Las caras se ven apenas iluminadas por un tenue resplandor que llevan en las manos. Son luciérnagas en la noche que marchan levantando pequeñas nubes de arena, rezando por el secano lavallino desde la nueva capilla rumbo a la vieja, envuelta en más de 130 años de antigüedad.
Lejos, desde las carpas y casillas rodantes, la música bailable llega en oleadas junto con el olor a jarilla y asado que despiden los fogones. Se recuerda la Asunción de la Virgen María, se pide por la salud, por la familia, por la esperanza de conseguir trabajo.
En la procesión, Deolinda Pérez (34) controla que todo haya salido bien, que los faroles que guían a la Virgen, al párroco y a los caminantes sigan brillando.
En su casa, Rosa Guardia (73) espera que así sea, ya no es la jovencita que hace 50 años comenzaba a participar de la procesión, pero es la encarnación de la sabiduría del pueblo y desde su sitio sabe qué ocurre en cada rincón de su comunidad.
La Asunción celebró hasta hoy a la virgen del Tránsito durante cuatro días y cientos de visitantes se dieron cita en este sitio ubicado a 72 km del microcentro mendocino.
La festividad, como cada año, fue organizada por la Comisión de la Capilla de la Asunción y la comunidad Huarpe Paula Huaquinchay y aunque el frío y el viento menguaron la cantidad de turistas, el espíritu del encuentro desplegó un cálido abrazo sobre cada uno de los asistentes.
Federico Cascone, un padre siciliano que marcó presencia en el lugar, vocifera desde la puerta de la ancestral capilla respecto de los símbolos, del encanto de la Virgen María.
“Acá en el desierto hay huellas, muchas de ellas están llenas de pozos y espinas. Y es fácil perderse en el desierto. Por eso estamos acá para no perder la huella”, afirma ante la mirada de quienes realizaron la procesión.
Después vienen los fuegos artificiales, la fiesta que nada tiene que ver con la religión pero que si tiene mucho de folclore con murmullos paganos.
Viene la comida abundante y la bebida que ayuda a pasar la fría noche lavallina. Y a la mañana la gran Peregrinación de la Virgen y antes los bautismos masivos o las misas.
Y luego, se vislumbra el final de la celebración. Pero detrás hay historias que perduran. Y mujeres que las protagonizan.
La Rosa que ríe
El hogar de Rosa está ubicada en el corazón del lugar. Aunque puede no parecerlo, porque los bodegones ocupan una larga y ruidosa fila en el ingreso de La Asunción y por aquí y más allá los visitantes se han congregado a festejar en el paisaje, que habitualmente luce mudo y tranquilo.
En su casa han empezado temprano a amasar el pan, a embotellar el vino, a salar las carnes. También los pasteles fritos y los chivitos.
"Los festejos a la Virgen vienen de 1883, se transmitió en mi familia desde mis bisabuelos", cuenta, sentada junto a un brasero que hay en el piso.
Adentro de su casa los perros ya se enroscaron sobre los sillones y duermen un sueño bendito. Un gatito cachorro juega con una pelotita de papel.
Por una puerta entreabierta se ve que en el fondo, en el patio, hay un gran fogón donde alguna delicia culinaria será la cena próxima.
Hay un eco de cumbia que viene desde alguno de los bodegones. Rosa está feliz, para ella este momento es uno de los más esperados del año.
“Empecé a participar de las celebraciones en 1968, cuando rezaba la novena”, aclara y continúa siempre sonriente: “Antes era una fiesta pequeña, no había caminos, solo huellas. La gente venía en sulky, carros y caballos. Y duraba más días, porque tardaban en llegar, entonces había que justificar el viaje”.
Por aquel entonces, solo había seis casas en la Asunción. Ahora hay más de 40, pero todas herederas de aquel puñado de habitantes. "Es raro el que se va", dice Rosa. "Todos trabajan en la artesanía y en las fincas. Con el camino es más fácil salir a trabajar".
La mujer recuerda que la fiesta nació en su pueblo y en otro llamado Coro Corto - "que queda para el lado de La Paz"", dice- y según cuenta la leyenda, fueron los primeros pueblos evangelizados de Mendoza.
De la capilla nueva, que está a menos de veinte pasos de su casa, comenzó a ocuparse en el 69. "Es muy lindo trabajar y recibir a la gente. Hacer la novena. Llevar esa tradición que me enseñó mi abuelo Juan de Dios y después mi mamá Honorata", recuerda.
La Rosa que ríe no deja de recordar que también fue la primera enfermera de la comunidad, que realizó este trabajo durante 37 años y lo difícil que fue estar aislados y lejos de los hospitales. Una vez más, el silencio marcó su vida.
“Nos pusieron transmisores de radio recién a principios de los 80, cuando se desbordó el río Mendoza y llegó hasta Asunción. Como era todo huella en esa época, fue una situación complicada”.
Deolinda, la que lucha
Deolinda, la que trae cosas buenas para su pueblo, está casada con el hijo de Rosa, Ricardo Jofré. Tiene 3 hijos, Daniela (18), Javier (12) y Sol (4) que la acompaña a recolectar las cajitas que se utilizaron para proteger a las velas del viento en la reciente procesión nocturna.
Ella es parte de la comisión que organiza la procesión junto a Manuel Suárez, Héctor Herrera y Ramona Barros. Mientras camina cuenta su historia, describe la devoción a la Virgen y se admira de lo convocante que es la fiesta. "Durante dos meses nos preparamos, trabajando para que todo estuviera impecable", señala sin perder de vista a Sol, que va y viene por todos lados entre las piernas de los visitantes.
El resto del año Deolinda, que es parte del Consejo de la Comunicad Huarpe, brinda charlas relacionadas con los derechos de las mujeres y las problemáticas que ellas enfrentan. “Hacemos charlas, talleres, todo lo que sea necesario para que las mujeres se animen a participar”, dice.
Deolinda cuenta una historia trágica, que es la que la llevó a luchar por los derechos femeninos. Recuerda con tristeza que en 2016 su hermana murió víctima de la violencia de un hombre.
“Hay mucho machismo y cuesta trabajo la deconstrucción. Ese es mi rol, lograr que se tome conciencia, que las mujeres participen y vean que pueden ser libres. Yo lo sufrí, es algo que me tocó y no quiero que le toque a otra”, destaca.
La restauración de la capilla
La capilla histórica, joya patrimonial del departamento, fue remozada para abrir sus puertas a fieles y visitantes que se acerquen al lugar.
Entre los recientes trabajos de restauración que realizaron los lugareños, con aportes y acompañamiento técnico de la comuna, se consolidó el lado sudoeste del médano y su aterrazamiento y se realizó el techo del museo, incorporando una galería al oeste para minimizar la erosión del muro.
La obra de puesta en valor incluyó también el mejoramiento del techo de la capilla y del revoque exterior e interior, que se realizaron de barro con agua de penca, a modo de impermeabilizante natural.
También la comunidad acordó que el edificio mantenga su color original, logrado con pinturas realizadas en base a tierras de la zona agua y baba de penca.
En este proceso las familias de lugar participaron de un taller a cargo de la jefa de Turismo local, Ana María Castillo, aprendiendo técnicas para la elaboración de pinturas naturales.
Un turista de Sevilla que quiere volver
Aunque a los habitantes de la ciudad mendocina les parezca extraño, porque probablemente en su mayoría desconocen de la fiesta en La Asunción, son muchos los turistas que eligen este punto del secano provincial para aprender de las costumbres criollas y aborígenes.
Paco Rubio Durán (54) viajó desde Sevilla especialmente para este encuentro religioso y popular. Ya lo había hecho el año anterior y este no dudó en repetir. "Lo conocí el año pasado y me encantó. Es muy lindo conocer el ambiente, las tradiciones. Todo.", dijo el andaluz.
Por otra parte, remarcó que lo que le gustó de la Asunción fue el pueblo que vive de su tradición, que es genuina y no "for export". "Es probable que vuelva el año que viene. Me encanta conocer las costumbres de estos pueblos", terminó el sevillano.