Recientemente nos referimos en esta columna a la solidaridad de los argentinos con los habitantes de Bahía Blanca y a la necesidad de que la política acordara soluciones ante este drama y dejara de lado inútiles rencillas.
El esfuerzo de reconstrucción es prioritario del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, pero en el volumen y dimensión de las obras a realizar el Estado nacional también deberá tener fuerte presencia.
Recientemente nos referimos en esta columna a la solidaridad de los argentinos con los habitantes de Bahía Blanca y a la necesidad de que la política acordara soluciones ante este drama y dejara de lado inútiles rencillas.
Es que se requiere la más rápida recuperación posible de la ciudad de Bahía Blanca y sus alrededores, zonas que fueron castigadas por la peor catástrofe en muchos años.
Los daños pesan mucho porque la destrucción de casas de familia, rutas, edificios y otras instalaciones fueron múltiples, pero lo que realmente duele, y de lo que no se vuelve, son las 17 víctimas fatales contabilizadas hasta la redacción de este comentario.
El fenómeno de la inundación, desarrollado a partir del viernes 7 de marzo, fue multicausal, pero el elemento más importante fue la precipitación, que alcanzó finalmente alrededor de 400 milímetros (bastante más de la mitad de lo que llueve en un año en esa parte de la provincia de Buenos Aires) y que generó el desborde del canal Maldonado y del arroyo Napostá, lo que dejó a gran parte de la ciudad bajo agua.
Lamentablemente lo ocurrido en Bahía Blanca es una triste muestra de la debilidad de algunas de las ciudades argentinas ante los efectos del cambio climático. Lo asegura la Sociedad Argentina de Planificación Territorial (Saplat), que nuclea a profesionales de la planificación territorial de todo el país. “Este desastre socio-cultural nos muestra una vez más la necesidad de planificar y gestionar las ciudades y los territorios con enfoque de riesgos. El calentamiento global y sus efectos meteorológicos son reales y necesitamos adaptarnos”, sostuvo la entidad.Una realidad que también marca el ingeniero Pablo Romanazzi, investigador de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), para quien las obras hidráulicas se hacen para tormentas ordinarias y ningún diseño contempla el tipo de tormenta ocurrida el viernes 7. Por lo tanto, las obras hidráulicas son una solución parcial del problema, en tanto y en cuanto están dimensionadas para una lluvia que no supere 30 o 50 mm en una hora.
Obviamente, el fenómeno de la inundación fue multicausal, pero el factor más importante fue la precipitación, que alcanzó finalmente alrededor de 400 mm, generando el desborde del canal aliviador Maldonado y el arroyo Napostá que atraviesa la ciudad y está en mayor parte entubado. El técnico citado añadió que “no hay ninguna ciudad del planeta que aun teniendo los sistemas pluviales bien desarrollados pueda contener semejante cantidad de agua”.
Deberán ejecutarse las obras finales de protección y defensa que, según las autoridades del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, ascenderán a unos 192 mil millones de pesos. Y dada la envergadura de la reconstrucción, puede ser necesario que el Estado nacional amplíe su ayuda, que hasta el momento prevé un desembolso inicial de 10 mil millones de pesos para "reconstruir la ciudad".Finalmente, la inundación en Bahía Blanca debe llamarnos a la reflexión por la situación en Mendoza, que exhibe un fuerte crecimiento habitacional en el piedemonte.
Deberá evaluarse si la protección disponible podrá enfrentar con éxito tormentas más severas que las registrados hasta ahora.
Hay estudios que advierten falta de obras de mantenimiento en diques y canales y, además, sugieren ejecutar obras proyectadas, como el dique Chacras de Coria.La gravedad de potenciales tormentas destructivashace necesario el severo análisis de estas situaciones.