Carlos Tomba tenía 78 años, pero irradiaba la energía y el entusiasmo por vivir de un joven de 18 años. De mediana estatura, delgado, caminaba erguido y el verlo transmitía seguridad.
Hasta el enemigo lo elogió. El piloto del Harrier que lo derribó manifestó su asombro por la forma en que Tomba piloteaba y dominaba su Pucará, pese a ya haber sido ametrallado en un ala y tener desprendidas partes del fuselaje.
Carlos Tomba tenía 78 años, pero irradiaba la energía y el entusiasmo por vivir de un joven de 18 años. De mediana estatura, delgado, caminaba erguido y el verlo transmitía seguridad.
De trato afable, siempre con una broma oportuna a flor de labios proporcionaba alegría a quienes estábamos a su alrededor.
Sin embargo, también conocimos su carácter firme y seguro y se expresaba con total claridad y respeto para manifestar sus disidencias cuando era necesario.
Una de sus pasiones era salir con sus amigos motoqueros, con quienes iba a algún puesto a la montaña, picaban algo y regresaban. Sentía en estos paseos la sensación de volar, se cumplía su sueño de toda la vida.
Hasta el enemigo lo elogió. El piloto del Harrier que lo derribó manifestó su asombro por la forma en que Tomba piloteaba y dominaba su Pucará, pese a ya haber sido ametrallado en un ala y tener desprendidas partes del fuselaje.
Estando prisionero en un frigorífico abandonado en San Carlos, lideró el grupo que estaba con él en las inmediaciones de la base aérea Cóndor, en la cual había personal de las tres fuerzas armadas. Decidieron con mucha imaginación y buen estado de ánimo denominarse “Los doce del patíbulo” (en referencia a la película bélica de 1967, en la que una docena de presos peligrosos debían cumplir una arriesgada misión).
Coincidentemente con la fecha en que falleció, la Cámara de Diputados de la Provincia aprobó por unanimidad, el proyecto presentado por el diputado Gustavo Cairo, para declarar a la IV Brigada Aérea, como Brigada Heroica. Este fue un proyecto iniciado y promovido por el mismo Carlos, en el que mostraba su profundo amor a la fuerza que lo formó.
Sus amigos jamás lo vimos quejarse de algún dolor, simplemente decía “voy a desaparecer por un tiempito porque tengo que realizarme un tratamiento”. Siempre volvía, y nos infundía ejemplo, fortaleza y alegría.
Su esposa Susana, sus hijos Ramiro (piloto como el papá, aunque civil), sus hijas Carolina y Milagros y sus ocho nietos eran el amor que lo llevaron a luchar por sobrevivir pese a la cruel enfermedad que enfrentaba desde hacía varios años.
El 16 de abril, una voz amante de la Patria, se ha silenciado pero su recuerdo su honestidad y vida ejemplar nos crea el compromiso de continuar con el legado que el brigadier Carlos Tomba nos dejó.
* Lucio Candia. Teniente coronel VGM (RE).