Gabriel Guardia: “Podemos vender todo el aceite que produzcamos, pero no hay aceitunas”

El gerente de Laur, la olivícola número uno del mundo, habló con Los Andes sobre la actividad y la necesidad de nuevas políticas públicas.

Gabriel Guardia, el responsable de la gran exposición de la olivicultura mendocina. / Los Andes
Gabriel Guardia, el responsable de la gran exposición de la olivicultura mendocina. / Los Andes

Si hablamos de la gran exposición que vive la olivicultura mendocina, el gran responsable detrás del suceso es Gabriel Guardia. Es que, bajo su dirección, Olivícola Laur, una de las más antiguas del país, se convirtió en la número 1 del EVOO World Ranking (Ranking Mundial de AOVE) 2021, algo inédito no sólo en el país, sino también en el continente.

En una charla con Los Andes, Guardia habló del inesperado logro de desplazar a la histórica Almazaras de La Subbética de España, el mercado internacional del aceite de oliva y la necesidad de convertir la olivicultura en una política de Estado en Mendoza, como sucedió en otras provincias.

- ¿Podrían repetir el primer puesto este 2022?

- Es muy difícil, por cómo se conforma el ranking. Las empresas más grandes invierten mucha plata en mandar las muestras en los concursos en todo el mundo. Depende del certamen, pero cada muestra que uno manda tiene un costo de no menos de 150 euros cada una y los concursos más importantes salen hasta 400 euros. En total son entre 28 y 30 concursos por año los avalados por el ranking mundial y para nosotros es una fortuna presentarnos a todos. Almazaras de La Subbética, que siempre fue la primera del ranking, se presenta a todos los que hay.

Nosotros nos presentamos sólo en 12 o 13. Lo que pasó el año pasado es que quedamos mejor ubicados en el ranking porque obtuvimos mejores puntajes en nuestras muestras. Si bien nos presentamos a la mitad de los concursos en comparación a las empresas que se encuentran entre las cinco mejores, tuvimos más oros, lo que otorga mayores puntajes. Creo que Almazaras de La Subbética va a querer corregir esa situación y tienen todo el poder económico para recuperar el número uno.

Seguimos nuestro camino. Llegar al número uno es una consecuencia de lo que hemos hecho internamente. Es un reconocimiento a una política que nosotros no aplicamos para ganar un concurso, sino para hacer el mejor aceite y sentirnos orgullosos de eso.

- ¿Cuánto cambió para la empresa el hecho de ser los mejores del mundo?

- Se abrieron muchas puertas. Ya veníamos con un reconocimiento ascendente de la marca porque lo que pasó a nivel mundial ya venía sucediendo en Argentina. Famosos, cocineros, artistas y más se iban sumando a la marca porque veníamos demostrando que somos diferentes. Con cada persona que pasó por Laur terminamos teniendo un grado de amistad que se fue transmitiendo y nos ayudó a construir un nombre. Así fuimos haciendo la marca sin proponernos ser los mejores, sino en pasarla bien.

Ahora, las propuestas de negocios a nivel internacional y nacional son muchas. Podemos vender todo el aceite que nos propongamos hacer, pero nuestro problema es el stock, porque en Mendoza faltan aceitunas y cada vez hay menos. Otro problema es que nuestro aceite es muy caro en el mundo. Está al doble de lo que sale uno español o portugués. Por desgracia no podemos cumplir con las demandas del exterior porque Argentina es muy cara.

- ¿Cómo está ubicada Argentina en el mercado mundial de aceite de oliva?

- El precio a granel de los aceites de oliva está internacionalmente fijado y es único. Hoy ronda entre los 3.700 y 4.000 dólares la tonelada, un valor que no se veía desde hace una década o más. El problema es que nuestro costo interno supera a los del resto. Por caso, un envase de vidrio o de hojalata sale en España una cuarta parte de lo que pagamos acá. Lo mismo sucede con las etiquetas, tapas y otros insumos.

Si hablamos de los aceites fraccionados, quedamos fuera de competencia. En el caso de los graneles, Argentina es incluso proveedora de España o de Italia y el país tiene un negocio grande en Europa.

- ¿Qué diferencia a Mendoza del resto del mundo?

- Nuestra Arauco mendocina da muy buenas cosas. No hubiéramos llegado al primer lugar del mundo sin ella. Es como nuestro malbec. El terroir de Mendoza, combinado con el Arauco, es impresionante, porque no es lo mismo en otras provincias. Logramos que los paneles de cata de cada concurso internacional al que nos presentamos coincidieran en que éste es el mejor aceite del mundo. Eso es por la Arauco bien elaborada, algo que sólo existe en Argentina.

- Después de 10 años comandando Laur, ¿cuál es el objetivo para la próxima década?

- No sé si me proyecto al futuro´. No sé si vamos a estar mañana. La vida me sorprendió demasiado. Con esta pregunta me veo a mí con 22 años con la pala trabajando en Laur y nunca me imaginé en ese momento que la iba a comandar y que iba a llevar a la olivicultura nacional al puesto número uno del mundo. Sí puedo decir que soy una persona que no se queda quieta nunca, que va haciendo lo que le gusta y el resto se va dando.

Si el futuro es Laur, un lugar que quiero muchísimo porque me hice acá, será. Si no, tocará en otro lado, pero siempre voy a ir donde esté bien. Hace muchos años entendí que los ámbitos corporativos son muy hostiles y eso es muy feo. No quiero pasar por eso. Hoy soy feliz trabajando y eso es lo que transmito a mi gente.

- ¿Qué tan relegada está Mendoza respecto de otras provincias?

- En sus épocas doradas, Mendoza fue la número uno del país. Después comenzaron con todos los diferimientos impositivos en La Rioja, Catamarca y San Juan y nos pasaron por arriba. Mendoza no tecnificó su producción y empezó a ser menos rentable.

Además de todos los problemas que enfrentan todos los argentinos día a día, la provincia quedó con cultivos ineficientes. Las otras provincias hicieron que fuera muy rentable cultivar aceitunas, lo que incentivó inversiones, mientras que acá la gente ya no sabe cómo reconvertir sus plantaciones. Así, fuimos perdiendo la olivicultura mendocina, incluso con nuestro Arauco.

Para mí, San Juan ha hecho las cosas admirablemente bien y ha crecido demasiado. Siguen apostando y creciendo porque lo hicieron una política de Estado. Hoy, en Mendoza, después de la exposición que logramos, nos han abierto las puertas las autoridades y han mostrado una probabilidad de que podamos hacer algo por recuperar la olivicultura.

- ¿Creés que las acciones todavía están a tiempo para recuperar los años perdidos?

- Siempre vamos a estar a tiempo de recuperarnos, porque es cuestión de plantar una semilla, esperarla y cosechar sus frutos. Nosotros sabemos cómo plantar en Mendoza. Falta la decisión política, algo que en otras provincias ya se tomó hace mucho tiempo. Destaco el caso de San Juan o la zona de Chilecito, donde están haciendo las cosas con mucha seriedad y se han generado importantes inversiones.

En lo personal destaco la capacidad de trabajo del mendocino. Son pocas las provincias que tienen eso. Los mendocinos no esperamos que nadie nos regale nada. Salimos, trabajamos y lo conseguimos. Esto que nos parece tan normal, en el resto del país no se da. Tenemos todo para que nos vaya bien y sabemos cómo hacerlo.

-¿Cuál es tu objetivo más inmediato?

- Aunque siempre fui el mismo, en 27 años que llevo de carrera, ésta es la primera vez que tengo la posibilidad de enfocar todas las fuerzas en lo que creo que está bien, que es salvar la olivicultura, posicionar el aceite de oliva y hacer que todos y, sobre todo los niños, lo consuman. Pero todo esto no hubiera pasado si no hubiera tenido el apoyo de una persona como José Millán. Hay una visión empresarial que es muy importante para lograr todo lo que logramos.

Perfil

Gabriel Guardia (47) es enólogo especializado en aceite de oliva, recibido en la Facultad de Don Bosco. Está casado y tiene tres hijos varones. Desde 2012 está a cargo de Laur, pero su historia con la olivícola comenzó mucho antes, ya que de niño y como maipucino, llevaba aceitunas a la fábrica junto a su abuelo para que allí produjeran aceite de oliva.

En 1995 ingresó como obrero a Laur, donde luego fue seleccionado para hacerse cargo del laboratorio de calidad. Después de cinco años, abandonó su lugar y se instaló en La Rioja para trabajar con multinacionales del rubro, hasta que una década después volvió a Mendoza convocado por José Millán.

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