlos III o Fernando VII, con un antecedente clásico: “Apresúrate lentamente” (“Festina lente”), oxímoron aplicable a nuestra vida actual en que parecemos ignorar los beneficios y la riqueza del tiempo lento.